Ana Langner / El Economista
A inicios del mes, el presidente Enrique Peña Nieto anunció que este mes haría un corte de caja de la Cruzada Nacional Contra el Hambre, que arrancó el año pasado.
A inicios del mes, el presidente Enrique Peña Nieto anunció que este mes haría un corte de caja de la Cruzada Nacional Contra el Hambre, que arrancó el año pasado. Para el Centro de Investigación para el Desarrollo AC (CIDAC), pese a que 18 meses son pocos para evaluar la efectividad de un programa, sus características adelantan una historia típica en la mecánica de la política social en México: grandes promesas de disminución de la pobreza y la desigualdad, recursos erogados al por mayor, resultados marginales en la consecución del objetivo retórico o rotundos fracasos.
El Centro expone que por décadas, la política social en el país ha sido modificada a discreción de la administración en turno; no obstante, todas comparten la misma característica: un enfoque asistencialista de corto plazo que nunca puede trascender más allá de la nimia disminución de la pobreza.
El CIDAC detalla que los incentivos tanto del beneficiario como del gobierno para cambiar las cosas son pocos o nulos. A los que reciben apoyos de los programas sociales en muchas ocasiones les resulta más conveniente permanecer siendo beneficiarios de la política de redistribución que encontrar un empleo mal remunerado e inestable.
A decir de este think tank, los gobiernos perpetúan los programas sociales como una herramienta de control de gobernabilidad y consolidación de clientela electoral. En los gobiernos comprendidos entre 1994 y el 2012, el Centro sugiere que se proponía disminuir la pobreza en tanto que la actual administración concibe la política social como un mecanismo clientelar.
Las metas de Sin Hambre definen un camino idéntico a otros modelos de política social del pasado; “el programa sólo busca erradicar la pobreza alimentaria, pero sin generar capacidades, formación o desarrollo a largo plazo para sus beneficiarios”, expresa.
Por otro lado expone que el crecimiento del padrón de beneficiarios de los programas sociales no es el indicador correcto para medir su eficacia. Por el contrario, el que a lo largo de los años se siga incrementando el número de personas que reciben algún tipo de ayuda gubernamental es la muestra más evidente de lo poco que se ha avanzado para reducir la pobreza.
Por ahora los sectores de la sociedad evolucionarán cuando en el diseño de las políticas sociales se integre un factor que parece no considerado: el crecimiento económico, propone el CIDAC.
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