CIUDAD
DE MÉXICO (Proceso).- El primer domingo de junio de 2017 habrá
elecciones en cuatro entidades de la República: en Coahuila y Nayarit se
renovarán los gobiernos estatales, los ayuntamientos y los congresos;
en el Estado de México, la gubernatura, y en Veracruz, los
ayuntamientos.
Sin embargo, acaparan la atención los comicios para
renovar las gubernaturas del Estado de México y Coahuila, por ser dos
de los cinco estados (Campeche, Colima e Hidalgo son los otros tres) que
hasta hoy sólo han sido gobernados por priistas, y además por su
relevancia en la vida política nacional.
El Estado de México
concentra el más grande presupuesto público estatal, la mayor población y
13.3% del padrón electoral nacional, con 11.4 millones de votantes
registrados. Es asimismo la entidad de origen del actual presidente y
está gobernada por uno de los potenciales candidatos del PRI a la
Presidencia de la República en 2018.
Coahuila cobró especial
relevancia nacional a finales de 2011, cuando se reveló la exorbitante
deuda pública contraída por el gobierno estatal –encabezado por quien en
ese momento era presidente nacional priista. Fue el primer escándalo de
corrupción en los gobiernos estatales, y aunque Humberto Moreira debió
renunciar a la dirigencia nacional del PRI, goza de protección federal,
muy particularmente de la que le brinda el presidente Enrique Peña
Nieto.
Tanto Coahuila como el Estado de México muestran
comportamientos electorales muy similares: en las elecciones federales y
locales intermedias, en términos generales los partidos de oposición
logran importantes porcentajes de votación y algunas victorias en
municipios clave; pero en las elecciones para gobernador, el PRI
consigue triunfos holgados. En ambos casos se ha denunciado la presencia
de ejércitos de promotores del voto tricolor y el uso de diversas
prácticas clientelares para asegurar un número suficiente de sufragios.
En
el caso de Coahuila, el PAN ganó las elecciones presidenciales en 2000 y
2006; pero ya en 2012, aunque con apenas unos 30 mil votos de
diferencia, los Moreira pudieron darle el triunfo al actual presidente.
En el caso del Estado de México, en 2000 Vicente Fox logró una ventaja
de más de 600 mil votos sobre Francisco Labastida, el candidato priista;
y en 2006, el que obtuvo más de 43% de los votos en la entidad fue
Andrés Manuel López Obrador. Pero obviamente, en la de 2012 el ganador
fue Peña Nieto, a cuyo equipo acusaron de repartir las tarjetas Soriana
para comprar votos.
Los paralelismos aparecen nuevamente en las
elecciones de gobernador: en 1999, en Coahuila, Enrique Martínez,
entonces candidato priista, ganó con casi 60% de los votos; en el Estado
de México la elección fue un poco más cerrada, pues Arturo Montiel
apenas superó el 42%, pero con una ventaja de casi siete puntos
porcentuales sobre el candidato panista, que ocupó el segundo lugar.
En
2005, en Coahuila, Humberto Moreira obtuvo 57% de los votos y una
diferencia de casi 25 puntos porcentuales sobre el abanderado
blanquiazul, y Peña Nieto ganó con 48% de los votos pero con una
diferencia de casi 24 puntos sobre los candidatos del PAN y del PRD, que
se repartieron casi en partes iguales 49% de los votos emitidos.
En
2011 la hegemonía tricolor avasalló a sus oponentes en ambas entidades:
Rubén Moreira obtuvo 60% de los votos y superó por 25 puntos
porcentuales al candidato blanquiazul; prácticamente borró al PRD, que
no llegó ni a 1% de los votos. En el Estado de México, Eruviel Ávila
logró 62% de la votación, 40 puntos más que Alejandro Encinas,
abanderado de la alianza de izquierda, y 50 más que Luis Felipe Bravo
Mena, del PAN.
En los más recientes comicios los porcentajes de
votación del PRI se han reducido, pero todavía mantienen ventaja sobre
sus principales contendientes.
En Coahuila, en las elecciones de
ayuntamientos en 2013, el PRI obtuvo 42% de los votos y superó con poco
más de seis puntos al PAN; en las de diputados locales, en 2014,
nuevamente arrasó con 61% de las preferencias y casi 40 puntos por
arriba del blanquiazul; en las federales de 2015 obtuvo 46%,
prácticamente el doble que el PAN, mientras que el PRD quedó reducido a
3%.
En el Estado de México, en las elecciones estatales y
federales de 2015, el PRI logró la tercera parte de los votos, pero la
oposición se pulverizó pues el PAN rondó 17%; el PRD 15% y Morena 10%.
Aunque
la inconformidad de la población es muy distinta en ambas entidades, en
las dos existe. En Coahuila, por los múltiples escándalos de corrupción
en los gobiernos sucesivos de los hermanos Moreira y la crítica
situación que enfrentan las finanzas estatales; en el Estado de México,
por la creciente inseguridad, manifiesta particularmente en la presencia
del crimen organizado y el alza en los feminicidios.
Los
resultados de las elecciones estatales de 2016, el mal balance de los
gobiernos locales y el creciente descontento ciudadano, apuntan a que
finalmente se dará la alternancia en ambas entidades; sin embargo, la
gran interrogante es si los (hasta hoy) eficaces aparatos electorales y
la eventual pulverización de la oposición lograrán lo que parece
prácticamente imposible: que el PRI retenga las gubernaturas.
Peña
Nieto y el PRI saben que una derrota, particularmente en el gobierno
mexiquense, sería el preludio de un nuevo descalabro en la elección
presidencial de 2018, pues llegaría como oposición en más de la mitad de
las entidades federativas, pero sobre todo con derrotas en casi las dos
terceras partes en las últimas 15 elecciones de mandatarios estatales.
En contrapartida, un triunfo no le asegura nada, pero al menos lo hace
mantener viva la esperanza.
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