Con toda razón comentaba nuestro querido amigo el Ronco Robles (†) aquello que un rarámuri le dijera: “la conquista del narco es la misma”, la misma que les infligieron los españoles en la primera
colonización, la misma que les dejó como saldo su participación en los movimientos de Independencia, Reforma, Revolución, la que hoy en día se instaura contra sus territorios (lo que de ellos les queda) para otorgar concesiones depredadoras y, por supuesto, ni consultadas y menos consentidas. Así que para ellos esta violencia reciente no es novedosa. Sí lo es para el conjunto de la sociedad mexicana. Quizá por ello lograremos una sensibilidad común en torno a lo que no se vale en términos de derechos humanos. Ya en sus primeros encuentros se ha hecho presente la memoria histórica de las luchas emprendidas en el estado de Guerrero con las voces de víctimas de cuatro décadas atrás como la expresada por Tita Radilla, o la de Abel Barrera, del Centro Tlachinollan, sin cuya persistente labor la Corte Interamericana de Derechos Humanos no se habría pronunciado en casos emblemáticos que tienen al Ejército como acusado principal y al Estado como encubridor del mismo.
Es muy importante que estos sectores reciban a la caravana encabezada por Javier Sicilia, como lo es que se mantenga el espacio para que víctimas de la más reciente de las guerras logren expresarse. Es el caso del otro epicentro del dolor en que se ha convertido Acapulco. Conforme avance la caravana se irá mostrando el escenario de la macroguerra que el Estado ha desplegado en alianza con los grupos de poder económico, sea internacional, nacional, regional o local, y cuyos destinatarios, los de abajo
, como señalan los zapatistas, resisten, denuncian, se organizan, despliegan estrategias jurídicas, se enredan
. Y no significa que tal dimensión de la guerra no se desarrolle por igual en el centro y el norte, sólo que en esas regiones los niveles de organización son distintos y, salvo Ciudad Juárez, en el resto de aquella ruta no fueron tan presentes.
Al sur, en cambio, prácticamente no se podría desplegar esta caravana sin la invitación y recepción de las organizaciones históricas. Ya en Oaxaca se observa cómo la agenda estatal de la sociedad civil se despliega junto a la que dio motivo central al movimiento, la reunión en la capital abordará en mesas los temas de defensores y periodistas, las radios comunitarias, las mujeres, los pueblos en resistencia y las víctimas de la represión y la violencia. Luego se encontrarán con la problemática de los migrantes, cuyas víctimas son asediadas al unísono por el Estado y por las organizaciones criminales, de especial relevancia resulta la decisión de cruzar la frontera y desde Guatemala pedir perdón a las víctimas centroamericanas por el indigno trato que reciben en nuestro país.
El trayecto hacia San Cristóbal de las Casas y la presencia en Acteal hará que la caravana reciba las diversas denuncias sobre el asedio a los territorios indígenas, en especial a las juntas de buen gobierno donde los llamados apoyos gubernamentales
están implicando en los hechos una prolongación de la guerra al zapatismo por otros medios. Basta conocer el reporte de los observadores que visitaron a las juntas en días pasados para encontrar que el gobierno estatal con una mano despliega su política discursiva favorable a derechos humanos y con la otra tolera o promueve la acción de organizaciones que cotidianamente atentan contra los recursos escasos de las bases de apoyo zapatistas. Ni qué decir de Acteal y la ejemplar organización Las Abejas, que se ha adherido al movimiento encabezado por Javier Sicilia y lo recibirá con la denuncia de que persiste la impunidad en torno a la masacre de Acteal. Y no es que los diversos movimientos pretendan desnaturalizar
la esencia del movimiento, sino que la recepción de la caravana también les permite visibilizar que la fábrica de víctimas tiene su asiento en el modelo neoliberal imperante, cuya adhesión a derechos humanos, individuales y colectivos aún espera sustentarse en la práctica.
En suma, el movimiento realizará sus balances colocando el sentido de los mensajes de la amplia variedad de víctimas y las muy magras respuestas que el Estado y sus tres poderes parecen ofrecer en la lógica dialogal que está en curso.
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