Editorial La Jornada
Para tratar de dar legitimidad a la
impugnada decisión de extender el periodo del actual gobernador electo
del estado, Jaime Bonilla, el Congreso de Baja California realizó ayer
una
encuesta ciudadanacarente de rigor, equívoca en su formulación y tan falta de sentido democrático y legal como el yerro al que pretendió dar cobertura.
Cabe recordar que el 2 de junio pasado tuvo lugar una
elección local en la que se disputó una gubernatura por dos años –con el
propósito de empatar los comicios locales con los federales de mitad de
sexenio– en la que Bonilla obtuvo un triunfo abrumador sobre sus
oponentes. Un mes después, de manera inopinada y a contrapelo del más
elemental sentido democrático, el Legislativo local aprobó una
modificación a la Constitución de la entidad a fin de convertir ese
bienio en un quinquenio.
Tal maniobra no sólo resultó violatoria de la voluntad popular, que
se manifestó por un gobierno de dos años, y no por uno de cinco, sino
también del principio básico del derecho que estipula la improcedencia
de legislar en beneficio o perjuicio de un individuo en particular. En
concreto, esa determinación legislativa es un peligroso precedente para
que cualquier Congreso local, e incluso el federal, modifique a
voluntad, y con base en negociaciones impresentables, el periodo de
cualquier servidor público electo o en funciones.
Con todo y que la reforma constitucional referida ha sido impugnada
ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la mayoría de los
diputados bajacalifornianos se empeñaron en darle un cariz de
legitimidad mediante la
encuesta ciudadanade ayer que, lejos de corregir el extravío, lo ahonda y lo complica.
Por otra parte, es insoslayable el hecho de que Bonilla pertenece al
mismo partido que llevó a la Presidencia a Andrés Manuel López Obrador,
con la divisa de la ética y la honestidad, y en esa medida, el desaseo
operado en Baja California lastima la credibilidad de la transformación
de la vida pública que el actual mandatario se ha fijado como propósito
central de su sexenio.
Más aún, el afán por extender el periodo de Bonilla en el Ejecutivo
local deja traslucir un apego ambicioso al poder, desdén por las normas
democráticas elementales e incluso una alarmante tendencia a conformar
un cacicazgo estatal disfrazado con un supuesto acatamiento de la
voluntad popular.
En suma, no es ético ni correcto cambiar las reglas del juego cuando
éste se encuentra en marcha, o peor aún, cuando ya ha terminado, como
fue el caso de la reforma constitucional realizada en la entidad
fronteriza.
Es de esperar, pues, que el máximo tribunal del país restablezca la
sensatez y la decencia y restituya el curso institucional
bajacaliforniano a los términos en los que se desarrollaba hasta antes
de este vergonzoso episodio.
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