7/17/2011

La videoteca pendiente




Carlos Bonfil

El recién anunciado proyecto de modernización y ampliación de la Cineteca Nacional debería suscitar una discusión en torno a la función y cometido de una institución cultural que es, hasta el momento, el mayor punto de reunión del público cinéfilo en México. La ambición y los costos de lo proyectado así lo exigen, como también la larga lista de proyectos de obras públicas que a lo largo del presente sexenio se han realizado en el terreno de las artes y la cultura, con las suertes más diversas, sin que un verdadero debate público haya podido corregir o mejorar, a tiempo, lo que de origen fue capricho o decisión vertical de las autoridades correspondientes.

Nadie podría desear evidentemente que la Cineteca Nacional naufragara, en pleno siglo XXI, en la inoperancia o el anacronismo. En este sentido sólo es posible aplaudir todo intento por perfeccionar sus sistemas de proyección y recuperar las áreas insuficientemente aprovechadas de sus instalaciones. Sin embargo, una comprensible preocupación de muchos cinéfilos que hoy asisten a dicho recinto consiste en saber, a ciencia cierta, hasta qué punto la modernización y ampliación de la Cineteca es compatible o no con el propósito central con el que fue creada: resguardar el acervo fílmico nacional y promover la promoción del cine de calidad en México. En el primer aspecto, una simple visita a las bóvedas de dicha institución muestra los avances logrados en la materia y debiera satisfacer los criterios más exigentes; en el segundo –la difusión del cine de arte o del llamado cine de autor– la cineteca enfrenta hoy nuevos retos y dificultades.

Un reto mayor es mantener una programación de calidad indiscutible, opción verdadera a una cartelera comercial dominada por el mercado estadunidense, en instalaciones que desde 1984 han sido demasiado grandes para cumplir cabalmente con ese propósito cultural. Compárense las dimensiones de otras cinematecas en el mundo y se apreciará la desmesura de la nuestra, al parecer incontenible. En recintos más pequeños, aquéllas ofrecen programaciones envidiables. Aunque la modernización de la cineteca resulta de entrada muy atractiva para sus usuarios, el riesgo de que con una ampliación se pierda una parte importante de su vocación cultural sigue latente. ¿Cómo evitar que ese espacio cultural, con sus diez salas y espacios ecológicamente correctos de esparcimiento colectivo, se convierta en la clonación indeseada de complejos comerciales que hoy semejan parques temáticos del entretenimiento cinematográfico?

Una realidad desatendida es la enorme proliferación en México del mercado de video, en particular del pirata, que a su vez ha diversificado y actualizado la difusión del cine de arte. Mientras un público considerable se ha vuelto consumidor de videos, y otro tanto se ocupa en bajar por Internet las películas de arte más recientes, las instituciones culturales que proyectan cine se empeñan en hacerlo únicamente en los formatos de 35 o 16 milímetros, limitando así la variedad de ofertas que el mercado informal del video satisface ventajosamente a las puertas mismas de la Cineteca Nacional y en muchos otros puntos de la capital y del país. Resulta irónico que el combate oficial contra la piratería no contemple competir con él en su propio terreno –el video digital–, y asumir el desafío de ganarle algún día la batalla.

Al respecto, una estrategia posible sería crear en los terrenos que hoy recupera la Cineteca, y en lugar de nuevas salas de cine, una videoteca con espacios de proyección para aquellas películas de arte, numerosas y variadas, que llegan con dificultad en formatos costosos. Una videoteca constituida con acervos institucionales, adquisiciones nuevas y donaciones de particulares, como el caso de la videoteca de Carlos Monsiváis, colección que actualmente duerme el sueño de los justos y que ahí tendría su destino idóneo. La videoteca sería para el cinéfilo una opción dentro de la misma cineteca, y a la postre un centro de consulta abierta. Esto sucede ya en el Instituto Británico de Cine y en la Videoteca de París, por mencionar dos ejemplos destacados. Esta opción evitaría asimismo que la multiplicación de salas en la cineteca tuviera el efecto colateral de prolongar el concepto de complejos de cine multiplex en esa aspiración neoliberal que siempre ha buscado diluir a la cultura en un mar de entretenimiento inocuo y rentable, con espectadores pasivos, consumidores de comida chatarra, atentos más al teléfono celular que a la pantalla. Ese público, condicionado hoy por una lógica de mercado, podría cambiar sus hábitos más rutinarios y mostrar exigencias nuevas en una cineteca de vanguardia —dotada al fin de una videoteca funcional— resuelta a defender con imaginación y firmeza su vocación cultural.

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