Romeritos y Romerotes
Caídas de caciques sindicales
¿Y los líderes seccionales?
¿Y los funcionarios ladrones?
La renuncia de Carlos Romero
Deschamps a la dirigencia del sindicato nacional de trabajadores
petroleros ha reavivado la esperanza popular de que haya castigo a los
grandes corruptos del país. La ostentación, por parte del secretario
general de uno de los sindicatos más poderosos del país, de la riqueza
mal habida y la constante exhibición de su impunidad amparada por
gobiernos priístas y panistas a lo largo de 26 años de imperio, hicieron
del personaje (nacido en Tampico, Tamaulipas, 76 años atrás) uno de los
receptáculos más afinados del repudio popular.
La caída de un dirigente sindical poderoso no ha sido, sin embargo,
un hecho que altere a profundidad el esquema de relaciones de esos
organismos con el poder político en turno. Los ejemplos de Joaquín
Hernández Galicia y Elba Esther Gordillo muestran que la sustitución de
liderazgos puede quedar solamente en tácticas gubernamentales basadas en
las circunstancias del momento. Ahí están los casos de Carlos Salinas
de Gortari quien, decidido a asentar su poder tachado de espurio en
1988, dio un manotazo judicial y militar en Ciudad Madero, Tamaulipas,
para advertir mediante La Quina el castigo que correspondería a
quienes desde el sistema hubieran apoyado o consideraran apoyar el
conato de insurrección electoral encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas;
Enrique Peña Nieto, necesitado de despejar el camino a su plan de
reforma educativa, no titubeó en castigar a la lideresa Gordillo que
pretendía retar de forma obstructora el poder de Los Pinos. Ahora,
Romero Deschamps no será obstáculo para el desarrollo de los planes
petroleros del sexenio en curso.
Vale advertir, por otra parte, que la plantilla de personajes
relevantes alcanzados por el conato justiciero de la llamada Cuarta
Transformación no ha alcanzado aún al primer nivel o al círculo
realmente más cercano a Enrique Peña Nieto, el responsable político e
histórico de la combinación de corrupción, injusticia e ineficacia que
desfondó al país, según la narrativa trágica que día a día es desplegada
ante azorados escuchas nacionales desde tribunas gubernamentales.
Podría decirse que, hasta ahora, los dardos en busca de justicia han
pegado en blancos colaterales o no estratégicos: Juan Collado, el
abogado de las élites que no es único ni insustituible; Rosario Robles,
pieza casi de cacería judicial obligada en este sexenio en función de
agravios acumulados; Medina-Mora, el ministro cuya caída permitirá al
obradorismo conseguir blindaje numérico de votos ante eventuales golpes
judiciales y ahora Romero Deschamps, cuya gran corrupción no está
asociada a ningún grupo presidencial corrupto sino a todos los que le
tocaron en razón de calendario.
Sin embargo, la trascendencia de estos casos (Collado, Robles,
Medina-Mora, Romero) habrá de depender del impacto que tengan en las
estructuras casi institucionalizadas de corrupción y abuso en que se han
montado: acabar con los bufetes jurídicos dorados que mediante tráfico
de influencias garantizan triunfos en litigios a los poderosos sería una
consecuencia plausible en el caso Collado; terminar con el robo de
recursos públicos y el uso de recursos asistenciales para fines
partidistas, en cuanto a Robles; depurar al Poder Judicial federal, si
se habla de Medina-Mora.
Y el desmantelamiento del aparato de control criminal del sindicato
petrolero, en el caso de Romero Deschamps, pues no bastará con el
seguimiento judicial (¿blando, rígido?) de las denuncias ya presentadas:
hay émulos de Romero, Romeritos, en las secciones sindicales
petroleras, y hay Romerotes en las administraciones pasadas de Pemex y
en sus firmas afiliadas o concurrentes. La lucha contra la corrupción
debe ir más allá de ciertos personajes, por más emblemáticos que sean, e
ir a fondo y con sentido de trascendencia histórica. ¡Hasta mañana!
Twitter: @julioastillero
Facebook: Julio Astillero
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