El exlíder del Sindicato Petrolero, Carlos Romero Deschamps. Foto: Eduardo Miranda
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Parecía estar todo concertado. O que nada extraordinario pasaba. Después de 26 años de reinado –desde el gobierno de Carlos Salinas de Gortari–, la renuncia del líder petrolero Carlos Romero Deschamps no cimbró las instalaciones de la sede del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM).
Ubicada en los límites de las colonias Guerrero y Buenavista, zona “liberada” para la delincuencia, la calle Ignacio Zaragoza lucía como un día cualquiera. La estampa de una patrulla policiaca entre una larga fila de prostitutas sexagenarias sólo variaba por las decenas de reporteros agolpándose en la búsqueda de una nota entre el número 15 de la angosta avenida y el tianguis que cada miércoles se instala del otro lado de la acera.
Hermetismo puro, la opacidad en la información se replicó en el corazón del sindicato. Nada se sabía de lo que pasaba al interior, donde se reunía –desde las 10 de la mañana– la cúpula gremial para recibir la carta de renuncia de su amo.
Afuera no hubo simpatizantes y prácticamente tampoco opositores al reinado. Apenas cuatro jubilados petroleros sostenían una breve manta, dibujadas en ella ratas con la cara del líder sindical y escrita la leyenda: “Juicio político a Carlos Romero Deschamps por traición a la patria”.
“Ni para una pinche manta digna les alcanza a estos putos”, retrucó un miembro del STPRM, encargado de la seguridad.
En las inmediaciones, en las calles de Guerrero, Puente de Alvarado y Orozco y Vega –que con Zaragoza conforman la manzana–, los hoteles de paso, que a 200 pesos la hora completan la vida económica del barrio, alquilaban sus garajes para guardar las camionetas de lujo de los altos funcionarios del sindicato, vigiladas por escoltas.
Del tianguis “Ferias y Romerías”, que con sus lonas verdes y los puestos de fruta rasga el gris de la zona, se rompía el silencio y la monotonía. Los brevísimos momentos que se abrían las puertas del sindicato –del que salían corriendo discretos trajeados y camionetas con vidrios polarizados– se escuchaba la mofa de los marchantes: “Agárrenlos, agárrenlos que se escapan, pinches ratas huachiculeras”.
Miguel Osorio, tianguista, quien tiene 56 años trabajando en el lugar, cuenta que hasta hace unos años aparecía Romero Deschamps repartiendo fajos de billetes a vigilantes y jubilados que lo esperaban a la entrada del sindicato.
Y reclama, entre la indignación y el hartazgo de quien ha sido testigo recurrente de un mismo atropello:
“Claro que es una ratota. Todo México lo sabe. Pero, ¿usted cree que con esto van a arreglar el país? Todo va a seguir igual. Ni siquiera lo van a meter al bote. ¡Que no mamen! ¡Que devuelva el dinero! ¡Este cabrón saqueó al país! Siempre es lo mismo con los políticos y toda esa bola de culeros”.
A dos horas de haber comenzado la reunión, de las puertas del sindicato salió una camioneta negra blindada, visualmente impenetrable, escoltada por otro vehículo. De a poco sorteó el muro de periodistas y se marchó. Se dedujo que ahí se marchaba el que ahora sería exlíder petrolero.
La información de que su sustituto “interino” sería el diputado plurinominal priista por Veracruz, Manuel Limón, daba la razón a las costumbres mexicanas descritas por el tianguista. “Ni más ni menos que el operador financiero de Deschamps”, decían los reporteros de la fuente del que fue tesorero del STPRM de 2007 a 2018.
Con el mediodía la calle se cubrió de lluvia. Afuera del STPRM no pasaba más nada y sólo un personaje se exponía. Dijo que era sindicalizado petrolero en retiro, de la sección 1 de Tamaulipas. Vestía un pantalón de pana desgastada, tenis que parecían haber sido color blanco y una gabardina percudida.
“Necesitamos que renuncien los 36 líderes regionales. Dudo que tengan vergüenza, pero vamos a tomar las oficinas de todas las secciones si no se van. No es posible que cambien a Romero y dejen a otros 36 rateros. Llegó la hora de la justicia”, repitió, abordando uno a uno a cada reportero que veía.
Pero su rostro algo más decía. Mostraba una fotografía junto al presidente Andrés Manuel López Obrador, donde aparece entregando una carta firmada a nombre de María Consuelo Loera, y mostraba los cientos de resultados de la búsqueda de su nombre en Google: José Luis González Meza.
“Es que mis abuelos, mi padre, mis hermanos y mis sobrinos son petroleros. En el cuerpo tenemos petróleo, no sangre. Pero en mis ratos libres defiendo al Chapo”.
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