8/16/2015

Mar de Historias: La cita



Cristina Pacheco
Asu edad, hace ya mucho tiempo que Hortensia no está obligada a explicar sus actos. Además, no cree que haya a quien le interese preguntarle por qué está vestida con ropa elegante, siendo que por lo general viste prendas sencillas, casi deportivas. Aumenta su sensación de tranquilidad saber que a las siete de la noche su hermano Jorge y su cuñada Sandra, con quienes vive desde marzo, están siempre en su negocio: un café internet. Dispone de tiempo suficiente para quitarse el traje de dos piezas y el leve maquillaje; pero sobre todo para tratar de explicarse su imperdonable confusión.
Armando Torres no la advirtió gracias a que ella supo mantener el aplomo, inclusive cuando él, con los ojos húmedos y brillantes, le agradeció que le hubiera permitido explicarle sus sentimientos hacia ella y le dijo que confiaba en que volverían a verse. Hortensia estuvo a punto de preguntarle: ¿Para qué? No lo hizo. Se limitó a sonreír y celebró que en ese momento hubiera llegado el elevador. Era muy estrecho. Amplificaba sus dimensiones un espejo. Al entrar Hortensia se vio en él. Fue como si estuviera esperándola una hermana gemela. Le habría gustado tenerla para confesarle el desencanto que acababa de padecer y lo estúpida que había sido durante la cena del domingo.

II
Hortensia siempre tenía pretextos para no asistir a las reuniones que organizaban Sandra y Jorge. Sus invitados eran, por lo general, ex compañeros de la Bancaria o proveedores con quienes ella no tenía nada en común y mucho menos interés por tratarlos.
Este domingo Jorge la convenció de que los acompañara a la cena diciéndole que sólo habría un invitado: Armando Torres, el contador que los asesora gratuitamente en los trámites fiscales, y querían agradecerle la ayuda con una reunión íntima, familiar. Además, Armando estaba buscando un asistente. Con sus conocimientos, Hortensia podía ser la persona indicada para el cargo. Jorge prometió hacérselo saber a Torres de manera indirecta.
La posibilidad de conseguir el trabajo fue el incentivo para que Hortensia aceptara la invitación. Apareció en la sala en el momento en que Armando había ido a traer el celular olvidado en su coche. Contra lo que ella había supuesto, el contador resultó ser un hombre atractivo, gentil, de voz firme y manos suaves que, al saludarla, no pudo contener una expresión de agradable sorpresa. Luego, durante los aperitivos, en varias ocasiones se le quedó mirando. Ante la insistencia, Hortensia le preguntó qué sucedía. Él le respondió con una sonrisa tranquilizadora.
Ya en la mesa, Hortensia y Armando quedaron frente a frente. Él habló de su familia que vivía en San Luis Potosí y de su temprano interés por las matemáticas, de allí su profesión. Le iba bien en su despacho, lástima que su asistente hubiera resultado un pillo. Hortensia se volvió hacia Jorge: era la oportunidad de que él la sugiriera para el cargo. Se escuchó el silbido de la cafetera y Hortensia fue a la cocina. Cuando regresó la conversación había tomado otro giro: el futuro de las comunicaciones.

Hacia las once de la noche Armando se despidió. El intercambio de agradecimientos fue prolongado y se hicieron planes para nuevas reuniones. Jorge insistió en acompañar al contador hasta su coche. En cuanto estuvieron solas, Sandra preguntó a Hortensia si no estaba emocionada por la forma en que Torres había estado mirándola durante toda la reunión.
Hortensia fingió indiferencia. Lamentó que Jorge no hubiera cumplido su promesa de orientar la conversación hacia el asunto del empleo y, sin darse cuenta, fue descortés con su cuñada al decirle que todo había sido una pérdida de tiempo. En sus condiciones económicas, con su sueldo de recepcionista en el consultorio dental, lo que menos le importaba eran las miraditas de un contador.
Sandra conocía la aversión de Hortensia por los consejos, pero se arriesgó a darle uno: Sabes que tu hermano es muy indeciso, no vuelvas a depender de él. Llama a Torres, pídele una cita y dile que te gustaría trabajar como su asistente. Si te da la chamba ¡qué bueno!; si no, ¡ni modo! Piensa que tienes lo del consultorio.
Sin más comentarios, Hortensia se dirigió a su cuarto. Pasó la noche estudiando su situación. No podía vivir eternamente arrimada en la casa de su hermano ni midiendo cada peso de sus gastos, mucho menos desperdiciando su vida en el consultorio, donde pasaba horas haciendo llamadas y ofreciendo a los pacientes revistas viejísimas. Pensó que Sandra tenía razón y decidió comunicarse con Armando Torres; sólo por el trabajo, sólo por eso, dijo, y sonrió en la oscuridad.

III
Torres se alegró de oír la voz de Hortensia en el teléfono, y más de que ella le pidiera una cita. En lugar de preguntarle por el motivo de su interés, él le aseguró que estaría encantado de verla donde ella quisiera. Hortensia fue lacónica: En su despacho. Perfecto: ¿qué le parece mañana martes, a las seis? A Hortensia le resultó ideal. Llegada la hora del encuentro, eligió su mejor traje y se aplicó algunos cosméticos: detalles que piensa eliminar antes de que Sandra le pregunte adónde fue tan bien vestida.
Hortensia se da cuenta de que no hay motivos para ocultarle la verdad a su cuñada. Decírsela será un gran desahogo: regresa de su entrevista con Torres. Después de recibirla con mucha cortesía la condujo hacia el sillón más cómodo y le ofreció un café que él mismo hizo. Mientras Hortensia lo bebía, Armando se quedó viéndola arrobado, y al notar la incomodidad que le producía se explicó: Perdone que la mire así. No puedo evitarlo. Todo en usted me emociona, me agrada, me atrae, en especial sus ojos. ¿Le han dicho que son muy bellos? ¿No? Pues a mí me lo parecen. Me recuerdan los de la persona que más he amado en la vida: mi abuela.
Hortensia apenas logró ocultar su decepción. Siguió bebiendo el café tibio y cada vez más amargo, mientras él, sin preguntarle el motivo de su visita, reiteraba su sorpresa por el extraordinario parecido entre ella y su abuela. Antes de una hora se despidieron. Armando la acompañó al elevador. Su espejo duplicó el desencanto de Hortensia.

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