Por: Argentina Casanova*
A
pesar del enorme avance de la teoría feminista, y el cada vez más
fuerte posicionamiento de la agenda de los derechos de las mujeres como
una prioridad y resultado de la enorme desigualdad social agudizada por
la violencia sexual y feminicida contra las mujeres, hoy día es más
fácilmente aceptada una verdad dicha en boca de un hombre que en la de
muchísimas mujeres que argumenten lo mismo, lo hayan escrito o
publicado antes.
Tenemos lo que el mismo feminismo plantea que la validez del discurso
se da partir de quien lo nombra, y no podemos afirmar que sea “casual”,
sino intencionalmente construido desde el centro del poder que teje
finamente las características de lo que es y lo que no es válido, la
aprobación del canon, la validación del discurso y al mismo tiempo la
certificación desde el centro hacia la periferia.
Esto aparece en discursos, en noticias y en cómo hemos aprendido a
aceptar nociones como ciertas y otras de las que nos atrevemos a dudar,
es decir si una información proviene de una fuente, su confiabilidad se
remite a quién la emite en relación a su género (hombre o mujer), su
lugar (si es el centro del país), pero también a quién es como persona
por las construcciones de raza y ocupación.
El discurso del poder se construye de argumentos, pero también de
formas y acciones que rodean estos discursos. La centralidad del poder,
la hegemonía masculina de la verdad, la blancura y el currículum de
quien enuncia, y en esa discriminación selectiva de la información que
sigue y se rige bajo los mismos esquemas dictados desde el patriarcado,
entonces una verdad dicha por una persona que habita la periferia no
puede ni será tomada en serio.
En México durante muchos años se tuvieron “noticieros” oficiales que
informaban, y si no se decía ahí no era noticia y no ocurría; igual
sucedió después con periódicos que con ese poder entre las manos se
pervirtieron al punto de ocultar o enfatizar informaciones a voluntad.
La mercadería de la información.
Ese imperio se vio trastocado con la llegada de las redes sociales y
con la participación muy bien organizada y estructurada de la sociedad
civil en estados del interior del país en los que la realidad ganaba,
no había de otra más que emprender medidas alternas, buscar medios
diferentes, redes comunitarias, radios y enfoques, coberturas, acciones
y trabajos solidarios para hablar de una verdad que estaba ocurriendo y
no aparecía por ningún lado.
Esto por supuesto implicó el derrumbamiento de esos discursos
autorizados en bocas masculinas, y lo llevó a otras voces e imágenes en
los estados, a otros liderazgos más allá del centro del país.
Sin embargo, aún se necesita tener voz masculina para ser escuchada
incluso en temas como el feminismo, el feminicidio, incluso en la
igualdad, y por supuesto resulta que empezamos a darle más credibilidad
a los hombres buena onda que se interesaban amablemente por estos
temas, sin mirar que se repetía el ciclo del empoderamiento de los
mismos en los temas que las mujeres sin nombre y sin trayectorias
habían posicionado, es decir, activistas mujeres que con el afán de que
se visibilizaran las problemáticas de los estados abrieron sus agendas,
mostraron sus monitoreos y registros, investigaciones y trabajos de
años.
Algunas terminaron por verse desplazadas por estos nuevos hombres
feministas y por quienes consideran válidos los discursos de la teoría
feminista, sólo si es dicha desde el centro, porque como antes y como
siempre, habitar en la periferia del conocimiento es no existir.
Contradictorio al fin, el prejuicio pocas veces reconocido es que el
conocimiento es un poder y como tal ha de estar en el mismo lugar y
permite “ganar” posiciones o lógicas, más allá de entender que los
países jamás han funcionado como centros solares donde el sol-centro
ejerza atracción o control, y donde todo tenga que suceder.
Las movilizaciones y organizaciones, los discursos feministas en los
estados han tenido que crecer y ensancharse, posicionarse por una
razón: la realidad las estaba aplastando, y si no empezaban por
organizarse, aliarse y construir vínculos de apoyo solidario, si no
empezábamos a mirar hacia las fronteras y las coincidencias, serían
arrasadas por la violencia, por los discursos hegemónicos, el discurso
del poder construido y aceptado sólo desde el centro y con voz/cara de
hombre.
No debe sorprendernos que hoy día desde el centro se envíe a emisarios
con voces autorizadas para ir a hablar por los estados dando
conferencias sobre temas que las organizaciones de mujeres han
planteado, denunciado y exigido que se corrijan desde hace años sin que
nadie les haga caso.
Pero cuando es dicho por un hombre, blanco, de traje, con título de
alguna universidad particular y por supuesto del centro… entonces todo
empieza a revelarse como una nueva verdad.
*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.
CIMACFoto: César Martínez López, Cimacnoticias | Campeche.-
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