CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Uno de los aspectos más notorios de
los regímenes autoritarios es la utilización facciosa de la ley para
reprimir, censurar y controlar a la población. El contenido de dos
nuevas leyes impulsadas por Enrique Peña Nieto y los partidos del Pacto
por México confirma que el actual ocupante de Los Pinos busca consolidar
de manera definitiva la política represiva que ensayó en Atenco el 4 de
mayo de 2006, cuando fungía como gobernador del Estado de México, y que
ha repetido una y otra vez desde su toma de protesta como presidente de
la República el 1 de diciembre de 2012.
Peña Nieto se da cuenta del aumento de la ira social frente a sus
fallidas “reformas estructurales”, la crisis económica, la
profundización de la corrupción y la expansión de la violencia por todo
el país. El presidente mexicano también está sujeto a cada vez más
presión de organismos internacionales para frenar tanto la ola expansiva
de violaciones a los derechos humanos como los ataques constantes
contra periodistas, activistas sociales y políticos.
Pero en lugar de cambiar el rumbo y resolver el problema de raíz
atacando la impunidad criminal enquistada en las instituciones
gubernamentales, Peña Nieto ha decidido promover nuevas leyes que
legalizarían la crisis generalizada de derechos humanos. Así como las
contrarreformas “estructurales” institucionalizaron la corrupción y el
saqueo, las nuevas contrarreformas represivas buscan formalizar la
imposición de un estado de sitio generalizado en el país.
En la Cámara de Diputados avanza un dictamen para la Ley
Reglamentaria al Artículo 29 Constitucional que daría manga ancha al
presidente de la República y al Congreso de la Unión para suspender
nuestras garantías constitucionales frente a casi cualquier
“perturbación a la paz pública” con el fin de establecer la “normalidad”
de impunidad generalizada en el país. De acuerdo con el texto de la
iniciativa, ya aprobada por el Senado de la República, se define el
concepto “perturbación grave” como un “fenómeno social violento que
ponga en peligro la estabilidad o seguridad del Estado o su estructura
social, política o económica”.
Es decir, casi cualquier protesta social, o supuesta amenaza a la
autoridad orquestada por provocadores en la nómina de la Secretaría de
Gobernación, puede ser motivo para cancelar nuestros derechos más
básicos a la libertad de reunión, de protesta y de expresión, así como a
la privacidad, a la información, al tránsito y a la comunicación. En
otras palabras, en el momento en que Peña Nieto y sus partidos aliados
empiezan a sentir que su poder se tambalea, esta nueva ley les
permitiría encerrarnos a todos en nuestras casas y cancelar todo
servicio telefónico o de internet. Simultáneamente, el gobierno podría
establecer un régimen de estricta censura en todos los medios de
comunicación, algo ya bastante avanzado en los hechos, así como prohibir
las reuniones de protesta e intervenir en todas y cada una de nuestras
comunicaciones personales.
La nueva Ley Atenco, aprobada por el PRI, el PAN y el PRD en el
Congreso del Estado de México el pasado jueves 17 funge como el perfecto
complemento autoritario a la ley de estado de sitio promovida en el
Congreso federal. La nueva Ley que Regula el Uso de la Fuerza Pública en
el Estado de México autoriza de manera indiscriminada la utilización de
la fuerza pública en casi cualquier situación de protesta social. Por
ejemplo, el artículo 7 promueve su uso para garantizar “el orden y la
paz pública”, definidos en los términos más abstractos, así como “por
estado de necesidad, cuando se realice para salvaguardar un bien
jurídico propio o ajeno de un peligro real, actual o inminente”.
Asimismo, el Capítulo III de la ley autoriza de manera general emplear
la fuerza para el “control de multitudes” y define como una “reunión
ilegal” de facto cualquier protesta ciudadana donde se busque “obligar” a
las autoridades a resolver en un sentido específico.
En suma, la “Ley Atenco” está diseñada para acabar con la protesta
social, así como para proteger a los elementos de seguridad en caso de
cualquier acusación en su contra de parte de los ciudadanos víctimas de
sus actos represivos. El contenido de ambas leyes, la del Artículo 29
al nivel federal y la del Uso de la Fuerza Pública al nivel estatal,
demuestran el aislamiento cada vez más extremo de la clase política
respecto de la sociedad y su necesidad de gobernar estrictamente por la
fuerza.
Y cuando sumamos las recientes confesiones del colombiano Andrés Sepúlveda a la agencia Bloomberg (véase: http://ow.ly/109ept)
sobre su participación en una amplia red de espionaje y fraude
electoral durante la campaña presidencial de Peña Nieto en 2012, nos
queda claro que la lógica de la fuerza ha sido la característica del
gobierno actual desde sus orígenes. El gobierno de Peña Nieto no
solamente no es democrático, sino que, a partir de cada revelación nueva
sobre los entretelones del funcionamiento de su red internacional de
corrupción política, queda más claro que carece de la más mínima
legitimidad social o institucional.
Cada día tendremos más presos políticos atrás de las rejas y
criminales en el gobierno si no actuamos juntos, como sociedad unida,
con una clara vocación política y electoral, para detener la
legalización del fraude y la cancelación de todas nuestras libertades
ciudadanas. l
No hay comentarios.:
Publicar un comentario