Carlos Fazio
La
detención o entrega pactada del presunto traficante Miguel Ángel
Treviño Morales genera algunas interrogantes. Mediáticamente exhibió un
aceitado manejo propagandístico binacional (incluida la actuación de
Barack Obama en la trama), con eje en la nueva narrativa de seguridad y
la persistente codependencia de los medios respecto de la agenda del
gobierno de turno. Una codependencia que en virtud de la domesticación
de los medios −
mentalidad de manadala llama Noam Chomsky− devino en un alud propagandístico favorable al régimen de Enrique Peña.
Según la versión oficial, fue un operativo limpio, de
precisión, sin gastar un solo tiro y sin sangre ni violencia −ergo, sin
bajas colaterales−, producto de labores de inteligencia e investigación
de la Marina en
coordinacióncon el Ejército y la Procuraduría General de la República. La Marina y el Ejército no montan producciones.
Tampoco ponen (ahora) alias: lo de
Z-40es atribuible a la excitación de los medios todavía sujetos al guión del sexenio anterior. No se esposó al detenido para preservar sus derechos humanos (Murillo Karam dixit).
Peña va en serio: Obama. ¡Bravo!
Es de admirar la coherencia con el libreto de la nueva narrativa y
el protocolo para presentar supuestos delincuentes anunciados el 14 de
marzo por Gobernación. ¿Qué más? Ah, la
ventanilla únicafunciona y hay
liderazgoen Bucarelli. Misión cumplida. Tráfico sí, violencia no. Y tan, tan.
Oportuno, el suceso sirvió de cortina de humo para invisibilizar
grandes problemas nacionales. Pero también es de gran utilidad para la
fabricación del consenso y el control elitista de la sociedad,
necesarios para el aterrizaje del proyecto hegemónico del gran capital
en su nueva fase neocolonial y de reconquista del territorio nacional,
en el contexto de una
dominación de espectro completoque abarca una política combinada donde lo militar, lo económico, lo mediático y lo cultural tienen objetivos comunes.
Dado que el espectro es geográfico, espacial, social y cultural,
para imponer la dominación se necesita manufacturar el consentimiento.
Esto es, colocar en la sociedad sentidos
comunes, que de tanto repetirse se incorporan al imaginario colectivo e introducen, como única, la visión del mundo del poder hegemónico. Eso implica la fabricación y manipulación de una
opinión públicalegitimadora del modelo. Ergo, masas conformistas que acepten de manera acrítica y pasiva a la autoridad y la jerarquía social, para el mantenimiento y la reproducción del orden establecido.
Para la fabricación del consenso resultan clave las imágenes y la
narrativa de los medios de difusión masiva, con sus mitos, medias
verdades, mentiras y falsedades. Apelando a la guerra sicológica y
otras herramientas de la acción encubierta, a través de los medios se
construye la imagen del poder.
En eso andan Peña y su equipo. Bien. Pero surge una pregunta: ¿Quiénes son en realidad Los Zetas, que de acuerdo con la narrativa del sexenio anterior eran malísimos y cuyo jefe, hasta su detención, era Miguel Ángel Treviño?
Según
Guillermo Valdés, ex jefe del Centro de Investigación y Seguridad
Nacional (Cisen, la agencia de inteligencia civil de Gobernación), Los Zetas surgieron
en 1999 como cuerpo de seguridad de Osiel Cárdenas, entonces líder de
la organización criminal del Golfo, y estuvo conformado por
desertoresdel ejército
con formación militar de élite.
Ellos
profesionalizaronal cuerpo de sicarios de Cárdenas, los dotaron de armamento y equipo de telecomunicaciones sofisticados;
les enseñaron tácticas de guerra y contrainsurgencia; les enseñaron a torturar y asesinar con sadismo y complementaron el entrenamiento con sistemas de inteligencia y contrainteligencia. Es decir, convirtieron a sicarios y matones en un verdadero
cuerpo paramilitar. Hasta aquí Valdés. Otras versiones oficiales afirman que desertaron de los Grupos Aeromóviles de Fuerzas Especiales (Gafes) del Ejército Mexicano, capacitados en operaciones encubiertas.
Especulemos −sólo especulemos− con otra variable: ¿Y si Los Zetas
originales no fueron desertores? ¿Si fueron un grupo de operaciones
encubiertas −entrenado, como indica Valdés, al estilo de los Boinas
Verdes del Pentágono: para torturar y asesinar con sadismo−, que en el
contexto de una dominación de espectro completo ejecutaron acciones
paramilitares propias de la guerra sicológica, dirigidas a generar un
terror caótico y de apariencia demencial para propiciar el
desplazamiento forzoso de población y habilitar vastos territorios que
quedaron expuestos al saqueo de recursos geoestratégicos y la
explotación capitalista depredadora (verbigracia, minería,
agroindustrias, megaproyectos de infraestructura, etcétera)?
Respecto a la caída de Treviño, el fortalecimiento monopólico del cártel de Sinaloa y una pax narca, cabe
recordar que en el viejo PRI y el presidencialismo autoritario los
grupos criminales tuvieron un desarrollo endógeno, desde el interior
mismo de las estructuras del poder, no uno exógeno, paralelo y ajeno a
ellas.
Los
baronesde la droga no eran individuos completamente autónomos ni más fuertes que el poder político; actuaron en colusión con gobernadores, generales, empresarios y autoridades civiles y policiales.
Ese poder los creó, cultivó, protegió, toleró; se sirvió de ellos
para sus propios fines, y llegada la hora los desechó y sometió sin
mayor problema. Los penales del Altiplano y Puente Grande están llenos
de ejemplos vivientes.
En tiempos de hegemonía plutocrática, el monopolio del poder
político, el patrimonialismo, el control de territorio y de las
corporaciones coactivas son elementos distintivos de un Estado que no
apuntan precisamente a la creencia en la irrupción espontánea de
bárbaros o advenedizos incontrolables que se habrían desarrollado fuera
de las estructuras del poder.
Otros eslabones de la cadena permanecen intocables. ¿Qué sigue? ¿Un
nuevo acuerdo mafioso para seguir administrando el negocio de la
economía criminal?
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