Arturo Alcalde Justiniani
Editorial La Jornada
Esta semana se inauguró
una nueva maniobra de las autoridades laborales para impedir a toda
costa el ejercicio del derecho de huelga en nuestro país y así dejar
impecable la estadística oficial de cero huelgas, símbolo de
la paz laboralde la administración de Peña Nieto.
Se trata de los 600 trabajadores académicos y administrativos del
Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD), con sede en
Hermosillo, Sonora, y sus extensiones en distintas regiones del país,
institución con más de 30 años de vida, que se ha ganado un gran
prestigio en su campo. El contexto: la revisión que conforme a la ley se
debe llevar a cabo cada dos años al contrato colectivo de trabajo. En
condiciones normales se hubiera llegado a un acuerdo; así lo ha
demostrado la Red de Sindicatos Democráticos de los Centros Públicos de
Investigación del Conacyt, a pesar de la precaria política salarial
impuesta por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público de incrementar
tan sólo 3.15 por ciento a los salarios, menor aún a 4.2 por ciento
otorgado a los mínimos, política que ha generado una constante
degradación en las remuneraciones de los académicos e investigadores en
todo el país, ocasionando una creciente fuga de cerebros.
En el caso del CIAD existen elementos particulares que dificultaron
el entendimiento laboral. En primer lugar, la resistencia de la
institución a tratar la problemática de la seguridad social. Sus
trabajadores no están protegidos por institución alguna, a pesar de lo
que señala la ley. No se encuentran afiliados ni al Issste ni al IMSS,
sino que el propio CIAD creó un fideicomiso, cuyos recursos y servicios
son cada vez más raquíticos. Un segundo elemento es el abandono, por
parte de su director Pablo Wong, en el ejercicio de su gestión; basta
señalar que el pliego de peticiones que le fue notificado desde el 18 de
diciembre de 2015 fue revisado por él hasta el 22 de febrero de este
año, ocho días antes de concluir la negociación. Se negó incluso, al
llamado de las autoridades para conciliar el conflicto. Un tercer factor
desfavorable al acuerdo fue la negativa de la institución a formular
una propuesta clara en materia de incremento salarial. Todo fue evasivo.
Al no encontrar una mínima respuesta a sus peticiones, como era de
esperarse, la asamblea de trabajadores no tuvo otra opción que estallar
la huelga el primer minuto del primero de marzo. Las autoridades
laborales se abstuvieron de conciliar activamente, asumiendo una actitud
parcial en favor de la institución. De manera sorpresiva, 40 minutos
después de iniciada la acción en todos los centros laborales del país,
resolvieron declararla improcedente, decisión que ha generado una gran
indignación. Parece increíble que hayan argumentado que la huelga es
improcedente porque el sindicato no había señalado
personal de emergencia. Toda una ocurrencia.
No existe antecedente en la ley, en la jurisprudencia, ni en la
doctrina que condicione el ejercicio del derecho de huelga a que el
sindicato señale personal de emergencia, porque tal derecho corresponde
al patrón cuando considere que es necesario designar trabajadores que
continúen labores de mantenimiento. En este caso, aún sin tener
obligación, el sindicato, a petición de la Junta, propuso dicho personal
por escrito; sin embargo, la autoridad alegó absurdamente que se debió
haber hecho el mes anterior. Por otro lado, la grotesca resolución del
representante del gobierno ante la Junta Federal de Conciliación y
Arbitraje se dictó en el texto de la audiencia de conciliación, iniciada
desde las cinco de la tarde y continuada artificialmente hasta después
de estallada la huelga; esto es, la Junta se negó a concluirla antes del
estallamiento para esperar primero confirmar que los trabajadores
suspendían las labores y después, como una trampa, descalificar el
movimiento. Una referencia a la ley exhibe la ilegalidad de la decisión
gubernamental. El artículo 926 de la Ley Federal del Trabajo señala
textualmente:
La Junta citará a las partes a una audiencia de conciliación, en la que procurará avenirlas, sin hacer declaración que prejuzgue sobre la existencia o inexistencia, justificación o injustificación de la huelga. Esta disposición es clara para evitar la maniobra que hoy lleva a cabo la Junta Federal, provocando un verdadero galimatías, no sólo por lo infundado de su resolución, sino por dictarla después de estallada la huelga, cuya impugnación legal corresponde en todo caso al patrón, que cuenta con 72 horas posteriores a la suspensión de labores para solicitar su inexistencia. Si no lo hace, se considera existente.
La conducta del representante del gobierno federal repite con
argumentos distintos la manipulación de esta audiencia conciliatoria
para impedir el derecho de huelga. El pasado noviembre inventó otras
causales en contra del Sindicato de los Trabajadores del Instituto
Mexicano de Tecnología del Agua.
Estas decisiones, contrarias al más elemental estado de derecho, son
muestra clara de la subordinación de las autoridades laborales a las
consignas del Poder Ejecutivo y fortalecen la exigencia de una reforma
al sistema de justicia para que existan jueces imparciales que ajusten
su conducta a la ley. Sin embargo, todo indica que el gobierno no piensa
renunciar a ser juez y parte. Así lo demuestra el curso de los trabajos
de la llamada reforma laboral, que de manera encubierta se lleva a cabo
en Palacio Nacional, bajo la conducción de la Consejería Jurídica de la
Presidencia, más allá de los foros de consulta que carecen de
relevancia y en nada inciden en la dura realidad que hoy presenciamos.
Por ahora, lo importante es hacer causa común con los y las
trabajadoras del CIAD. En primer término, contrarrestando la falsa
información de que incurrieron en errores técnicos. He tenido a la vista
la documentación enviada por el sindicato y su apoderada legal, y es
evidente que cumplieron con todos los requisitos de ley. Como dirían los
abogados: la estallaron en tiempo y forma. Lo demás es tratar de
desviar la atención sobre los verdaderos responsables de este conflicto,
como siempre.
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