Alegatos
Foto: Moisés Pablo/ Cuartoscuro
Son días aciagos para el país y la escasa popularidad de Enrique Peña Nieto es apenas uno de sus reflejos.
El miércoles 13 de abril Reforma reportó que los números de aprobación del actual Presidente (30%) son incluso más bajos que los que tuvo Ernesto Zedillo (31%) durante la peor crisis financiera del México contemporáneo.
Con esa información en mente, aquí algunos rasgos de este gobierno.
1.- Confrontación con críticos
El de Enrique Peña Nieto es un gobierno que sólo acepta una versión
de las cosas: la suya. Las confrontaciones y exhibiciones de
intolerancia frente a la crítica internacional son prácticamente su
mayor legado en materia de política exterior.
Lo mismo han tenido roces diplomáticos con presidentes de otros
países que confrontación abierta con el Relator Especial de las Naciones
Unidas (ONU), Juan E. Méndez. En el camino, entre muchos otros
incidentes, acusaron de sesgada a la prensa internacional, dijeron que
el estudio sobre pobreza de la CEPAL no se puede tomar en serio y en un
comunicado conjunto Segob, PGR y SRE descalificaron el informe la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Los tonos de la confrontación son variados, como lo muestra la que
tienen con el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI)
en el caso Ayotzinapa. Apenas ayer, el Departamento de Estado de los
Estados Unidos emitió una durísima perspectiva del país en materia de
derechos humanos. Las primeras reacciones del Subsecretario Ruiz Cabañas
en Washington son menos altaneras y cínicas (quizá es un ajuste según
el mensajero). Ya veremos.
2.- Pasividad y omisión
Este gobierno parece tener una suerte de fascinación por las oficinas
vacías o sin titular. Por cinco meses no hubo embajador en la más
importante representación diplomática del país en el extranjero: Estados
Unidos. Finalmente nombraron embajador, pero sólo para sustituirlo a
los siete meses (el pasado 5 de abril).
Cuando hubo que nombrar cónsul en Barcelona escogió a Fidel Herrera,
ex gobernador de Veracruz de infame memoria y listado entre los 10 más
corruptos del país, según la revista Forbes. Luego se preguntan de dónde
viene el descrédito internacional.
Durante seis meses -a pesar de la importancia del tema- no hubo
Subsecretario de Migración. Cuando se acordaron que el puesto existía
fue para designar a un dinosaurio político (Humberto Roque) a quien se
le puede rastrear un cuestionable pasado pero no conocimiento en la
materia.
Con el país inmerso desde hace casi una década en una crisis de
violencia y seguridad, después de cinco meses sin titular, nombró
Subsecretario de Prevención del Delito a un hampón electoral: Arturo Escobar,
cuya trayectoria es tan sucia como pública. A escasos meses de asumir
el encargo Escobar se vio forzado a renunciar por las acusaciones que en
su contra enderezó la FEPADE.
Se tardaron otros tres meses en nombrar un nuevo subsecretario (la
oficina ha estado sin titular ocho de los últimos once meses). Una vez
más se trata de una persona sin mayor experiencia en el tema, Alberto
Begne, pero eso sí, con una trayectoria polémica en el campo político
electoral.
3.- Simulación y evasión de la responsabilidad
El 16 de enero de 2013 (mucho antes del escándalo de la casa blanca)
el Presidente Peña Nieto presentó insignificantes y confusos retazos de
su declaración patrimonial. Durante la ceremonia dijo: “reafirmo mi
convicción democrática de conducirme con absoluta transparencia en el
ejercicio (…) como Presidente de la República”.
Esas palabras quedan como una irritante broma en la memoria política
del país y una confirmación más de la simulación como sello de gobierno.
La historia sobre sus propiedades y sus benefactores no requiere mayor
desarrollo.
Este gobierno se exhibe de cuerpo completo cuando se trata de hablar de corrupción. Enrique Peña Nieto
envió al Congreso una iniciativa con una deficiencia técnica
extraordinaria. Después, su partido político obstaculizó
sistemáticamente las discusiones. Con heridas de muerte avanzó una
abigarrada reforma constitucional en materia de corrupción que no ha
servido para nada, pues aún requiere la aprobación de una cascada de
leyes secundarias. Incluso de aprobarse pronto, al menos dos tercios
(cuatro años) de su gobierno habrán transcurrido sin las reformas de
combate a la corrupción que tanto prometió. Pero sobre todo, sin el
marco legal que el país necesita urgentemente.
4.- Reformar no es gobernar
Escaso de ideas y atascado en los escándalos de corrupción y
conflicto de interés, el gobierno actual apenas es capaz de balbucear (ad nauseam)
una idea: reformas. El país atraviesa situaciones difíciles, en algunos
aspectos crisis históricas, con rezagos acumulados por décadas y
enormes desafíos de talla global. La realidad es compleja y delicada.
Pero, no importa el foro, no importa el tema, no importa la audiencia.
Sólo hay un mensaje: México se moderniza gracias a sus reformas.
En fin, estos son sólo algunos de muchos aspectos revisables. Por
otra parte, el Presidente ya lo ha dicho antes: a él no le interesa la
popularidad. Si bien la frase puede sonar a una postura de estadista, es
una lectura que minusvalora que en realidad hablamos de una evaluación
de la situación del país. Y, aunque no la quiera ver, la calificación
está ahí.
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