4/05/2011

Hasta la madre


Pedro Miguel

Juan Francisco Sicilia Ortega no es ni más ni menos importante que cualquier otro muerto de esta guerra estúpida. Puede representar a todos ellos. Dependerá de nosotros, deudos de una nación ensangrentada y desarticulada, que así sea. Dependerá de nosotros que la náusea y la ira tomen un rumbo preciso de acción para detener el baño de sangre que padecemos por obra de los intereses imperiales y de sus socios y ejecutores locales: las mafias políticas, empresariales y mediáticas que en 2006 se vieron ante la disyuntiva de perder el poder o destruir al país, y que optaron por lo segundo.

Treinta o 40 mil muertos después, el saqueo regular a la población y al erario, el terror de Estado, la entrega de regiones a grupos paramilitares, la plena disolución de la seguridad pública y los ejercicios de simulación de normalidad democrática han tenido efectos catastróficos en la sociedad: la desarticulación y el desaliento son evidentes y empieza a proliferar una suerte de resignación ciudadana ante el achicamiento, el enrarecimiento y el deterioro generalizados en todos los espacios de la vida, especialmente en el ingreso, la educación, la calle, la salud y la seguridad. Los saldos de 30 o 40 muertos diarios son un trago cotidiano amargo, pero cada vez más familiar. Si hace unos años era exasperante la proliferación de asaltos, hoy esos episodios delictivos ya ni escandalizan, porque se han instalado en nuestras posibilidades adversas el levantón, el tránsito súbito a la condición de baja colateral, la decapitación y el desmembramiento.

Ni el miedo, ni la desesperanza ni el cinismo han disipado la exasperación y la rabia de vastos sectores de la población ante la destrucción programada del país. Pero, hasta ahora, ninguna de las masacres, ninguno de los robos, ninguno de los atropellos ha logrado congregar el hartazgo nacional ante la administración corrupta, irresponsable, entreguista y cruenta. No lo consiguieron, por diversas razones, los llamados de empresarios prominentes que sufrieron secuestro y asesinato de un pariente cercano, ni los homicidios múltiples en Ciudad Juárez, ni el desprecio oficial por la vida de los niños que murieron quemados en la Guardería ABC, ni el uso faccioso de los aparatos de justicia, ni la cesión a mineras transnacionales de buena parte del territorio nacional, ni el brutal despido de 40 mil electricistas, ni las muestras de connivencia entre el poder público y las organizaciones delictivas a las que dice combatir.

El asesinato de siete personas en Temixco, perpetrado la semana pasada por un grupo de la delincuencia organizada, incrustado o no, con vínculos o no, en alguna corporación de seguridad pública, podría ser el detonante para que la sociedad exprese, de manera masiva, inequívoca e indiscutible, el enojo contenido por tantos agravios. El llamado a tomar las calles formulado por Javier Sicilia, padre de una de las víctimas, ha prendido. Mañana, en una decena de ciudades del país, un número incierto de ciudadanos se reunirá para exigir que el gobierno federal ponga un alto al baño de sangre. Ya no es tiempo de experimentos, y nunca debió serlo, porque la materia de experimentación ha sido la vida humana. Ya no debe haber margen de condescendencia o tolerancia ante un régimen que declara una guerra, por ocurrencia propia o por imposición gringa, y que después no sabe cómo perderla, mucho menos cómo ganarla, y que termina diciendo: yo no fui.

Que no se equivoquen: la responsabilidad política por las entre 30 y 40 mil vidas destruidas –sin contar las de las viudas, los viudos, las y los huérfanos, las madres y los padres– recae en el jefe nominal del régimen; el mismo que, en la hora de la carnicería, se sube a jugar a un avión de la Fuerza Aérea Mexicana y lanza una broma pueril y disociada: ¡Disparen misiles!

La ciudadanía no tiene por qué dirigirse a la delincuencia no gubernamental ni exigirle nada, ni hacerse justicia por propia mano, ni ir a comprar armas de fuego; para eso mantiene –y a qué precio– un aparato gubernamental legal y constitucionalmente encargado de prevenir el delito, procurar justicia y velar por las seguridades pública y nacional. Para eso tiene carretadas de dinero nuestro, para eso detenta el monopolio de la violencia legítima, para eso paga –se supone– un enjambre de sesudos asesores.

El llamado es para mañana, miércoles, a las cinco de la tarde. En varias ciudades. En la capital el encuentro será en la explanada de Bellas Artes para partir rumbo al Zócalo. De la ciudadanía depende que el llamado fructifique y que pueda enviarse al calderonato un mensaje civil inocultable y masivo: arreglen como puedan esta idiotez sangrienta o quítense de ahí. Estamos hasta la madre.

