Carlos Bonfil
Entre la indignación y la nostalgia. Güeros,
de Alonso Ruizpalacios, cinta filmada en blanco y negro, ubicada en la
ciudad de México en el contexto atemporal de una huelga universitaria,
que es todos los paros y protestas y desencantos de una generación sin
asideros ni propósitos muy precisos (
Estamos en huelga de la huelga), es un primer largometraje de originalidad sorprendente.
Tres jóvenes, a los que luego se suma la novia de uno de ellos, se
colocan a contracorriente de una coyuntura política apremiante (una
revuelta estudiantil) y deciden partir en busca de un viejo roquero,
alguna vez popular, perdido ahora en las brumas de una mitología
incierta. Su propósito aparente es dejar atrás por un rato el letargo
cotidiano, explorar de lleno la ciudad entrañable y hostil, y afianzar
esos lazos afectivos confiables que son la amistad y la complicidad en
la confusión existencial compartida.
Epigmenio Cruz, músico de la banda Los Güeros y personaje enigmático de la historia, es el hombre que, cuenta la leyenda,
alguna vez hizo llorar a Bob Dylan, una suerte de Sugarman que pudo tocar en Avándaro y luego desapareció sin dejar mayor huella que la cinta musical que atesora el adolescente Tomás (Sebastián Aguirre). Es también, de algún modo, el agente propiciatorio del cambio radical que vivirán el paranoico Sombra (Tenoch Huerta), hermano mayor de Tomás, su amigo Santos (Leonardo Ortizgris), y en menor medida Ana (Ilse Salas), la lideresa estudiantil que decide acompañarlos en la larga travesía urbana.
Un
acierto en la cinta es el trabajo de fotografía de Damián García, quien
captura con texturas sugerentes el clima claustrofóbico de la ciudad
nocturna y también el de las asambleas estudiantiles, más desolador aún
en su estrépito estéril. Los jóvenes en Güeros recorren los barrios populares como antes lo hacían, entre el pasmo y el relajo, los protagonistas de Los caifanes
(Juan Ibáñez, 1966), aunque ya sin los filos de la provocación social.
Esta vez, la búsqueda melancólica se acompaña de música de Agustín
Lara, como medio siglo antes dominaba, en la película de Ibañez, el
desenfado lúdico de aquellos noctámbulos errantes con sus danzones y
sus antros de mala muerte. En ambos casos está presente la sátira de
una clase intelectual que poco sabe de cómo viven las clases populares,
y en la que se incluye, con ironía autoparódica, el propio equipo de
rodaje de Güeros.
La cinta se muestra en el momento más oportuno, cuando una
generación estudiantil parece sacudirse las inercias inducidas para
encontrar más en la indignación que en la nostalgia un enorme estímulo
vital. En esta nueva coyuntura incide hoy venturosamente la experiencia
del joven realizador mexicano.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 12 y 18 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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