8/23/2010

A la Viva México

Hermann Bellinghausen

Hay un país de los pequeños, que no es pequeño. Bien mirado, es prácticamente todo este México que así identifica su gente de frontera a frontera y costa a costa. De Chiapas y Yucatán a las calles indocumentables de Los Ángeles, va por las faldas del volcán de Colima en La Yerbabuena, la meseta Purépecha, el campo de resistencia a La Parota, Suljaá de los amuzgos, la Montaña de Guerrero. Y de pronto la ciudad de México real, y la trágica represión en San Salvador Atenco. Aquel país revelado por la otra campaña en 2006 y apelado por ella cuando el subcomandante Marcos recorrió la República como Delegado Zero del EZLN. Ahí el ojo, el documental ¡Viva México! (Nicolás Defossé, Terra Nostra Films, 2009) aviva la memoria con algunos pasajes del inmenso país que, visto de arriba en los pedestales del poder, los rascacielos y los helicópteros, parece de hormigas.

La única solución somos nosotros mismos, dice a la cámara un colono de Isla Mujeres, Quintana Roo, en enero de 2006. Nos tuvimos que volver rebeldes. En su rostro y los de los otros hombres de la colonia La Guadalupana (cuyos pobladores dieron una buena dentellada de resistencia a la expansión turística que aqueja al Caribe), la experiencia, el dolor y la rabia no han doblegado cierto candor, la alegría propia de la gente buena pero no dejada.

Tal es el talante que prevalece a lo largo del relato, hasta mayo de 2006, en las gentes de toda edad y condición que protagonizan colectivamente ¡Viva México! La referencia a la mítica cinta de Serguei Eisenstein ¡Qué viva México! (1931-32) resulta un irónico contrapunto. La inconclusa obra maestra del ruso quiso develar el país creado en la Revolución; en su entusiasmo fundacional, se demoraba poéticamente ante el dramatismo milenario del pueblo. En cambio, el documental que estos días inicia un recorrido por salas de cine de 16 estados fuera del circuito comercial, ofrece apenas unas cuántas hojas del calendario del pueblo durante los días de aquella primera llamada, aviso de un futuro entonces inmediato que hoy ha cumplido cuatro años ya. Son vísperas de los comicios federales que habrían de conducir al fraude, la imposición del gobierno calderonista, y todo el daño que esto ha implicado para el país.

El principal mal del pueblo es el gobierno, decía un pescador de San Blas, en Nayarit, opuesto a la expropiación turística de su milpa de mar: Ya no le pedimos que nos dé la mano, sino que nos quite la pata del pescuezo. Una mujer purépecha, sentada en el piso, cubierta con su rebozo, mira de lado a la cámara y reivindica a los mexicanos que pisan el lodo y levantan la tierra, no como esos corbatudos y perfumados que nada saben de lo que es la realidad. Una comerciante mazahua hace un llamado en el Zócalo de la capital durante el mítin de la otra campaña: “A que nos muéramos de hambre, mejor que nos muéramos por algo de valor”.

El nuevo ¡Viva México! avanza inexorablemente a su clímax (provisional) en la resistencia del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, en San Salvador Atenco, y la brutal invasión policiaca desatada el 4 de mayo por los gobiernos de Vicente Fox y Enrique Peña Nieto. Ambos mandatarios aparecen justificando con vacíos lemas la tortura, las violaciones sexuales, golpizas y ejecuciones cometidas por sus fuerzas del orden. Vemos a Televisión Azteca y Televisa llamar a la guerra santa contra los renegados de Atenco; los que en 2001 detuvieran la destrucción de sus excelentes tierras por un aeropuerto, en 2006 pagarían caro su osadía sufriendo cárcel, tormentos, vejaciones sexuales y mediáticas.

El gobierno somos nosotros cuando estamos unidos, había dicho días atrás un campesino atenquense al subcomandante Marcos, delegado zapatista que llevaba allí la palabra de las comunidades rebeldes y autónomas de Chiapas, del mismo modo que lo haría en el resto del país, llamando a una rebelión nacional, civil y pacífica.

Entre las diversas paradojas de ¡Viva México!, no es menor el tono apacible, casi melancólico del relato, siendo tantas la rebeldía y la determinación de sus numerosos protagonistas: comerciantes de La Merced; trabajadoras sexuales, mujeres triquis y transgénero que demandan tolerancia; ejidatarios zapotecos del istmo de Tehuantepec que se oponen a las torres de energía eólica clavadas allí por trasnacionales españolas. Uno describe la muerte inminente de los pastos por la miríada de cimientos de concreto en la pradera, y afirma que los actuales son los gobiernos más corruptos que recuerda. Nos están convirtiendo en extranjeros en nuestra propia tierra, expresará en otro momento el propio Marcos.

