Miguel Concha
El
próximo lunes se cumplen cuatro meses de los lamentables hechos de
Iguala, Guerrero, en los que fueron desaparecidos forzadamente 43
jóvenes, tres fueron arbitrariamente ejecutados, y una
veintena fueron torturados y lesionados de gravedad. Sabemos también
que fueron detenidos José Luis Abarca, presidente municipal de Iguala
en ese momento, y su esposa, María de los Ángeles Pineda, así como casi
una centena de personas, tanto servidores públicos como miembros de
grupos delictivos. Cabe entonces hacer algunas consideraciones sobre el
proceso judicial hasta ahora iniciado en su contra, correlacionándolo
con los sucesos del 26 y 27 de septiembre pasado y con los derechos de
las víctimas.
Primero tendríamos que decir que la información aportada por la
Procuraduría General de la República (PGR) a los medios nos deja
entrever que hasta el momento las consignaciones de la pareja no son
necesariamente por los hechos de Iguala. Puede ser en cambio que por
alguna extraña intención se capturó y consignó por fin a José Luis
Abarca, pero que a pesar de las declaraciones oficiales se obvió hacer
de inmediato alguna acusación que lo relacionara directamente con el
caso de Ayotzinapa.
Entendemos que la consignación es sobre todo por delitos de
delincuencia organizada, secuestro y homicidio calificado, y que por lo
que hace a su concubina los delitos que se le imputan son también por
delincuencia organizada en su modalidad de narcotráfico y por lavado de
dinero. Pero en todo este proceso penal ninguno de los delitos hasta
ahora mencionados por las autoridades tiene relación explícita con la
desaparición, muerte y tortura de personas en Iguala el 26 de
septiembre.
Preocupa entonces, reitero, que la puesta a disposición de jueces
por estos lamentables hechos sea por otros delitos, pero no por la
desaparición de los 43 jóvenes. Además, salta a la vista la falta de
claridad en la información hasta ahora proporcionada por la autoridad a
la sociedad. Por ejemplo, recientemente el director en jefe de la
Agencia de Investigación Criminal de la PGR, Tomás Zerón de Lucio,
informó que se girarían nuevas órdenes de aprehensión contra Abarca por
los hechos del pasado 26 de septiembre. Sin embargo nosotros, a cuatro
meses de los hechos, seguimos en total incertidumbre. Ni las familias,
ni la sociedad en sentido amplio, sabemos por cuáles delitos,
modalidades y quiénes serían las víctimas en los procesos penales que
supuestamente relacionarán a los Abarca con el caso Ayotzinapa.
Después de consultar con especialistas, y en apego a los derechos
humanos, me aventuraré a sugerir que en el caso del ex presidente
municipal, la PGR no debe dilatar más la consignación también por
delitos como desaparición forzada, inhumación clandestina de personas,
homicidio en autoría intelectual y, por supuesto, tortura, por
mencionar sólo algunos de los que considero importantes.
Por lo que hace a la esposa, la PGR debería hallar elementos
suficientes para comprobar en algún grado su culpabilidad en la
comisión material o intelectual de esos delitos. En efecto, y muy a
nuestro pesar, las averiguaciones y consignaciones llevadas a cabo por
la PGR nos parecen insuficientes e incluso timoratas. No avanzan en la
garantía de los derechos de acceso a la verdad y a la justicia que
tienen todas las familias y los jóvenes normalistas. Se han quedado
cortasporque, de consignar por los delitos que menciono, sí se podría avanzar considerablemente en la obtención de justicia, pues los delitos de desaparición forzada y tortura son en efecto cometidos por el Estado en su conjunto, y por ello causan escozor al sistema penal mexicano.
Pero
si se investigan con la debida diligencia, se repara el daño y se
generan garantías de no repetición, estaríamos avanzando en la
transformación de un Estado criminal a uno que verdaderamente respeta
por igual la dignidad de todas las personas y los pueblos. Estos
crímenes de Estado son, en realidad, conforme a una definición dada por
Penny Green y Tony Ward, la concreción de
la desviación organizacional por parte de agencias del Estado que involucra la violación a derechos humanos.
Y echando mano del derecho penal internacional, podemos decir que se
trata de acciones de Estado que configuran crímenes de lesa humanidad.
En efecto, si revisamos a detalle los instrumentos internacionales en
la materia, podemos dar cuenta de que en el caso de la desaparición
forzada y la tortura la responsabilidad es del Estado en su conjunto, y
no únicamente del primer eslabón en la cadena de mando. Sin embargo,
hemos visto que de manera recurrente se ha querido circunscribir el
caso de Ayotzinapa a un hecho aislado y localizado en el estado de
Guerrero, obviando que todas las estructuras estatales están inmersas
en tal situación, y que efectivamente el desvío de poder genera en
forma sistemática delitos y violaciones a los derechos humanos. Es
decir, son crímenes de Estado.
Las particularidades del caso Ayot-zinapa proporcionan elementos
suficientes para que la PGR avance en las averiguaciones por
desaparición forzada y tortura no sólo en el caso de los policías o
mandos medios, sino también en los del ex presidente municipal o de
cualquier otro alto funcionario. Asimismo, y si fuera el caso, es
preciso que amplíe sus líneas de investigación para descartar la
participación de las Fuerzas Armadas en estos graves hechos, y probar
que en efecto no hubo militares implicados. De no ser así, el Estado
falla nuevamente en garantizar los derechos de todos.
Justicia para Ayotzinapa no quiere decir condicionar o escatimar
recursos y esfuerzos en la búsqueda de los jóvenes y el castigo de los
culpables, sino transformar radicalmente una maquinaria estatal y
criminal que ahora dirige su energía hacia el exterminio de las y los
más pobres. Justicia para Ayotzinapa es un país y un mundo diferentes.
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