Jorge Melendez Preciado
Después de los liderazgos fuertes e impositivos de Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) no ha tenido un dirigente que controle a sus tribus o grupúsculos. Ni siquiera el inteligente y volátil Porfirio Muñoz Ledo o el chispeante aunque nada profundo Pablo Gómez lograron esa encomienda.
Sólo una cuestión ha podido aglutinar a los perredistas: la satisfacción en las ambiciones de sus diferentes cacicazgos. Y, en otro terreno, el más importante, la exigencia de una ciudadanía urgente de transformaciones en un país que va de mal en peor desde hace 40 años. Ello, por la alianza Partido Revolucionario Institucional (PRI)-Partido Acción Nacional (PAN), la cual destrozó Felipe Calderón por su obsesión de imponer su ley a toda costa.
No obstante los insistentes augurios de que no habría acuerdo entre los que se disputan el poder en la organización aurinegra, pudieron salir adelante con una dupla Chucho-Lola, que sacará chispas, pero no comerá lumbre, es decir, no romperá, ya que ello traería alejarse de los cargos políticos y públicos, la toma de decisiones y, lo más importante, los innumerables recursos que les proporciona la Federación y los estados de la República.
Otra de las cuestiones que seguramente no ocurrirán –en política todo es posible– es que vayan separados el PRD del Partido del Trabajo (PT) y Convergencia en la elección presidencial. Ello porque, de hacerlo, no sólo disminuirán su votación –ahora situada entre 20 y 25 por ciento–, sino debido a que el reparto del pastel en curules, influencia y dinero sería menor.
Hoy hay una fracción del PT que hace escándalos y foros; pero una de sus integrantes, la más cercana a López Obrador, me dijo hace poco en un encuentro de información: “La verdad es que estoy prestada a esta fracción petista por el PRD”. Es claro, muchos no se asumen como militantes de Alberto Anaya, el amigo de Raúl Salinas, más bien impulsan la candidatura de Andrés Manuel en otra agrupación.
Cientos de millones de pesos anuales, cargos en gobiernos y posibilidades de estar en la actividad política y en los medios están en juego. Quien es adicto a la grilla eso le resulta más atractivo –así diga que odia a los Chuchos o es enemigo de quienes distribuyeron Leche Bety con heces fecales– que irse al destierro o reagruparse para fundar una secta, las cuales hace tiempo se encuentran en extinción.
Jesús Zambrano, el Tragabalas –ya que siendo participante de la Liga Comunista 23 de Septiembre recibió un tiro en la mandíbula–, tiene fuertes nexos con Manlio Fabio Beltrones. Los dos son de Sonora y han participado como aspirantes a la candidatura de su estado. El priista, con éxito; el exguerrillero, dos veces, sin mayor trascendencia. En la segunda, frente a Eduardo Bours, el enemigo más importante de Manlio.
Dolores Padierna y su marido René Bejarano fueron ayudados cuando iniciaban sus aventuras por la lucha inquilinaria y de ambulantes por Manuel Camacho y Marcelo Ebrard, así como por Manuel Aguilera, hoy todavía en el PRI. Por eso Lola dice de Marcelo: “Brillante, inteligente, moderno, con gran futuro”.
Quien piense que por sus antecedentes se inclinarán por sus patrocinadores se equivoca. Ya lo vimos con Carlos Navarrete, al cual ayudó Beltrones a llegar a la Junta de Coordinación Política, en el momento que necesitó criticarlo por su propuesta fiscal; lo hizo porque así lo exigía la posibilidad de continuar su carrera política. No hay de otra. Los amigos en política, es cierto, son circunstanciales; los enemigos, para siempre.
La pareja dispareja de Zambrano y Padierna no tiene definición común ante nada. Él pide discutir la legalización de la mariguana; ella se opone a su uso reglamentado; Chucho ve el socialismo como una utopía; Lola, como el futuro. No hay coincidencias ni en Fidel Castro ni en Hugo Chávez (Reforma, 22 de marzo de 2011). Ni en Juan Ramón de la Fuente, a quien Zambrano anota como una “institución ciudadana”, y Padierna, como zedillista.
Algunos analistas, entre ellos Joel Ortega Juárez, han señalado que la única posibilidad de avance para los grupos de izquierda es la siguiente fórmula: López Obrador para la Presidencia de la República; Juan Ramón de la Fuente, candidato al gobierno del Distrito Federal, y Marcelo Ebrard, líder del Senado y, por consiguiente, el puntero para 2018. En Marcelo, la edad (entonces tendría 58 años) no sería algo grave, cosa que en el Peje tendría un peso mayúsculo.
Este acuerdo posibilitaría, además, quitarle al único “candidato ciudadano” a Felipe y daría un aire renovado a la capital del país, donde las cosas están que arden. Ello porque ninguno de los impulsados por Ebrard –Alejandra Barrales, Mario Delgado y Miguel Mancera– ganan preferencias; en cambio, Beatriz Paredes suma adeptos y ya empezó su activismo electoral.
No es lo que se espera de la izquierda ante un panorama donde los ricos hacen lo que les viene en gana –ver el pleito de las televisoras y Telmex, entre otros casos–; pero es la única manera de oponerse, tímidamente, a los dos poderes que han convivido y manipulado el país.
Lo dice muy bien Oriol Malló en su libro El cártel español: la imposición de Calderón se hizo, incluso, desde España, no sólo por medio de Antonio Solá y José María Aznar, sino, incluso por Felipe González y Rodríguez Zapatero; los primeros con la frase “un peligro para México” y llamando a votar por el PAN; los segundos, aprobando la elección antes de los resultados oficiales.
El PRD y adláteres no son lo que deseamos; no hay programas serios para jóvenes, mujeres, de opciones diferentes, etcétera. Pero, no obstante su precariedad, ha logrado que algunos programas sociales avancen sin retroceder como en otros países.
Urge, por tanto, retomar la lucha para que la izquierda escuche a los ciudadanos y apoye sus iniciativas, y no que los perredistas únicamente engorden sus cuentas bancarias.
*Periodista
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