CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En días pasados recordé el momento en
que un afamado escritor subió al podio para hablar ante el convite de
quienes lo aplaudían:
–No merezco que me den este premio –dijo el premiado– pero tampoco quedarme calvo y, ya ven: lo acepté.
Como en nada tienen que ver con el éxito, hay que aceptar los premios
justo como la calvicie: con una mezcla de ignorancia y seguridad en sí
mismo. Nada de deshebrar el cabello lateral para que alcance de fleco.
Al contrario, hay que consentir el destino con la calva en alto. Recibir
un premio es admitir la suerte en su más bajo grado: el churrazo. Por
ningún motivo hay que dejar hablar a la vocecita interior que te dice
cosas como: “En una de esas, sí soy una piola” o “es cierto que todos
los jueces son mis compadres pero ¿tengo acaso la culpa de que todos mis
compadres sean unas piolas?” o, incluso, llegar a decirte: “Finalmente
se me recompensa el miserable año y medio que padecí en la puta (escriba
aquí el nombre de una universidad).
No nos engañemos. Ser galardonado implica que tienes mayoría de
amigos en el jurado y que tendrás que devolverles el favor muy pronto.
Hace unos años, una célebre galardonada me explicó así el asunto:
–Te juro –confesó, arrodillada (era tarde, había mucho tequila y ella
tenía zapatos de tacón)– que le di el premio a Alcánfora Vidaurreta por
tres razones: número uno: ya se va a morir; dos: me lo pidió el otro
jurado, que ya ves que es un perro hampón y, tres, ella misma me va a
entregar un premio el año entrante. Pero –babeó un poco y ahí no creo
que los zapatos hayan tenido que ver– siempre he creído que tú te lo
merecías.
–Pero yo no concursé –le comenté de pasada.
–No importa –dijo levantándose–. Lo merecías.
Cuando se fue a la pista de baile caminando con los tobillos recordé
que ese premio sólo se le da a las escritoras en lengua indígena del
estado de Durango.
Traigo a colación estas gratas memorias porque en estos días se habló
algo sobre el premio que el gobernador del Estado de México recibió del
gobierno del Estado de México. El anuncio del estímulo –imagen mental:
medalla, diploma, trofeo, corona de Miss Universo, balón de oro– fue
dado a conocer en la gaceta del mismo estado el 15 de enero firmado por
el magistrado presidente del Tribunal de lo Contencioso Administrativo
–imagen mental: dos contadores dándose de puñetazos en un ring– y tiene
el imprecisable nombre de “Mérito Administrativo y Fiscal 2015” –imagen
mental: un país que sigue pagando el rescate bancario alza trofeos en
todas las plazas públicas–. Si bien todo reconocimiento es entre
compadres, con éste se inaugura el autopremio: transparente, sin
remilgos, seco, en tu cara. Los motivos para otorgarlo son mucho menos
diáfanos: “por su calidad humana”; “su ahínco” y, luego, por –no vaya
ud. a creer: “responsabilidad, legalidad, compromiso por el bien común,
solidaridad, respeto, lealtad, integridad, vocación de servicio,
capacitación (sic), eficacia y eficiencia, justicia y liderazgo”. Agrega
el fallo: “Estos son sólo algunos valores que lo caracterizan”.
Inspirados por los nobles motivos de esta condecoración, nuestra
humilde columna propone que se instauren otros autopremios más, de
preferencia uno por cada gobernador. A continuación ponemos a la
consideración de las instancias correspondientes tres galardones nuevos.
Laurel a la Naturaleza Terrícola del Licenciado
Uno de los atributos más claros de nuestro gobernador es la
particularidad de que habita el planeta. Su presencia en él, si bien y
lamentablemente finita, quedará asentada para el porvenir próximo y
lejano en virtud de que las obras por él comandadas, encabezadas, e
inauguradas afectarán la vida de las próximas generaciones de (escribir
aquí el gentilicio del estado de la República. En el caso del Defe,
quedará sujeto a cambios sin previo aviso). Esta medalla en oro y
diploma en pluma del ave vernácula rinde modesto homenaje a la propiedad
del gobernador de mantenerse en su cualidad de sujeto.
Enaltecimiento al Esfuerzo Insistente
La perseverancia vehemente es sólo uno de los talentos del
Licenciado. No importa qué o para dónde, todo lo emprende con el fervor
obstinado de la diligencia pertinaz. Ante la crítica vacua, él insistió.
Ante las evidencias científicas, él las ignoró. Ante la protesta
populista, él hizo valer su voluntad. Ante la nada, cuando ya no quedaba
a quién enfrentar, volvió, con entusiasmo, a reiterar. En él, la
insistencia sólo es otro nombre para la viril pertinacia. Este anillo de
diamante y báculo patricio señalan el justo punto del que jamás aceptó
desplazarse.
Honra al Vínculo con la Existencia
No cabe duda de que el Señor Gobernador ha sabido mantenerse en la
materialidad, habida cuenta de que sus atributos de todos conocidos
pudieron propulsarlo en el todavía desconocido mundo de lo inexistente.
Pero, fiel, a sus compromisos adquiridos, logró honrar su compromiso con
la sustancia que constituye la base y el principio sobre el que se
sustenta. Reciba de nuestras callosas pero honradas manos el cetro, la
corona y pergamino en hoja dorada por este clarividente tino: ser.
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