MONEDERO
Por: Carmen R. Ponce Meléndez*
Las
mujeres dedican a las actividades domésticas en promedio 29.8 horas a
las semana, mientras que los hombres sólo le dedican 9.7 horas; es
decir, triplican el tiempo registrado por los varones. Las mayores
diferencias se observan en la preparación y servicio de alimentos,
limpieza de la vivienda y de la ropa y calzado.
En las actividades de cuidado no remunerado –economía de cuidado–
también hay una considerable brecha de género. Las mujeres y las niñas
dedican en promedio 28.8 horas semanales, en contraste los varones sólo
dedican 12.4 horas, una diferencia de 16.4 horas a la semana.
Comprende cuidado de personas en la primera infancia (de 0 a 5 años),
de 0 a 14 años, y 60 años o más, así como cuidados especiales a
enfermos crónicos o temporales o a discapacitados
La brecha de género más amplia se reporta en el cuidado de personas de
0 a 14 años, es decir el cuidado de los hijos, pero en todos los casos
las mujeres dedican más tiempo que los hombres a las actividades de
cuidado no remuneradas.
Son resultados de la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUT)
2014, realizada por Inegi y el Instituto Nacional de las Mujeres
(Inmujeres). Esta encuesta proporciona información estadística sobre la
forma en que las personas (mujeres y hombres de 12 años y más) en áreas
urbanas, rurales e indígenas utilizan su tiempo.
Tanto el trabajo doméstico como las actividades de “cuidado” no
remuneradas que realizan básicamente las mujeres constituyen las cargas
de trabajo de género o “el suelo pegajoso” del que habla la feminista
Mabel Burín y que se convierten en un “techo de cristal”.
Se dice que es invisible porque no existen leyes ni dispositivos
sociales establecidos, ni códigos visibles que impongan a las mujeres
semejante limitación.
Es una superficie superior invisible en la carrera laboral de las
mujeres difícil de traspasar y que les impide avanzar o lo que es peor,
en las clases sociales más bajas no les permite incorporarse al mercado
de trabajo remunerado.
Tan es así que según los resultados de la ENUT 2014 las mujeres dedican
sólo 14.8 por ciento al trabajo remunerado y en los hombres esta
proporción crece a 27.4 por ciento; en las mujeres indígenas (las más
pobres) el tiempo para el trabajo remunerado es únicamente de 8.1 por
ciento, el resto es trabajo NO remunerado, o cargas de trabajo de
género.
Y las cifras lo confirman. En el trabajo no remunerado de los hogares
las mujeres de 12 años y más triplican el registrado por los varones.
Situación que tiene connotaciones de clase social, porque en la
población indígena el valor de este trabajo es casi cuatro veces mayor
al de los hombres, cuando son justo estas mujeres las que más necesitan
disponer de tiempo para el trabajo remunerado, que les permita mejorar
sus ingresos.
Estando en el mercado laboral es muy alta (48.0 por ciento) la
proporción de mujeres que se ven obligadas a rechazar un ascenso o
cargo de dirección debido a estas cargas de trabajo de género que
realizan, porque la sociedad y la cultura patriarcal se las asigna como
algo “natural”.
Por eso en las cifras de población ocupada en el mercado laboral el
número de población masculina supera con mucho a la femenina (31.0 y
18.8 millones, respectivamente). Ya no se diga en los cargos de
dirección, ya sea en el sector público o en el sector privado, también
en la esfera política sucede lo mismo.
Para colmo, esta carga de trabajo de género, incluyendo la economía de
cuidado, están altamente subvaloradas –y con ello las mujeres,
especialmente las amas de casa–, cuando en realidad realizan una enorme
aportación económica y social.
Estas actividades tienen un alto valor económico, significan un tercio
(33.4 por ciento) del total del valor que genera el trabajo doméstico
no remunerado, cuya aportación femenina al PIB es de 15.5 puntos
porcentuales (datos de la Cuenta Satélite sobre Trabajo Doméstico No
Remunerado del Inegi, 2013).
Conlleva cuidar a las personas otorgándoles los elementos físicos y
simbólicos imprescindibles para sobrevivir en sociedad. El cuidado
refiere a los bienes y actividades que permiten a las personas
alimentarse, educarse, estar sanas y vivir en un hábitat propicio.
Por tanto abarca el cuidado material que implica un trabajo, al cuidado
económico que implica un costo y al cuidado psicológico que implica un
vínculo afectivo y de contención.
En suma, todas son actividades indispensables para la armonía social,
incluso para la conservación y reproducción de la especie humana, lo
que no quiere decir que su realización descanse exclusivamente en las
mujeres y en el seno del hogar, como lo dicta la cultura patriarcal.
Una buena parte de la solución a esta problemática es socializar estas
tareas mediante políticas públicas de cuidado, básicamente en cinco
esferas:
1. Provisión de educación pública.
2. Provisión de salud pública.
3. Provisión de servicios de cuidado infantil.
4. Provisión de cuidado a personas mayores, enfermas y discapacitadas.
5. Políticas de licencias parentales relacionadas con el cuidado de las y los niños y recién nacidos y de muy corta edad.
En México todas y cada una de las políticas de cuidado muestran enormes
deficiencias, en detrimento de las mujeres, situación que se traduce en
una sociedad muy desigual.
La ausencia de políticas públicas de cuidado implica que la resolución
del mismo varíe significativamente por clases sociales y recrudece las
desigualdades socioeconómicas, como lo demuestran los resultados de la
ENUT en las diferencias que tiene esta carga de trabajo para las
mujeres de habla indígena.
Ya que las clases sociales altas (con mayores ingresos) pueden pagar
servicios privados para el cuidado, sobre todo en educación, salud,
cuidados infantiles, y para personas con discapacidad o adultas mayores.
Impulsar y fortalecer políticas públicas de cuidado contribuye de
manera significativa a resolver la actual “desarmonía” entre trabajo y
familia que tanto padecen las mujeres del país. Beneficia en conjunto a
toda la sociedad: mujeres, hombres y niñez. Amén de que es otra forma
de combatir la pobreza.
PD.
El Banco de México recorta de nuevo las expectativas de crecimiento de
la economía, ahora están en un rango de 1.7 a 2.5; el anterior era de 2
a 3 por ciento. Significa que el crecimiento económico durante la mitad
del gobierno de Enrique Peña Nieto es de apenas 1.9 por ciento.
Twitter:@ramonaponce
*Economista especializada en temas de género.
Cimacnoticias | México, DF.-
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