8/19/2015

Una cierta dificultad con la verdad


Manlio Fabio Beltrones, exdiputado federal. Foto: Octavio Gómez
Manlio Fabio Beltrones, exdiputado federal.
Foto: Octavio Gómez
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Considérese el nombramiento del nuevo presidente del PRI. El presidente del país nombra con su dedo índice al diputado Manlio Fabio Beltrones para el puesto. Beltrones le otorga a cambio la cortesía de declarar clausurada la sana distancia entre el primer mandatario y su partido político.
A continuación el ya presidente nombrado del PRI pide licencia para emprender su campaña por la presidencia del partido. Pronto lo veremos luchar con fervor en 100 ceremonias por conseguir una presidencia que ya le está concedida.
Incluso es posible que en un afán de realismo se le invente un adversario. O adversaria, para que alegre con sus trajes sastre de color pastel la contienda. Y luego por fin habrá votaciones, secretas además, y un recuento escrupuloso de votos y el anuncio del ganador ya por todos conocido: don Manlio Fabio Beltrones, quien sonreirá entre sorprendido y conmovido ante las cámaras de la prensa.
¿No hubiera sido más fácil que el presidente del país saliera a decir: Este es el nuevo presidente de mi partido porque yo lo digo, y si no les gusta coman habas? El ahorro en simulaciones y mentiras y confeti y gastos de campaña y elecciones sería agradecible. El aumento en la confianza en las palabras del presidente del país hubiera subido una raya.
Pero no pidamos peras al olmo ni al PRI que no sea el PRI. El PRI no puede evitar ser eso en lo que su historia lo convirtió. Un autoritarismo que se envuelve en ropajes de democracia y por derivación envuelve la verdad en sustitutos, a más barrocos más estimados.
¿En serio es necesaria la farsa? Hace un par de años en una entrevista se lo pregunté a Manuel Camacho Solís. ¿Por qué el PRI no dice, al estilo del Partido Comunista Chino: descreemos de la democracia, nos parece desordenada, nos gusta tener un mandón de turno, ese es nuestro método de gobierno? Y Camacho Solís, con algunos parpadeos de perplejidad previos, me confesó que no sabía si era necesaria la farsa. Que a su parecer su razón hacía décadas se había extraviado, pero la más plausible era la que sigue. “Supongo” empezó, “que cada régimen o partido quiere describirse a sí mismo de una forma legítima, y la democracia es más legítima que la dictadura”.
Y si esa razón es pobre, y sin embargo la más plausible, las consecuencias de un juego tan rebuscado no son inocuas. La principal es que el sistema político que el PRI creó a lo largo de 70 años a su imagen y semejanza, y el PAN no modificó, carece de agencias para capturar y nombrar la verdad. Es decir, carece de una policía científica y reprime al periodismo de investigación que pudiera desde fuera del gobierno capturar la verdad.
No es que en México se oculte la verdad, es que en México, y salvo heroicas excepciones, a la verdad ni se le busca ni se le encuentra, y la simulación y la mentira con que se le suple forma una nebulosa que a la vez oculta y perpetúa la única opción que parece poder ordenar un sistema sin información segura. El autoritarismo.
Considere ahora el lector, la lectora, cómo en los asesinatos de la colonia Narvarte se reproduce la misma dificultad con la verdad, ahora con efectos trágicos.
Recién descubiertos los cuerpos asesinados, la policía del DF inventó una “verdad” que difundió a golpes de autoritarismo. Los asesinos, que habían entrado al departamento sin violar cerradura alguna, habían departido con las víctimas durante toda una noche y hasta las tres de la tarde del día siguiente.
¿Para qué demonios difundió la policía ese invento?
El para qué es obvio. La imagen de la fiesta con alcohol y sexo que se plantó en la conciencia colectiva, colocó la responsabilidad de los hechos criminales en las víctimas. Fueron ellas las que abrieron la puerta de su departamento a los asesinos, fueron ellas las que los entretuvieron y se embriagaron con ellos, fueron ellas, en suma, las que, por incautas, bebedoras y sexuales, resultaron copartícipes de su propia muerte.
Atribuida la culpa a las víctimas, la policía capitalina pudo entonces haberse ahorrado cualquier investigación, y hubiese cerrado el caso, a no ser que en esta ocasión excepcional dos de los asesinados dejaron tras de sí evidencias y testigos de que habían sido amenazados semanas antes por los esbirros del gobernador de Veracruz. En un video escalofriante Nadia Vera dice, desde el pasado capturado por la cámara: “Declaro responsable de lo que pueda sucedernos al gobernador de Veracruz y su gabinete”.
Decía Octavio Paz que la mentira nos condena a la soledad. Al laberinto personal de la soledad de cada ser humano, separada de las otras soledades por lo falso. Decía también Octavio Paz que la verdad en cambio nos conecta a los otros y derrumba las paredes de los laberintos. Y decía por fin que el autoritarismo en México tiene como aliada a la mendacidad. El autoritarismo sólo puede imponerse sobre el nosotros destazado en soledades.
Lo que Octavio Paz dejó sin decir y nosotros, habitantes de este siglo, podemos afirmar, es que la mentira y el autoritarismo no son parte de nuestra esencia nacional. Son más bien el resultado de una ausencia histórica: la creación y protección de instituciones para capturar la verdad. Y lo podemos afirmar hoy porque en nuestro tiempo, a diferencia de aquel que habitó Octavio Paz, el clamor por la fundación de esas instituciones, y la protección de las contadas que existen, es lo que está uniendo a gran parte de la sociedad.
Nadia Vera y Rubén Espinosa eran parte de ese esfuerzo colectivo. Ella activista del YoSoy132 de Xalapa; él, fotoperiodista de Cuartoscuro y Proceso.

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