La gota de sangre que derramó el vaso

John M. Ackerman

Ahora sí erraron el blanco. No es lo mismo haber matado al hijo de Javier Sicilia que a los de Alejandro Martí, Nelson Vargas o Isabel Miranda de Wallace. Si bien ellos llegaron a ser importantes voces ciudadanas de repudio a la inefectividad gubernamental, hoy ya no insisten en la renuncia de los que no pueden, sino se dedican a recibir premios y a respaldar la totalitaria Iniciativa México (IM) en su campaña por mover las conciencias de los mexicanos (mi análisis de IM: http://bit.ly/9dob1b).

Pero otra historia se contará sobre el caso de Juan Francisco Sicilia y su padre Javier. Felipe Calderón se apresuró a llamar por teléfono al poeta inmediatamente después de que el cadáver de su hijo fue encontrado porque sabe que ésta podría ser perfectamente la gota de sangre que derrame el vaso. Javier Sicilia es un hombre culto y de izquierda que difícilmente podrá ser domesticado. Podríamos estar a punto de vivir una verdadera avalancha social de repudio al sangriento fracaso en materia de seguridad pública.

Todo ciudadano mexicano verdaderamente interesado en la justicia y la paz debe responder positivamente a la convocatoria que Sicilia ha lanzado para participar en una movilización nacional mañana miércoles 6 de abril a las 17 horas. El objetivo será expresar el repudio social generalizado a la violencia y muerte generadas tanto por los delincuentes como por las autoridades gubernamentales.

Todos los que tengan la posibilidad de llegar a la Paloma de la Paz tendrán el privilegio de colmar las calles de Cuernavaca al lado del poeta. Los demás podrán expresar su solidaridad organizando actividades e iniciativas cívicas en sus escuelas, barrios y lugares de trabajo. Todo se vale, desde portar una simple playera o calcomanía de No + sangre hasta organizar un performance en la vía pública o un cordón humano alrededor de Los Pinos.

¿Hasta dónde va a llegar si no pasa nada?, preguntó un periodista a Sicilia el viernes pasado. Hasta donde la ciudadanía quiera, hasta que renuncien, hasta que se vayan o hasta que quede claro que ya no queremos más muertos. Esos cabrones tienen que dar cuenta a la ciudadanía.

Esta ciudadanía que el poeta refiere ya no le cree ni al gobierno ni a la televisión. El viernes pasado, el diario Reforma informó que 53 por ciento de la población está convencido que el crimen organizado está ganando la guerra contra el narcotráfico. Hace unas semanas, el 21 de febrero, otro periódico, El Universal, reportó que 63 por ciento de la población cree que la estrategia de Calderón ha sido un fracaso.

Los datos hablan por sí solos y explican el desesperado lanzamiento de hace 10 días del artificial acuerdo entre los principales medios electrónicos para homologar la cobertura de la violencia en el país. Ello además es una evidente respuesta al éxito que la campaña No + sangre ha tenido entre la ciudadanía. Televisa y Tv Azteca acordaron poner la información sobre la violencia en su contexto correcto y en su justa medida y dejar claro que la violencia es producto de los grupos criminales y no de las autoridades gubernamentales. Más que buscar parar la sangre y cerrar las heridas, los poderes fácticos nos invitan simplemente a cerrar los ojos e ignorar la realidad.

Nos encontramos frente al gran precipicio de la historia, nos explica el promocional del acuerdo firmado en el Museo de Antropología: una parte de nosotros prefiere mirar hacia el abismo. Pero hay otra parte de nosotros que prefiere ver hacia el cielo, que sabe que es momento de volar. El mensaje es claro: se busca remplazar la participación social con el escapismo ciudadano, para huir de la realidad hacia una fantasía irreal que facilite el control social.

IM no promueve la unidad, sino la división entre los mexicanos. Dice explícitamente que hay dos Méxicos en nuestro país, el de los buenos y el de los malos. Y esta división no se configura alrededor del tradicional alineamiento entre delincuentes y gente de bien, sino alrededor de nuestra actitud ante la vida. Para Televisa, existe un México que se esconde en el escepticismo de nuestra mente. Y el otro México, que vive en el optimismo de nuestros corazones, un México que aprendió a quejarse de su gobierno, de su burocracia, de sus deudas históricas y otros mexicanos, más modernos, que reconocen que la causa somos nosotros mismos.

No existe diferencia alguna entre este maniqueísmo simplista y reduccionista y aquel otro utilizado por los secuestradores de Diego Fernández de Cevallos cuando señalaban que la sociedad mexicana está dividida en dos: ellos y nosotros. Ellos ricos y nosotros pobres, cuyos mundos y realidades son totalmente opuestos.

