Luis Hernández Navarro
La Jornada
Enrique González Rojo
es un hombre generoso. Apenas hace unos meses, en octubre de 2015, donó
una colección de 11 mil 278 libros y más de un millar de revistas a la
Universidad Autónoma de la Ciudad de México. La biblioteca reúne las
adquisiciones bibliográficas de tres generaciones de tres Enriques
poetas: la de su abuelo, la de su padre y la suya propia.
Toda su vida, González Rojo ha estado rodeado de libros.
Estoy marcado por los libros. Siempre he vivido rodeado de libros. Apenas abrí los ojos y lo que vi no fue la partera, o a mi madre o mi padre. Lo que vi fue libros. Estaba rodeado de libros, cuenta el creador. Hasta la cuna donde dormía en la casa de su abuelo, en la calle de Mayorazgo 715, estaba rodeada de libreros. Sobre su cabeza se encontraba la Enciclopedia Británica. Dos de sus tomos estuvieron a punto de provocarle una desgracia, cuando un temblor los tiró sobre su pequeña cama. Minutos antes, su madre lo había tomado en brazos para darle el pecho. Estuvo a punto de morir.
A sus 87 años, Enrique ha tenido varios amores y tres pasiones
principales. Entre sus amores se encuentran el magisterio, la lectura y
la música. Sus pasiones son la poesía, la filosofía y la política.
Sus tres coordenadas de acción fundamentales están profundamente
entreveradas. Cuando está escribiendo demasiada poesía, añora la
filosofía. Cuando se dedica a la filosofía, extraña la poesía. Y cuando
está en las dos, siente nostalgia por la política.
Enrique González Rojo no puede vivir sin escribir en lo general, y
sin hacer poesía en lo particular. Según su abuelo Enrique González
Martínez, heredó
la ponzoña lírica. Comenzó a escribir poemas desde los seis o siete años, y desde entonces lo ha seguido haciendo.
Se acercó a la filosofía al sentir la necesidad de explicarse el acto
poético. No quería ser nada más un jilguero. Quería saber de dónde
venía su inspiración, qué sentido tenía. Y, por consejo de su abuelo, se
puso a leer obras de preceptiva, algo sobre la teoría de la poesía y
finalmente estética. Fue allí donde se enfiló hacia la filosofía.
Lector pertinaz de filosofía alemana, devoró las obras de Kant y
Hegel. Y, como ese pensamiento le parecía demasiado abstracto, aterrizó
en la filosofía existencial. Comenzó así el estudio de Jean Paul Sarte y
Martin Heidegger.
Estaba en esa etapa cuando uno de los existencialistas amigo suyo del
grupo Hiperión, Joaquín Sánchez Macgrégor, ingresó al Partido
Comunista. Intrigado, le preguntó cómo un existencialista se afiliaba al
Partido Comunista. González Rojo se entusiasmó con la respuesta y le
propuso a su amigo, el también poeticista Eduardo Lizalde, integrarse a
las filas del comunismo. Era 1956.
El pasado 30 de marzo, el viejo maestro Enrique González Rojo recibió orgulloso el doctorado honoris causa de
la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Allí confesó su amor por
el magisterio, “vocación que, iniciada por mi bisabuelo, se continuó
–estafeta de letras amorosas– con mi abuelo y mi padre”.
En su discurso en la ceremonia propuso
una reforma de la educación que advierta y haga suyos los grandes problemas nacionales, que no tenga reservas en denunciar las razones de fondo de por qué está la educación como está, que eleve a primer plano el espíritu crítico, haga un severo enjuiciamiento de la reforma oficial y devele, de manera reiterada y convincente, a qué intereses se encuentra enajenada.
Y, de manera directa, se preguntó:
¿Tendrá sentido, en efecto, proponer una estrategia educativa tan profundamente democrática cuando estamos viendo cotidianamente la manera atrabiliaria y punitiva en que el Ejecutivo federal y la Secretaría de Educación Pública, con la complicidad de la burocracia del SNTE, pretenden reformar la práctica docente empezando por una evaluación de los maestros sospechosa y hasta militarizada?(http://goo.gl/3NErMF)
Aunque las palabras de Enrique se le hayan atragantado al secretario
Aurelio Nuño, él sabe de lo que habla cuando opina de educación. Durante
33 años de su vida fue profesor de diversas materias en preparatorias,
colegios de ciencias y humanidades y universidades. Ha sido un formador
de docentes. La lista de sus alumnos que recuerdan su labor en las aulas
con admiración y gratitud es enorme. Apenas hace unos días, en un texto
titulado
Clases para abrir los ojos, Juan Villoro dibujó un conmovedor retrato del maestro González Rojo (http://goo.gl/gcNqlq).
Discípulo de José Revueltas –a quien considera uno de su padres
intelectuales–, a su manera un revueltista crítico, Enrique ha dedicado
una parte muy importante de su obra teórica como pensador de izquierda a
tratar de explicar por qué los bolcheviques, queriendo soñar la
emancipación humana, nos dieron una feroz dictadura. Su optimismo
–asegura– viene de su capacidad para repensar cosas como ésta, y de no
olvidar nunca la estrategia del comunismo.
Como teórico de la transformación social, el poeta ha reflexionado
con imaginación y profundidad en la existencia de una tercera clase, la
clase intelectual, y en su papel en el llamado socialismo real. A partir
de su estudio de Freud y el sicoanálisis, elaboró la teoría de la
pulsión apropiativa. Convencido de que se produce plusvalía no sólo en
la esfera de la producción, sino también en los servicios y la
circulación, ha propuesto una nueva visión del sujeto histórico.
Convencido de que el socialismo sólo puede ser obra de los trabajadores
mismos, ha colocado en el centro de su proyecto la lucha por la
autogestión.
Poeta, filósofo y político, Enrique González Rojo no concibe la vida
sin escribir y no entiende la escritura sin estar comprometido. Toda su
vida ha sido de lucha y toda su lucha ha buscado poner un granito de
arena por la emancipación de la humanidad. Su discurso en la ceremonia
de investidura del honoris causa de la UAM así lo muestra.
Twitter: @lhan55
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