Guatemala, Gua. El Día Internacional de las Niñas,
es una efeméride que bien puede motivar a que las personas adultas
reflexionemos qué estamos haciendo para que ellas hagan realidad sus
aspiraciones, consoliden su autoestima y desarrollen sus capacidades; en
suma, vivan esa época de la vida como un proceso de aprendizaje para
empoderarse, así como para consolidar sus fortalezas y conocimientos.
Desde enfoques feministas,
lograr lo anterior pasa por crear espacios en los que las niñas ejerzan sus
derechos, estimulándolas a que no callen, a expresar lo que les gusta y lo que
no, a decir sin miedo sus ideas e inquietudes, a conocer cómo funciona su
cuerpo y la importancia de su cuidado, así como a promover sus predilecciones
en cualquier disciplina artística o deportiva.
Desde hace 25
años, a nivel de Naciones Unidas, los Estados -incluyendo Guatemala-
reconocieron el compromiso de impulsar programas específicos para garantizar
los derechos de las niñas, pero existen enormes rezagos en materia educativa,
de salud, seguridad, por mencionar algunas problemáticas. Aunado a ello falta
una conciencia ciudadana que promueva sus potencialidades y contribuya a hacer
realidad sus aspiraciones.
Desproteger a las niñas
es un acto deleznable, como igual lo es la reproducción de actitudes
autoritarias o discriminatorias (adulto-centristas, patriarcales o racistas)
contra ellas. Si a esto se aplica enfoques punitivos como reglas de
comportamiento o se justifica los contextos violentos dentro y fuera de casa, las
niñas enfrentarán mayores dificultades en su juventud o vida adulta.
Existen grandes
deficiencias en la protección y cuidado de las niñas. En los hogares de manera
cotidiana se alienta dependencias, obediencias ciegas y los silencios como
mecanismos para la supuesta sana convivencia. En escuelas, barrios, comunidades
y centros de recreación persisten actitudes de las personas adultos encaminadas
a naturalizar las violencias o bien a anular sus capacidades de asombro y
crítica. Sólo así se entiende que se acepte como natural la servidumbre y los
matrimonios infantiles o como irremediable que con 10 años de edad se
conviertan en madres o se afilien a una pandilla.
Algunos datos que confirman la gravedad de la situación que viven las
niñas guatemaltecas: La tasa neta de cobertura educativa a nivel
primario se redujo de 98.7 por ciento a 78.2 por ciento, entre 2009 y
2016; 9 de cada 10 exámenes realizados por el Instituto Nacional de
Ciencias Forenses por delitos sexuales, corresponden a niñas y
adolescentes; entre enero y agosto de 2019, 3 mil 785 niñas (entre 10 y
14 años) se convirtieron en madres, como consecuencia de ser violadas
por hombres cercanos a ellas, principalmente.
Que sirva esta conmemoración para reconocer que en Guatemala, hay
miles de niñas que estudian en condiciones precarias, y además ayudan a
los quehaceres domésticos, cuidan a hermanas o hermanos pequeños, van a
la tienda, atienden a personas ancianas o enfermas; otras, que trabajan
en condiciones muy desfavorables, están aportando al gasto familiar. A
pesar de tales adversidades, ellas encuentran tiempo para jugar, aunque
lo hacen en lapsos menores en comparación a los niños.
Es responsabilidad de todas las personas contribuir a que las niñas
puedan alcanzar sus potencialidades, en lugar de alentar de manera
irreflexiva la creación de “princesitas”, de “mujercitas” débiles, de
“pequeñitas” consumistas o individualistas ajenas al contexto de la
sociedad en que viven. Transformar las realidades injustas, solo será
posible con niñas preguntonas, inquietas, saludables, fuertes, alegres y
cariñosas; todas tienen capacidad transformadora para tener una vida
digna.
* Periodista mexicana residente en Guatemala
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