Es cierto que solamente una sociedad unida podrá salir avante en esta nueva etapa de la lucha por la seguridad pública. Pero para lograr la verdadera unidad primero será necesario romper con lo que el mismo Sicilia ha llamado las iglesias degeneradas llamadas gobierno y Televisa, que en lugar de honrar la palabra solamente buscan el lucro y el poder (artículo completo de Sicilia aquí: http://bit.ly/fuP2TF). Ha llegado la hora de la construcción de una verdadera fuerza social, crítica e independiente.

www.johnackerman.blogspot.com

Twitter: @JohnMAckerman.

Alberto Aziz Nassif

México: una democracia vacía

Las principales razones que han vaciado a la democracia mexicana y la han convertido en un cascarón vacío son la falta alternancia entre proyectos de desarrollo para el país, la captura del Estado y la violencia. Como si sólo hubiera una ruta, una política pública, una orientación económica, México ha seguido las recetas de estabilidad macroeconómica y ha sacrificado todo lo demás. Tenemos un modelo económico que no resuelve, no genera suficientes empleos, excluye a millones de ciudadanos jóvenes y los manda a la informalidad, a la migración o al crimen organizado. Esta falta de opciones se debe a una operación política para que no haya alternancia en el modelo de desarrollo, como sucedió en el 2006. En México sólo ha gobernado la derecha, por eso nuestra democracia no se ha podido consolidar. Por eso dicen que la transición democrática es hemipléjica, porque sólo mira hacia la derecha.

Varios de los nudos que tienen atorado el desarrollo del país apuntan hacia la monopolización que se tiene en importantes zonas de la vida pública, a tal grado que tenemos un Estado capturado por los intereses. Los últimos gobiernos no han mostrado ninguna voluntad política para cambiar esta situación. Se han acomodado entre los intereses. La partidocracia ha perdido rumbo y sensibilidad, encerrada en sus propios privilegios, ha sido incapaz de romper con los intereses monopólicos para regularlos, simplemente navega entre ellos.

Hoy las campanas anuncian otra sucesión presidencial y las fuerzas políticas se alistan para contender. El viejo partido piensa que su regreso a Los Pinos está garantizado, pero en realidad no se sabe muy bien por qué razón. La derecha panista está entrampada en una mala estrategia de “guerra” contra el narco, además de su limitación ideológica que la lleva a mantener la receta del consenso de Washington como eje de su política económica. La izquierda perredista está fracturada en dos bandos, no ha podido formar un consenso amplio, está confundida entre tácticas y estrategias y, a pesar de ser la única opción para un cambio de rumbo, tiene instrumentos partidistas deficientes para ganar las elecciones del 2012.

La parafernalia electoral ocupa el espacio público e impide el debate sobre los proyectos de futuro para el país. El PRI, el mismo de siempre, prepara una maquinaria para consolidar a México como un país de clientelas, intercambio de bienes y favores por votos. En un país con tanta pobreza, con un débil Estado de derecho y plagado de corrupción, el PRI encaja de forma perfecta para que las cosas sigan igual y los intereses monopólicos no se preocupen por algún cambio. El PAN ya va para dos sexenios de gobierno. Tuvo su oportunidad. La primera vez llegó con gran legitimidad, la segunda fue a patadas y prisionero de alianzas vergonzantes que lo llevaron a formar una coalición de gobierno sin capacidad para regular los grandes intereses monopólicos. La decepción que han generado los dos gobiernos panistas y sus limitados resultados le complican un tercer sexenio en la presidencia. El PRD, desde la derrota de 2006, no ha encontrado el rumbo y a pesar de pagar enormes costos en su imagen, que lo han hecho perder millones de votos, apuesta su próxima batalla a conservar el gobierno de la ciudad de México y a que el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) lo pueda sacar a flote.

Pero el vaciamiento de proyectos que se han cambiado por spots ha llenado el espacio público de violencia y de agresiones a la sociedad. Cada vez que alguien pierde la vida a manos de la delincuencia organizada hay una derrota de la autoridad, incapaz de protegernos a los ciudadanos. El asesinato de Juan Francisco Sicilia y de un grupo de jóvenes es una tragedia que vuelve a agraviar a la sociedad. La sentencia de Alejandro Martí se vuelve a escuchar: “si no pueden, renuncien”. Ahora el padre de Juan Francisco escribe una carta abierta a políticos y criminales con la sentencia de: “Estamos hasta la madre…” (Proceso, 1796). La violencia ha terminado por vaciar a la democracia, porque como dice Sicilia en su carta: “Estamos hasta la madre de ustedes, políticos (…), porque en sus luchas por el poder han desgarrado el tejido de la nación, porque en medio de esta guerra mal planteada, mal hecha, mal dirigida (…) han sido incapaces —a causa de sus mezquindades, de sus pugnas, de su miserable grilla, de su lucha por el poder— de crear los consensos que la nación necesita para encontrar la unidad sin la cual este país no tendrá salida”. Creo que muy pocos no firmarían esta sentencia.