El filme es un recordatorio. El poder desató a partir de entonces una guerra insensata contra el crimen, militarizó el país y lo puso en subasta más barato y más violentamente que sus predecesores, abusando de la voluntad civil y pacífica de esa rebelión desde abajo que sigue, centenarios más o menos, aunque nadie la mire.

En el abismo

Gustavo Esteva
Se acumulan en mi escritorio los asuntos que quiero tratar, pero deben quedar pendientes.

Me gustaría hablar de la comida, por ejemplo. Tiene razón Galeano. En estos tiempos de miedo global, quien no tiene miedo al hambre tiene miedo de comer. Tras las cosechas más altas de la historia nos acosa de nuevo el hambre. Las mismas corporaciones que la causan y destruyen el ambiente llenan de chatarra o veneno los platos de quienes pueden colmarlos... con pleno apoyo gubernamental. Y quiero escribir del movimiento invisible de millones de personas que resisten esas agresiones y empiezan a transformar el mundo alimentario.

¡Hay tantas cosas de qué ocuparse en este mundo en ebullición que nos ha tocado vivir! Pero no puedo apartar la atención del dolor que causa la ampliación y profundización del estado de excepción, al extenderse como paramilitarización en porciones cada vez mayores del país.

Las agresiones a las comunidades zapatistas se han vuelto tan repetidas y cotidianas que dejan de ser noticia. El silencio de los medios se ahonda con el de los partidos y el gobierno, incluyendo naturalmente al PRD, responsable directo de muchos ataques paramilitares en Chiapas y dócil participante en el espectáculo sobre seguridad armado por Felipe Calderón en el Campo Marte.

La entrega de amplios espacios del territorio nacional a los paramilitares guarda a menudo relación con la previa entrega de esos espacios al capital nacional o trasnacional, que exige el desalojo de quienes habitan en ellos y son sus dueños legítimos para poder iniciar la explotación de los recursos. En otros casos se trata de cumplir acuerdos mafiosos para mantener la estructura caciquil y el ejercicio de dominación sobre las comunidades, particularmente entre los pueblos indios. Finalmente, se busca impedir que tengan éxito los empeños autónomos y de mantener bajo asedio a los que logran consolidarse.

Quizás el ejemplo más claro de esta peculiar forma de desmantelamiento del estado de derecho y de pérdida de soberanía y gobernabilidad es el de San Juan Copala. La subordinación al poder paramilitar fue oficialmente reconocida por el gobierno de Oaxaca, en ocasión de la segunda caravana para romper el cerco tendido en torno al municipio autónomo. El siguiente paso en la estrategia que intenta liquidarlo es particularmente ominoso.

En su comunicado más reciente el municipio autónomo hace un llamado urgente, particularmente a la otra campaña:

El pueblo digno de San Juan Copala se dirige a ustedes para denunciar una vez más la masacre que el poderoso prepara a través de sus grupos paramilitares en nuestra comunidad triqui.

El comunicado explica cómo la muerte de Anastasio Juárez, hermano del dirigente de UBISORT, derivada de una disputa por el poder político y económico en Juxtlahuaca, fue empleada para que los paramilitares, apoyados por unos 300 policías estatales, retomaran a balazos el control del palacio municipal de Copala. En el episodio, el 30 de julio, desaparecieron dos personas y dos niñas fueron heridas.

La represión se intensificó desde entonces. Cuando los paramilitares abandonaron el palacio municipal y lo ocuparon de nuevo las autoridades del municipio autónomo, el 18 de agosto, se reanudaron los ataques. Desde entonces la comunidad se encuentra bajo tiroteo permanente.

Como triquis que somos, señala el comunicado, “denunciamos a las dirigencias que a través de las armas quieren seguir sometiendo a un pueblo que reclama la paz con dignidad… y al mismo tiempo hacemos responsables de lo que nos pueda ocurrir al gobierno de URO por su negativa e incapacidad para detener a los paramilitares.

“Éste es nuestro llamado de auxilio porque sabemos que los paramilitares ya se multiplicaron y amenazan con desalojar a los compañeros del palacio municipal. Tememos por toda nuestra comunidad porque ellos no respetan niños, ancianos, etcétera. Los disparos, las amenazas y la represión no cesan y en el DF el gobierno insiste en quitarnos del plantón…”

Se ha anunciado que el día de hoy, 23 de agosto, saldrá de Oaxaca una nueva caravana, esta vez a la ciudad de México, para dar a conocer a todas las instancias nacionales e internacionales la situación insoportable en que se encuentra la gente de San Juan Copala.

No es asunto menor ni episodio aislado. Casos como el de Copala aparecen claramente como incitaciones a formas de guerra civil que puedan dar apariencia de legitimidad al autoritarismo que deja de estar al acecho para convertirse en realidad cotidiana y general. Copala y los zapatistas ilustran también la capacidad de resistencia y la decisión de no recurrir a la violencia. Son un llamado en que lo urgente se convierte en lo realmente importante.


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