Por Pablo Gómez , Análisis
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La tragedia por la desaparición de los 43
estudiantes de Ayotzinapa y el asesinato de seis personas, en Iguala,
Guerrero, se ha convertido en el tema del basurero de Cocula. No se
discuten ya los levantones y los homicidios de Iguala, sino lo que
posiblemente ocurrió en Cocula, mejor dicho, lo que no pudo ocurrir ahí:
la incineración total de 43 cuerpos en el breve lapso de una noche.
Tampoco se sabe algo sobre las causas de las desapariciones y de la
conducta de la policía preventiva municipal al tratar de detener a los
estudiantes. Nada se conoce del paradero del entonces secretario de
Seguridad Pública de Iguala ni de sus posibles nexos con el grupo
Guerreros Unidos. Tampoco se comentan hechos concretos que vinculen al
entonces alcalde y a la esposa de éste con ese mismo grupo de
narcotraficantes, buena parte de los cuales se encuentran en prisión.
La opinión pública carece de dato alguno sobre el negocio de
producción, industrialización, tráfico, distribución y venta de
derivados de la goma de amapola y otras drogas procedentes de Tierra
Caliente, tanto en México como en Estados Unidos, todo lo cual podría
estar relacionado con la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa.
Nada sabemos tampoco del otro grupo, el rival, se dice, denominado Los
Rojos, a pesar de las detenciones de varios de sus jefes.
Mucho menos se ha tocado el porqué los autobuses en los cuales
aquella noche se transportaban los estudiantes tomaron rumbo hacia el
centro de Iguala en lugar de virar hacia la carretera que conduce a
Chilpancingo y a Tixtla. Aún más oscuro está la causa de la vuelta a la
derecha que dio casi simultáneamente otro de los autobuses para
enrumbarse directamente hacia la carretera, no obstante lo cual, según
la verdad histórica de la Procuraduría General de la República (PGR),
sus ocupantes también fueron víctimas de un levantón de la policía
municipal.
Los agentes activos y pasivos de estos hechos no han sido
relacionados por la autoridad, ni siquiera entre sí. Al menos ésta no se
ha tomado la molestia de explicar algo al respecto. El contexto que se
presenta ante la opinión pública es que nada coincide, que se trata de
piezas de rompecabezas diferentes. Una obsesión se advierte: dar por
hecho que nada tuvieron que ver militares y policías federales.
Los expertos independientes se han trenzado en una mala relación con
las autoridades del gobierno y con la PGR, al punto de que éstas ya no
ocultan su deseo de que aquéllos se vayan y nunca vuelvan, mientras los
enviados de la Comisión Interamericana de derechos Humanos (CIDH) no
aciertan a comunicar si desean continuar su trabajo o ya prefieren irse
del país. De cualquier forma, el resultado es que la opinión pública, a
estas alturas, nada tiene claro y ya hasta se duda de que haya alguien
capaz de explicar bien alguno de los temas imbricados en la tragedia de
Iguala.
Si en el basurero de Cocula ardieron aquella noche pocos, muchos o
ningún cuerpo; si los posibles cadáveres calcinados en ese lugar
corresponden a los estudiantes detenidos en Iguala; si hubo un gran
incendio controlado aquella madrugada, y si llovió poco o mucho, son
aspectos que pudieran ser vistos siempre que se encontraran directamente
relacionados con lo básico: ¿qué ocurrió y porqué?
Nos han sacado de Iguala y nos han llevado a Cocula, como dicen que
hicieron los narcos con los estudiantes, por veredas oscuras y sin que
nos diéramos cuenta, sólo para ocultar lo que sucedió aquella infausta
noche y mantenernos en la ignorancia sobre quiénes hicieron cada cosa y
porqué, es decir, alejarnos del conocimiento del significado verdadero
de los hechos reales.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario