Cristina Pacheco

Julieta: –¡Cuidado! Por poco chocamos.
Marisa: –Es que ese tipo me pone nerviosa. ¿Qué quiere?
Julieta: –Que te hagas a un lado. Oríllate y déjalo pasar.
Marisa: –Los hombres siempre tienen prisa. (Maniobra hacia el carril de baja velocidad.) Échame aguas con el taxi.
Julieta: –Está cubriéndote, ¿no ves?
Marisa: –Traigo el coche de Gerardo y no quiero darle ni un rozón.
Si lo hago, mi esposo dirá lo que me dice siempre que tengo un
accidente:
Por ese golpe mi coche se devaluó. El día que lo venda me darán por él una miseria.(Finge bostezar.) ¡Qué hueva!
Julieta: –Por fortuna ya no tengo ese problema.
Marisa: –¿Andrés no te presta el coche?
Julieta: –Ni me lo ofrece ni se lo pido, y eso que lo pagamos entre los dos.
Marisa: –Pues qué tonta. Yo que tú, le reclamaba.
Julieta: –Terminaríamos discutiendo, y no quiero. Ya bastante lo hicimos en nuestros cuatro años de matrimonio.
Marisa: –¿Tan poquito duraron casados?
Julieta: –Sí, pero sobre todo los últimos meses con Andrés me parecieron una eternidad.
Marisa: –Jamás pensé que llegarías a hablar así de tu marido.
Julieta: –Mi ex, por favorcito. (Mira hacia el edificio de la esquina.) –Ya llegamos. Sube. Te invito un café.
Marisa: –Otro día. No quiero encontrarme con Andrés y que vaya a ponerme mala cara.
Julieta –¿Por qué? Pago la mitad del alquiler, o sea que el
departamento también es mío. (Consulta su reloj.) –No creo que Andrés
haya llegado; pero si está, le dará gusto verte. Él te aprecia mucho.
Marisa (se estaciona): –Si me divorciara de Gerardo no podría seguir
viviendo con él y tratarlo como si nunca hubiéramos sido esposos.
Julieta (abre la portezuela): –Si ganaras lo que yo y no pudieras
pagar una renta tú sola, me canso que podrías. (Ve hacia el segundo
piso): –No hay luz en la ventana. Te lo dije: no ha llegado. Ven, sube.
II
La sala-comedor es pequeña. Sobre la mesa de centro hay
un vaso con gardenias, dos tazas y una cafetera. Marisa ocupa el sillón
principal; Julieta, un taburete.
Marisa: –Veo que conservaron todos los muebles. (Se inclina.) –¡Qué lindas flores!
Julieta: –Las compró Andrés la otra noche que me invitó a la
Cineteca. (Advierte la sonrisa de su hermana.) Como amigo es
formidable. Como marido era terrible. ¿Otro café?
Marisa: –No, pero te acepto una galletita.
Julieta: –No tengo: desde abril estamos a dieta. Andrés ha bajado tres kilos. Con que pierda unos seis más se verá guapísimo.
Marisa: –¿No te da miedo que vaya a gustarle a otra persona y..?
Julieta: –No. Nuestro divorcio es muy reciente, pero hemos hablado
mucho del tema. Sabemos que un día él quizá se enamore de otra mujer.
Lo mismo puede ocurrirme a mí, ¿no crees?
Marisa: –¿Te casarías de nuevo?
Julieta: –Por el momento no. Me siento bien sola.
Marisa: –¿Estabas enamorada de Andrés cuando se casaron?
Julieta: –Lo quería, pero no lo suficiente para ser su esposa.
Marisa: –Entonces, ¿por qué accediste al matrimonio?
Julieta: –Por la presión de la familia. En todas las reuniones me decían:
Marisa y tus primas ya se casaron. ¿Tú, cuándo?Mis padres, ¡ni se diga!: les urgía verme convertida en la señora de alguien.
Marisa: –Me sorprende que hayan reaccionado tan bien ante tu divorcio.
Julieta: –No creas. La otra noche mi mamá salió con que le mortifica
muchísimo mi situación, porque la vida que llevo con Andrés sólo puede
calificarse de amasiato. (Ríe.) Y eso que estamos en el siglo XXI...
Marisa: –¿Y qué le dijiste?
Julieta: –Primero, que entre Andrés y yo no hay relaciones íntimas;
segundo, que por la situación económica de ambos nos sale mejor, más
barato, vivir juntos que separados. La verdad: yo no podría sola con
los gastos de una casa.
Marisa: –Mis papás lo saben y esperan que regreses a vivir con ellos.
Julieta: –Si hay algo que no quiero es ser hija de familia a los 40
años. Me divorcié de Andrés porque me trataba como si yo fuera su
niñita a la que tenía que decirle cómo vestirse, a quién ver, adónde
ir. ¡Me harté! Mejor dicho, nos hartamos.
Marisa: –¿Él por qué? Fuiste una buena esposa.
Julieta: –En algunos aspectos, pero en otros... No lo dejé sentir
que esta era también su casa y no sólo mía. Si se le antojaba invitar a
sus amigos, luego luego ¡mi carota! Si se le ocurría cambiar un mueble
o comprar alguno sin consultármelo, ¡ni te cuento..! Llegué a gritarle:
Haz lo que quieras en la calle o en tu coche, pero aquí yo decido. Como ves, los dos contribuimos al hartazgo y a la separación.
Marisa: –Lamento que ya no sean esposos.
Julieta: –Creo que nunca lo fuimos, en realidad; en cambio, estoy segura de que estamos aprendiendo a ser amigos.
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