Ojalá
el país pudiera alcanzar el crecimiento del 2.7% anunciado
oficialmente. Sería un nuevo milagro económico. Significaría que México
dio el salto de la rana, de 1.8% a 3% de crecimiento, en sólo un semestre.
Ese
pronóstico es una condición futura de realización incierta. Un "wishful
thinking" (pensamiento ilusorio) más que un indicador sólido.
El
Departamento de Comercio de los Estados Unidos acaba de informar que la
economía del principal socio de México (aportante de un 35% de nuestro
PIB), cayó 1% en el primer trimestre del año. Es su primera caída en
tres años. Esto representa menos exportaciones mexicanas. El invierno
tiene estornudando a la economía vecina, por lo que el contagio aquí
podría devenir en pulmonía (vox populi dixit).
Presuponer que
México crecerá más que Estados Unidos y sus socios latinoamericanos, es
suponer que nuestro país funciona como la nueva locomotora económica
del continente, cuando los indicios apuntan hacia otra dirección.
El
otro gran componente de nuestro Producto Interno Bruto (PIB) es el
mercado interno. De acuerdo al último dato disponible del Inegi, el
consumo creció únicamente 1.5%, componente relacionado directamente con
los ingresos de las familias y la creación de empleos. Los nuevos
impuestos inhibieron el consumo familiar, mientras que la meta de 1.1
millón de nuevos empleos formales apenas va en una quinta parte.
La
inversión pública y privada, por su parte, a pesar del aumento del 15%
en el gasto público en el primer trimestre, mostró un decrecimiento de
-3%, mientras que la industria de la construcción reportó un
crecimiento del 0%. Todo indica que el único que trae dinero y lo está
gastando es el gobierno, pero su inversión no estaría incidiendo de
manera relevante en el PIB, ya que los otros motores no encienden. Así
que preparémonos por allá de septiembre de este año a la segunda
revisión a la baja de la expectativa de crecimiento.
Sólo
debemos tener presente que cada punto menos del PIB son 120,000 empleos
menos de lo esperado y 160,000 millones de pesos menos en términos de
inversión pública y privada. Y el círculo vicioso que se detona: menos
inversión, menos empleo, menos recaudación; por tanto, más estancamiento, más desigualdad, más inseguridad.
Hay
dos formas de medir el PIB. La más usual es la que conocemos: la
producción y el flujo de bienes y servicios en un año. Sin embargo,
dado que esta medición es tan "bruta" que mide por igual producción de
alimentos que autos, la ONU introdujo una medición más fina que no sólo
mide el capital físico de la nación, sino la creación de capital humano
(educación y bienestar social) y la reposición de sus recursos
naturales. Es el llamado PIB social o verde (Inclusive WealthIndex,
IWI). Consiste en quitarle lo burdo al PIB; es decir, incluir las
inversiones necesarias para generar un mínimo de bienestar y reponer
los recursos naturales consumidos en la producción.
Si
aplicáramos el IWI al 2.7 oficial, el resultado no sería de recesión,
sino de decepción. Obtendríamos un "crecimiento" de 3.9%, como el
esperado inicialmente, pero de signo negativo. Es decir, un
decrecimiento en términos reales y absolutos. De ese tamaño es el
ilusorio y pantanoso PIB esperado para este año.
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