Hace unos días publiqué un texto sobre la aprobación de la reforma de ley en el Distrito Federal (que han intentado aprobar en varios estados), basada en la más que descalificada teoría de Síndrome de Alienación Parental. La propuesta que hizo el psiquiatra Richard Gardner se basa en sus nociones de que “Debe ayudarse al niño a comprender que en nuestra sociedad tenemos una actitud exageradamente punitiva y moralista respecto al abuso sexual contra niños.” “Hay algo de pederasta en cada uno de nosotros.”
Hay quienes no han logrado entender la inmensa diferencia entre la manipulación parental (que por supuesto sí existe) y la honestidad de niñas y niños que revelan abusos de parte de adultos. De allí que quienes han asimilado la teoría de Gardner (sin la palabra síndrome) insisten en la hipótesis esencial de que niños y niñas mienten y las madres les incitan a que inventen abusos. Esto no es nuevo, ya Freud hablaba del deseo de incesto de los niños y aun hoy cantidad de psiquiatras aseguran que hay niñas que seducen a sus padres, omitiendo los componentes de jerarquía y poder entre un adulto y una niña o niño. Una cosa es que una niña imagine estar enamorada de su padre, o un niño de su madre, y otra que cualquiera de ellos establezcan una relación erótica rodeada de secretos y amenazas veladas. Lo mismo sucede con sacerdotes y maestros que, en una situación de poder, abusan de los niños que les ven como la representación del poder o de Dios. Cuando se evalúa el abuso sexual infantil o cualquier otra violencia contra niñas y niños, se precisa de un protocolo psicológico profesional (hay varias pruebas científicas para determinar si es producto de la imaginación o de la realidad); también hay protocolos para intervención judicial y exámenes forenses. El problema con la reforma legal es que todos los indicadores para determinar la alienación parental son exactamente los mismos que los del abuso sexual. Es decir, dependiendo de quién evalúe y valore los indicadores se puede decir que el niño miente o que fue manipulado (si el abusador tiene poder, es político, sacerdote, millonario o juez ya sabemos cuál va a ser la respuesta).
Sin duda es indispensable determinar si hay manipulación en un divorcio. Desde hace décadas ésta es una preocupación en el ámbito de los derechos humanos de la infancia. Especialistas de todos los ramos han buscado determinar de la manera más adecuada, científica y con protocolos probados, si padre, madre o tutores manipulan y ejercen violencia sobre su prole usándoles como instrumento de venganza ante la o el cónyuge. Esa tarea se lleva a cabo todos los días con grandes avances en México. Lo que resulta inaceptable es que en aras de resolver un problema tan grave como la violencia resultante de millones de divorcios, se legisle en contra de los avances en la protección de los derechos de niñas, niños y jóvenes víctimas de violencia.
Tengo en mis manos los documentos de la reforma de ley, también un recuadro comparativo entre los punteos para evaluar el abuso sexual infantil y la alienación parental: son los mismos; eso deja en indefensión absoluta a niños y niñas y les expone potencialmente a más maltrato por parte de las autoridades que, nuevamente, partirían de la noción de que niños y niñas mienten junto con la persona adulta que les protege.
Hay quienes aseguran que hay niños abusados que no quedan tan marcados por el abuso sexual como por la interpretación, escándalo y procedimientos judiciales que se hacen al conocer los abusos. Eso depende de cada caso; pero sin duda no es excusa para argumentar que es mejor desestimar y silenciar el abuso infantil (sexual psicológico o físico). Resulta indispensable avanzar en la defensa de los derechos de la infancia, trabajar en una cultura de no violencia en la pareja, procurar divorcios más civilizados (tema de otra columna), y evitar que cualquiera, padre, madre o tutores, legisladores y leyes absurdas manipulen y maltraten a niñas y niños a su antojo.
@lydiacachosi
Periodista
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