Carlos Bonfil
▲ Joaquin Phoenix encarna al Guasón
La sustancia corrosiva del rencor social. El estreno internacional simultáneo de Guasón (Joker),
la cinta de Todd Phillips ganadora del León de Oro en la pasada edición
del Festival de Cine de Venecia, ha suscitado una fuerte polémica que
rebasa, con creces, la estricta valoración de sus cualidades artísticas,
entre las que destaca, de modo incuestionable, la formidable
interpretación que hace Joaquin Phoenix de su protagonista central.
Quienes por inadvertencia esperaban una secuela más de una rutinaria
película de superhéroes, inspirada en la historieta gráfica de Batman,
descubren desconcertados la ilustración fílmica de los siniestros
delirios de un desequilibrado mental llamado Arthur Fleck (Phoenix), un
patético hombre-anuncio en las calles atestadas de basura de la ficticia
ciudad de Gotham (un Nueva York que en los años 80 padece una severa
huelga de servicios de limpia), para quien la agresión que sufre por
parte de un grupo de adolescentes será el detonador que avivará una
violencia personal reprimida y secretamente cultivada durante largos
años.
Esa violencia, desplegada a través de una serie de actos criminales,
es fruto no sólo de una enfermedad mental asociada con la esquizofrenia,
sino también de una acumulación real de agravios y maltratos que en
Arthur – payaso de ocasión y comediante mediocre– han cultivado un agudo
resentimiento social. La parte interesante y perturbadora de la
película es el modo en que delirio y realidad se confunden en la mente
del protagonista, e incluso también en la percepción misma de la
historia por muchos espectadores. Sea deliberada o fortuita la intención
del director y guionista de confundir así las pistas del relato, lo
cierto es que el resultado semeja una peculiar arma de dos filos, la
postura ambivalente del realizador que transforma el desequilibrio
mental de Guasón y su violencia homicida, lo mismo en un espectáculo
complaciente, moralmente cuestionable, que en el diagnóstico feroz de
los extremismos a que puede conducir la insensibilidad de una sociedad
que menosprecia, abierta o veladamente, a los seres marginales. No era
otra la fuente de agravios que padecían los protagonistas de dos cintas a
las que Guasón rinde un tributo transparente: el Travis Bickle (Robert
de Niro), de Taxi Driver (Scorsese, 1976), y el comediante frustrado Rupert Pupkin (nuevamente De Niro), en El rey de la comedia (Scorsese, 1982).
La gran diferencia entre el impacto de aquellas dos cintas notables y
la película que hoy despierta tanta polémica es el modo inaudito en que
el desprecio a las minorías y la humillación al ciudadano común
desfavorecido ha trascendido la simple anécdota para volverse una
práctica institucional en las políticas públicas de países como Estados
Unidos o Brasil, o parte del este europeo, permeables cada vez más a un
discurso autoritario. Cuando Thomas Wayne, candidato a la alcaldía de
Gotham City y supuesto padre del bastardo Arthur Fleck, exclama con
sorna:
Quienes hemos logrado hacer algo con nuestras vidas, siempre veremos como payasos a los que no lo han logrado, la previsible reacción del aludido y humillado sólo podrá ser un
Espero que mi muerte tendrá más sentido (o hará más dinero) que mi vida, y esa profunda frustración individual llegará a contagiar a un número mayor de desposeídos quienes habrán de culpar de su suerte a las élites sociales hasta clamar
Muerte a los ricos, desatando el caos urbano, la rebelión de las masas, la proliferación de las máscaras que resguardan el anonimato de la revancha, el encono incontrolable del rencor social. El fuego a la vuelta de la esquina.
Ese clima apocalíptico es el que visiblemente ha fascinado a Todd
Phillips, realizador sin la maestría artística de un Scorsese, pero con
el olfato suficiente para reconocer la eficacia de un discurso
incendiario en la pantalla en estos tiempos del recelo social, la
posverdad triunfante y la impune reivindicación del odio a lo diferente.
De la obra artística redonda y contundente que fue Taxi Driver
hemos pasado, décadas después, a la película panfleto, al exabrupto
anímico totalizador que prescinde de un punto de vista manifiesto y
certero, y que diluye la denuncia política en una mera política del
espectáculo. El marasmo ideológico y narrativo que es Guasón
tiene como venturosa redención artística el desempeño prodigioso de
Joaquin Phoenix, sostén verdadero de toda esta empresa comercial.
Al espectador atrapado en los delirios de Arthur Fleck, el propio Guasón podría decirle con ironía: “ The joke’s on you” (La broma es sobre ti).
Se exhibe en la Cineteca Nacional, así como en salas comerciales.
Twitter: @CarlosBonfil1
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