México se acerca otra vez al ciclo de la sucesión presidencial, pero esta vez con una democracia endeble, una clase política incapaz, un Estado capturado y con sociedad que se encuentra “hasta la madre”…

Investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS)
José Antonio Crespo

El pacifista y la guerra

En mis años universitarios tuve la fortuna de conocer a Javier Sicilia. Era un joven sencillo, amable, sin espada en la mano ni afán de competir, sino de brindar ayuda y afecto. Convivimos de buena manera con otros amigos. En esos años, varios miembros del grupo iniciaron su búsqueda espiritual; Javier optó —pese a todo— por continuar en la Iglesia católica, pero bajo una óptica algo distinta (más próxima a la palabra y el ejemplo de Jesús). Sicilia se convirtió en uno de los poetas y críticos más lúcidos dentro del catolicismo.

Dejé de frecuentarlo, pero de vez en vez nos hemos topado, siempre con el mismo afecto, admiración y respeto por su verticalidad, afabilidad y cariño. Carlos Castillo Peraza llegó a ver en él a un joven “casi místico”. Ahora le ha tocado sufrir una injusta y absurda tragedia con la ejecución de su hijo, en medio de la tonta estrategia contra los capos, de Felipe Calderón. Razón demás, dirá el gobierno, para intensificar esa guerra. Pero cada vez menos gente piensa así.

Es cierto, como dice el convenio para la cobertura mediática de la violencia, que los perpetradores son los criminales, los capos, los sicarios. Pero exigir con marchas o desplegados dirigidos a esos criminales que detengan la violencia no parece muy eficaz (salvo acuerdos de por medio). Tras la condena de cajón a los criminales, procede el debate sobre si la forma en que el Estado enfrenta esa calamidad es la adecuada. Y es que no hay una alternativa para ello, sino varias. Los estudios de Fernando Escalante reflejan con nitidez que los operativos militares están relacionados con el incremento de las muertes, para no hablar de la violación de derechos humanos, lo mismo de sicarios que de inocentes.

De no haber sido el hijo de Javier —Juan Francisco, de 24 años y a quien no conocí, uno de los ejecutados en Morelos— fácilmente pudo habérsele criminalizado, como ocurre en muchos otros casos. La manta justificatoria hablaba de denuncias. Pero se maneja como tesis que los asesinos eran policías que asaltaron a los jóvenes y los amenazaron, queriendo responsabilizar después a los cárteles (cualquiera puede hacerlo ya). Parece mejor replegarse ante la amenaza del crimen organizado y los abusos del crimen oficial (es decir, de policías y autoridades). Estamos indefensos en esta guerra. Ya no hay Estado que proteja, sino que debe uno protegerse del Estado. Y es que las guerras no son de buenos contra malos, sino de malos contra malos. Una vez desatadas las hostilidades, sobreviene la locura de los beligerantes, no hay derecho ni justicia que valgan, se pierde el control de todo y todos. Algo que Calderón nunca ha reconocido, pero es cada vez más evidente. Éste es un nuevo ejemplo de que la premisa de la estrategia no debió ser “para que la droga no llegue a tus hijos”, sino “para que tus hijos no busquen la droga”, pues lo que llega a nuestros hijos no es la droga (si no la buscan), sino metralla de sicarios, policías o militares, levantones, ejecuciones o balas perdidas (aunque no las busquen).

Como pacifista consistente, Javier siempre condenó, no la lucha contra el crimen en sí, sino la estrategia improvisada de Calderón, mal planeada y aplicada, basada en palos de ciego, iniciada con precipitación, que derivó en el desastre actual: “Toda guerra es terrible: muerte, miedo, despojo, odios que se expresan en atrocidades, familias rotas, miseria… vivimos una guerra sin significado que nos tiene en el terror”, escribió Sicilia en noviembre. Ahora, esa guerra sin significado desgarró a su familia, y su alma.

Hemos insistido en que, de continuar la tendencia actual, podríamos contabilizar entre 70 y 80 mil muertes como saldo del sangriento sexenio. Pero no sabemos qué va hacer el próximo Presidente ni si podrá regresar las furiosas avispas que picotean por toda la casa a su rincón original (el avispero no es erradicable, como ha sostenido Calderón). De continuar la tendencia en el siguiente sexenio, las cifras se dispararán aún más: para 2013, las muertes llegarían a 30 mil sólo ese año. Y en conjunto, en todo el sexenio próximo las víctimas alcanzarían la escalofriante y descomunal cifra de… 260 mil (sin contar las del gobierno de Calderón). ¿De verdad vamos a continuar por ese absurdo y mortal desfiladero? Por lo pronto, un abrazo cariñoso y más sentido pésame a mi viejo amigo Javier.

cres5501@hotmail.com
Investigador del CIDE

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