Carlos Bonfil
▲ Fotograma de la película de Xavi Salas
La rebeldía en el rostro. El ombligo de Guie’dani,
película mexicana de Xavi Salas, presentada hace un año en el Festival
Internacional de Cine de Morelia, tiene finalmente su estreno comercial,
y aun cuando pudiera lamentarse el largo tiempo de espera, en realidad a
la cinta le queda bien darse a conocer ahora ampliamente y contribuir,
de modo formidable, al debate cultural que en su momento suscitó el
éxito mediático de Roma, de Alfonso Cuarón. Ambas obras abordan
un tema semejante –la invisibilidad de las minorías étnicas en el
servicio doméstico en las grandes urbes–, pero lo hacen de un modo
diametralmente opuesto.
En el caso de Roma, una cinta costumbrista con tintes
autobiográficos, el director evoca sus días de infancia en un ambiente
doméstico presidido por cálidas presencias femeninas, entre las que
destaca Cleo, su entrañable nana, idealmente un miembro más de
la familia, pero en los hechos una mujer indígena destinada a pasar toda
su vida al servicio de quienes, con las mejores intenciones, habrán de
negarle siempre el reconocimiento real de su autonomía. El caso de las
dos protagonistas en El ombligo de Guie’dani es muy distinto.
Se trata de dos mujeres, madre e hija, indígenas zapotecas, que
abandonan su comunidad oaxaqueña para prestar sus servicios en una
residencia de clase media y en el seno de una familia dispuesta a marcar
de manera cortés, pero siempre muy tajante, las obligadas distancias
–sociales, étnicas y culturales– con las recién llegadas. Valentina
(Yuriria del Valle), la madre de familia, es un prodigio de simulación y
generosidad afectada; David (Juan Ríos), su esposo, es quien con mayor
espontaneidad manifiesta un recelo próximo a la animadversión hacia una
clase social de la que desconfía instintivamente. Los dos hijos
adolescentes apenas son el reflejo abúlico del comportamiento y los
prejuicios de sus padres.
Esa suspicacia mutua, la brecha insalvable entre la familia desdeñosa
y el servicio a la defensiva, cancelan la posibilidad de ese clima de
armonía afectiva verdadera que las buenas conciencias desearían
instaurar entre las clases sociales. El ambiente de calidez hogareña y
empatía entre diferentes que, con todas sus reservas, propone una cinta
como Roma, tiene un desmentido vigoroso en la narrativa de Xavi
Salas. En una época de resurgimiento de los extremismos ideológicos, se
derrumba cada vez más la vieja utopía de la reconciliación social, base
de todo un discurso que aspira a situarse siempre en la zona de confort
del centro político. En este sentido, la alegoría social en El ombligo de Guie’dani
está marcada por una fuerte incorrección política. No es un azar si
David, el patrón de la joven indígena, no consigue jamás comprender o
sustraerse al malestar que le provoca el misterio que encierra el rostro
adusto, malhumorado, impenetrable de Guie’dani (una Sótera Cruz
formidable). Es el rostro de una inconformidad indomeñable, de una
rebeldía latente que atenta contra las certidumbres morales de este
hombre de clase media. Más allá de las comprensibles intenciones
conciliadoras que manifiesta Lidia (Érika López), la madre de la joven
inconforme, lo que destaca es la intensa solidaridad de las dos mujeres
indígenas frente a un destino social que ambas consideran injusto. Más
vigoroso aún es el lazo de comprensión afectivo que une a Guie’dani con
la joven vecina y empleada Maru (Mónica del Carmen), su compañera de
aventuras e insurrecciones lúdicas.
Al salir la joven zapoteca de su pueblo en el istmo de Tehuantepec,
se descubre por primera vez extranjera en el país que siempre creyó
suyo, y esa intuición de marginalidad extrema, afianzada por el
descubrimiento del racismo y de los desplantes clasistas, le hacen
añorar su lugar de origen, el centro inalienable de su existencia, ese
ombligo silvestre al que alude el título. La cinta de Xavi Salas
reivindica, como pocas otras, la urgencia de una verdadera vocación
identitaria. A contracorriente de las narrativas tradicionales del cine
mexicano, con sus sirvientas simpáticas y agradecidas, mascotas humanas a
resguardo detrás de un virtual cordón sanitario, y los abrazos
fraternales, en una noche de Navidad, que habrán de deshacerse cada día
del resto del año, El ombligo de Guie’dani ofrece un relato
provisto de una notable coherencia moral y una empatía real con las
clases desfavorecidas, en particular con esa comunidad indígena con
escasa o nula protección en un trabajo doméstico de inspiración feudal
en las grandes ciudades. Una bocanada de aire fresco en nuestra
cartelera comercial.
Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
Twitter: CarlosBonfil1
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