John M. Ackerman
En
apenas cuatro semanas el creciente movimiento ciudadano y popular ha
logrado remover de sus cargos a dos operadores claves del sistema
corrupto que mata estudiantes y vende el país. Yoloxóchitl Bustamante y
Ángel Aguirre han tenido que hacer maletas gracias a la acción
coordinada de miles de jóvenes, maestros, organizaciones sociales, amas
de casa, intelectuales, trabajadores y profesionistas a lo largo y
ancho de la nación y en más de 100 ciudades del mundo. Por fin la
sociedad mexicana empieza a revertir el marcador y tomar la historia en
sus manos.
Pero la larga marcha del empoderamiento ciudadano apenas se inicia.
La despedida de dos representantes menores de la vasta telaraña de
complicidad e impunidad que tiene postrada a la nación apenas abre una
pequeña ventana de oportunidad. La coyuntura actual solamente tendrá un
desenlace positivo si evitamos caer en los juegos de poder de los
mismos de siempre y avanzamos con paso firme hacia un rompimiento
definitivo con el sistema autoritario.
Por ejemplo, el nombramiento de Rogelio Ortega como gobernador
interino de Guerrero no genera la menor esperanza. Su gris trayectoria
en la política y la academia lo asemeja a figuras como Leonardo Valdés
y Miguel Ángel Mancera, quienes también navegan con bandera de
ciudadanode
izquierda, pero en realidad solamente administran la podredumbre con el fin de sacar beneficios personales.
Después del fraude electoral de 2006, todos celebramos la salida
anticipada de Luis Carlos Ugalde del Instituto Federal Electoral. Pero
quien lo remplazó como consejero presidente, Leonardo Valdés, resultó
ser tan cómplice con los poderes fácticos como su antecesor. Lo mismo
ocurrió respecto de la jefatura de Gobierno del Distrito Federal. Pocos
imaginaban que el remplazo de Marcelo Ebrard, quien además fue uno de
los principales operadores de la campaña de Aguirre para gobernador en
2011, podría ser peor que su antecesor.
Ortega no cuenta con base social, independencia o legitimidad
alguna. Su llegada a la gubernatura de Guerrero no es resultado de un
proceso de participación o auscultación ciudadana, sino de un pacto
cupular para garantizar que jamás se rompa el circulo de hierro de la
impunidad en el estado.
La enorme debilidad y falta de visión social de Ortega se evidenció
desde el primer momento de su mandato. Públicamente se comprometió a
dar continuidad a las grandes obras puestas en marcha por el licenciado Angel Aguirrey comentó que
hoy tenemos una gran oportunidad desde Guerrero para ayudarle al presidente Enrique Peña Nieto. Mientras, el mismo Peña Nieto, Carlos Navarrete, Televisa y la Coparmex no escatimaron esfuerzos en celebrar la llegada del nuevo gobernador.
Si realmente tuviera voluntad para pacificar y llevar la justicia a
Guerrero, Ortega tendría que haber anunciado desde el primer momento
tanto la liberación de Nestora Salgado y de todos los presos políticos
del estado como el inicio de una investigación a fondo a los gobiernos
de Aguirre y de Peña Nieto. Pero en lugar de presentar una ley de
amnistía o anunciar la ampliación de las líneas de investigación de la
masacre de Iguala para incluir a los gobiernos estatales y federales,
Ortega se limitó a proponer la creación de una nueva comisión de
notablespara conducir la investigación del crimen en contra de los normalistas de Ayotzinapa.
El nuevo gobernador
ciudadanoaparentemente ignora que ya existe precisamente una comisión verdaderamente ciudadana con este encargo, encabezada por el padre Miguel Concha y creada a instancias de las familias de los normalistas desaparecidos. En lugar de crear nuevas estancias burocráticas con fines mediáticas, lo único que hace falta es reconocer oficialmente y dar acceso completo a absolutamente toda la información existente a la comisión ya existente.
Es evidente que el verdadero objetivo de Ortega no es transformar a
Guerrero, sino solamente apagar el creciente fuego de la resistencia
ciudadana a partir del otorgamiento de concesiones simbólicas que
distraen la atención de las raíces estructurales del problema.
Miguel Ángel Osorio Chong ha articulado con claridad la estrategia
del régimen en Guerrero. En el contexto de una entrevista sobre las
protestas sociales en el estado señaló que
la normalidad nos toca a todos. Tenemos que trabajar para que ésta se dé con mayor prontitudpara después rematar que habría que
tomar acciones de inmediatopara
evitar cualquier otro tipo de accionessociales. En otras palabras, para Osorio la
normalidades que ocurran masacres, asesinatos y desapariciones constantes sin que haya reacción social alguna que ponga en peligro la red de impunidad negociada que garantiza la
estabilidadpolítica del país. Y el papel de Ortega en Guerrero será precisamente asegurar que retorne esta normalidad cómplice y asesina a la cual todos estamos demasiado acostumbrados después de décadas de gobiernos del PRIANRD.
Las señales de esperanza no salen de las oficinas del nuevo
gobernador, sino de la gran entereza y visión estratégica de la Unión
de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero, la Coordinadora
Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero, los normalistas de
Ayotzinapa, la Asamblea Nacional Popular y la Asamblea
Interuniversitaria. Todos unidos jamás seremos vencidos, por mucho
atole que nos ofrezcan con el dedazo de la impunidad.
Twitter: @JohnMAckerman
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