El reciente libro de Luis Hernández Navarro: Hermanos en armas: policías comunitarias y autodefensas (México,
Para Leer en Libertad AC, 2014, 423 pp.), constituye la investigación
periodística más integral, oportuna y lograda sobre un tema que ha
adquirido la mayor notoriedad en este México marcado por la violencia
delincuencial y del Estado, la inseguridad como forma de vida cotidiana
y el despojo neoliberal de trabajo, territorios y recursos estratégicos.
Analista
serio y diligente de la compleja realidad nacional, Hernández Navarro
posee la cualidad de una narrativa en la que se combinan relatos
minuciosos de acontecimientos, la descripción de personajes centrales o
paradigmáticos que en ellos participan, aunados a la
información-investigación de diversas fuentes bibliográficas,
documentales y testimoniales, así como interpretaciones y
posicionamientos en torno a lo descrito, todo lo cual produce un
trabajo de primer orden en el ámbito del periodismo profesional crítico
y responsable que este país requiere.
El autor escudriña las
condiciones estructurales, históricas y étnicas en las que surgen las
distintas expresiones del pueblo armado, que en al menos 10 estados de
la República se hacen cargo de su propia seguridad (y en algunos casos,
de la justicia), dadas las omisiones y abiertas complicidades de las
autoridades de los tres niveles de gobierno con el llamado crimen
organizado, incluyendo ministerios públicos, policías y fuerzas
armadas. El libro recupera y relabora algunos escritos publicados en La Jornada y El Cotidiano y
responde a una búsqueda de su autor por comprender la complejidad de
los procesos de autodefensa indígena, particularmente los de la Policía
Comunitaria de Guerrero, pionera en este ámbito de la experiencia
autonómica, la nueva guerra sucia que se vive en esta entidad;
los acontecimientos en territorios indígenas de Ostula, del municipio
de Aquila, Michoacán, que llevan a la conformación de grupos
comunitarios de autodefensa y a procesos de autonomía de facto inspirados
en el levantamiento zapatista; los primeros indicios de autodefensas en
Chihuahua; el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y,
finalmente, el alzamiento de Tierra Caliente, también en Michoacán, que
en 2013 hizo evidente
que el país vivía una situación absolutamente inédita.
Desde
el inicio del libro se van engarzando los procesos de los pueblos
indígenas que han vivido transformaciones profundas en el último medio
siglo, con todo lo que ha significado la imposición del modelo
neoliberal, que provocó la insurrección zapatista del primero de enero
de 1994 y la irrupción étnica que dieron una dimensión nacional a la
lucha de los pueblos originarios. Hernández Navarro considera, y
coincido con él, que la creación de la Coordinadora Regional de
Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria de Guerrero (CRAC-PC) es
expresión del proceso abierto en el diálogo de San Andrés.
El
tema de las autodefensas es tratado a lo largo del libro en sus
múltiples orígenes regionales, exponiendo críticamente las diferentes
opiniones expuestas en el debate nacional por actores políticos clave,
desde el Ejército Popular Revolucionario, que expone sus juicios en
varios comunicados, hasta el presidente de la Comisión Nacional de los
Derechos Humanos, Raúl Plascencia, que se convirtió
en un verdadero cruzado contra las autodefensas, y quien, a mi juicio, trastocó el cargo de defensor del pueblo por defensor del poder. Como bien señala Hernández Navarro: “En lugar de denunciar las violaciones de los derechos de los individuos por el Estado, el ombudsman se dedicó a hacer campaña nacional contra las policías comunitarias y las autodefensas”.
El
autor hace una distinción entre las policías comunitarias y los grupos
de autodefensa. Mientras las primeras responden a las estructuras de
los pueblos indígenas y sus integrantes son nombrados por las asambleas
comunales para brindar un servicio a los pueblos, las autodefensas son
grupos
de ciudadanos armados que buscan defenderse de las agresiones de la delincuencia organizada y los abusos policiacos. Sus integrantes no son nombrados por sus pueblos y no les rinden cuenta de sus acciones.
Muy importante también es la diferenciación de las autodefensas de otros grupos armados: las guardias blancas o
pistoleros al servicio de finqueros; los escuadrones de la muerte que
operan en la clandestinidad, sobre todo en el medio urbano, como brazo
armado del Estado para la agresión y ejecución de activistas y
defensores de derechos humanos (que podrían haber actuado recientemente
en Iguala, Guerrero, junto a los policías, en la artera masacre de
estudiantes normalistas), y los grupos paramilitares que son descritos
como “una red de pequeños ejércitos irregulares que cuentan con mandos,
integrados por indígenas y campesinos pobres, reclutados en comunidades
beneficiarias de las redes clientelares del priísmo tradicional,
entrenados y financiados en una especie de joint venture (alianza
estratégica) por las fuerzas de seguridad pública y grupos de poder
local, cuyo objetivo central es tratar de frenar la expansión de la
organización campesina e indígena independiente…Son el instrumento para
hacer la guerra que el Ejército federal no puede hacer directamente,
para frenar la expansión de la insurgencia”.
La obra de Luis Hernández Navarro, a contracorriente de la campaña de medios de comunicación, autoridades, intelectuales y ombudsman, plasma
la variopinta épica de miles de ciudadanos que no esperan a que la
seguridad pública llegue a sus ciudades, pueblos y territorios.
Ciertamente una causa noble y generosa de estos hermanos en armas,
cuyas acciones reales y verdaderos propósitos serán comprendidos a
cabalidad con la lectura de este excelente libro.
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