Abraham Nuncio
La Jornada
Una de las leyendas
urbanas que escuché en Monterrey –hace ya cuatro décadas– se refería a
la existencia de 2 mil pozos clandestinos explotados por la Cervecería
Cuauhtémoc.
Jesús Hinojosa Tijerina, un destacado panista ex director de Agua y
Drenaje de Monterrey, la paraestatal que opera el sistema hídrico de
Nuevo León, afirmó hace un lustro que existían 3 mil pozos clandestinos.
¿La leyenda era entonces una realidad enmascarada? Entre 2013 y 2015,
según alguna pequeña nota en la prensa local, las extracciones
clandestinas se elevaron 37 por ciento respecto al trienio 2010-2012. Se
promediaba al mes el hallazgo de 11 tomas de esta naturaleza. Y en
estos días, Enrique Torres, el director de Agua y Drenaje del actual
gobierno, informó que se había detectado 51 tomas clandestinas
efectuadas por empresas, algunas de ellas de dimensiones
que uno no se imaginaría.
Hinojosa Tijerina hablaba de pozos clandestinos. Ahora se habla de
tomas clandestinas, no de pozos. A la redacción de estas líneas, la
lógica indica que los gobiernos estatal y federal deberán estar dando
los primeros pasos para echar a andar las indagatorias correspondientes.
Quizá los hechos vuelvan al gran saco de la leyenda y todo readquiera
normalidad. Con todo, es impostergable que las autoridades de los tres
órdenes de gobierno nos entreguen un Atlas del Agua en México. Este
documento tendría que contemplar la contabilidad de todos los acuíferos
del país, de su flujo y disponibilidad, las características de los
mismos, sus modalidades y montos de extracción, su uso en términos de
distribución y consumo, entre muchas otras cosas. Es probable que ya
existan estudios de este tipo y que todo sea cuestión de integrar y
ordenar metodológicamente la información, y en el caso completarla. Al
señalar esto quizá no haga sino abrir puertas abiertas, y alguna
institución, como el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua,
dependiente de la Semarnat, haya realizado ya tal trabajo y sólo falta
que lo dé a conocer en varias versiones de mayor a menor grado de
complejidad para su cabal comprensión.
Con una información minuciosa sobre el agua en México, los
legisladores tendrían material suficiente para evitar que el cada vez
más valioso líquido sea derrochado, mal usado por falta de cultura y
tecnología adecuadas y, lo más grave, robado para lucrar con él. Es
inaudito que el siglo XXI nos siga sorprendiendo con actos de barbarie y
de lesa humanidad, cuya comisión supone con frecuencia verdaderos
ecocidios (y hasta violencia armada por el gobierno, como en
Xochicuautla, estado de México, en contra de los defensores civiles de
una zona de
bosque sagrado, según el Congreso Nacional Indígena). Por cierto, la figura del ecocidio ya debiera estar consignada en la legislación penal como delito calificado.
Se sabe que el sistema de Agua y Drenaje suministró 274
millones 122 mil 715 metros cúbicos de líquido y que casi una tercera
parte de este volumen es consumido por fugas y ordeña. Aquí las
autoridades debieran realizar una investigación en forma y a fondo para
saber qué volumen es extraído y sustraído. Y después perseguir, de la
misma forma que se hace con los delincuentes más peligrosos, a quienes
se enriquecen mediante el robo del agua, que es un bien de la nación.
Paralelamente a estas medidas es preciso determinar qué industrias y
actividades lucrativas vinculadas a la tierra y al agua militan en
contra de la humanidad. Y más aún: poner en práctica una política
pública de defensa del agua de carácter transversal. Una política así
implicaría muy diversas líneas de acción empezando por las de índole
cultural. Otro ejemplo, a propósito del legendario tema.
En sus investigaciones sobre el agua, el nuevoleonés Américo Saldívar
estima que la producción de un litro de cerveza, desde el cultivo de la
cebada hasta su puesta en envase, es de entre 850 y mil litros de agua.
Cuando 10 millones de mexicanos carecen de agua potable. Y algo que por
lo menos los periodistas saben: 80 por ciento del agua disponible para
diversos usos proviene de los mantos subterráneos. Es como si la
producción de una hectárea de cualquier producto agrícola hiciera
necesaria la desertificación de unas mil hectáreas. Así de irracional.
Pero si yo quisiera convencer públicamente a los habitantes de la tierra
de Américo de abandonar el consumo de cerveza, no dudo que podría
exponerme a un linchamiento o a cualquier agresión disfrazada de
accidente. Igual ocurriría si mi intención fuera convencerlos de
suprimir su consumo de refrescos de cola.
El gobierno, pues, debe iniciar la aculturación de la sociedad en
torno a la producción de artículos que amenacen la existencia de la
especie.
Una fuga de agua en mi casa, de la que resulta un recibo de muy
elevado costo, me conduce a las oficinas de Agua y Drenaje. Allí me
encuentro con casi medio centenar de representantes de organizaciones
civiles protestando por la no cancelación, como había prometido el
gobernador cuando hacía campaña como hombre
antisistema, del proyecto hidráulico Monterrey VI (otra de las obras de Peña Nieto que huelen mal). Haré una pequeña parte en torno a este problema: enviaré a las autoridades de Nuevo León y a los representantes de esas organizaciones un artículo del mismo Américo Saldívar donde él propone un proyecto alternativo para no emplear las aguas del Pánuco, de las que se sospecha un futuro empleo en la técnica enemiga de la vida que es el fracking , sino las del río Bravo.
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