Fernando Buen Abad Domínguez -
El Orden Mundial en el S.XXI
Aunque se vive en México un clima político irrespirable impuesto durante años, lustros y décadas; aunque no cesa eso macabro que se multiplica en un país secuestrado sanguinariamente por el neoliberalismo; aunque estamos hundidos en una criminalidad monstruosa; aunque reina en algunos sectores un clima de impotencia y desesperación, la lucha del pueblo logra trascender la ira para volverse organización y movilización de largo plazo. No solo se trata de resistencia; se trata de una lucha contra todas las instituciones de la burguesía, contra todos los partidos políticos serviles al capitalismo, contra el sistema judicial corrupto en su totalidad y contra las maquinarias mediáticas que son protagonistas de la humillación al pueblo, la criminalización y la calumnia a destajo.
México no es el mismo luego de la catástrofe neoliberal llamada Tratado de Libre Comercio o TLC, más conocido como NAFTA, Carlos Salinas, Vicente Fox y la “guerra al narcotráfico” decretada irresponsablemente por Felipe Calderón. Es un antes y un después. A pesar de las argucias y las ofensivas ideadas por los aparatos de guerra ideológica, disfrazados de medios de comunicación, un mundo sabe que los mafiosos tienen secuestrado a México y que han podido silenciar el grito que exige justicia y requiere un frente único de la clase trabajadora y de los campesinos, de todas las organizaciones sociales, es decir, de los estudiantes en huelga, unidos con los maestros, unidos con los grupos de autodefensa, unidos con las bases del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), unidos con los sindicatos.
México padece la virulencia del neoliberalismo y los embates coloniales del imperio yanqui. Es un país secuestrado por gerentes —impuestos por la vía del fraude— para entregar recursos naturales, para regalar la mano de obra, para reprimir a la clase trabajadora. En México, hoy nadie puede garantizar al pueblo la defensa del territorio y la defensa de los recursos naturales. Hoy nadie puede garantizar el ejercicio independiente de la justicia. Nadie puede frenar al crimen organizado y su metástasis en todas las estructuras sociales y culturales del país. Nadie puede ejercer rectoría alguna en materia de democracia comunicacional. Nadie puede garantizar el derecho a la educación, el derecho al trabajo, el derecho a la salud, el derecho a la alimentación… Nadie puede asegurar dignidad a las personas desde su cuna, porque una moral entreguista y rastrera, adoradora del imperio yanqui, sirve de las maneras más ignominiosas a la opresión.
Esto no es una calamidad del destino ni de una mala pasada de la suerte. Es un plan perverso y concreto diseñado para atacar a la clase trabajadora y para secuestrar la economía mexicana con todas sus riquezas, que son enormes y más que suficientes para asegurar a los mexicanos un buen vivir duradero. Es una decisión, un plan, que no surge por culpa de funcionarios ignorantes o ineficientes, todo lo contrario: son gerentes entrenados y con buenas calificaciones para la traición, para la explotación laboral y para el saqueo del país. Y son sirvientes eficaces a la hora en que hay que dar la orden —en una de las muchas formas de las órdenes autoritarias— para reprimir, matar o desaparecer a todos aquellos que resulten incómodos a su plan neoliberal. Por eso asesinaron y desaparecieron a los estudiantes de Ayotzinapa.
Es el plan de la corrupción, artífice principal que expresa la corrupción empresarial contra el conjunto del país y la hace invisible disfrazándola como “problema estructural”, como “problema cultural de todos los mexicanos” o como folclore del cinismo que convierte en parte del paisaje el poder del dinero. Es esa la regla de oro tatuada en el alma de los gerentes burocráticos que se hacen pasar por políticos, ungidos por alguna suerte de fraude propio o de sus jefes. Es la burguesía, que asigna a sus gerentes gobernantes la tarea de proteger la “propiedad privada”, saqueada a los pueblos por la clase dominante. Son ellos, con todo su aparato, recaudador de impuestos, asignador de infracciones, monopolizador de las herramientas represivas policíacas y militares, ellos, inventando a su antojo el concepto de Estado y sus funciones “supremas”, que no son otras que darle mantenimiento privilegiado a la vida ostentosa de la burguesía y evitar —vigilar y castigar— que el proletariado interrumpa la pachanga de dispendio, represión y farándula.
No obstante las desgracias que padece, México tiene una oportunidad extraordinaria para derrotar a las mafias que secuestraron al Gobierno y al Estado, que hoy además asesina estudiantes, los desaparece para inventar pactos de cúpulas y asegurarse perdurabilidad con acuerdos mafiosos y con más militarización, espionaje y acoso. México tiene una oportunidad magnífica para movilizarse organizado, para sumar fuerzas en la única fuerza que puede salvarnos, que es su clase trabajadora, cada día más consciente de su independencia política y de sus tareas transformadoras, de cabo a rabo, en un país que no soporta más a las mafias PRIANRD-Televisa.
La burguesía mexicana se exhibe mañana, tarde y noche en la sacrosanta televisión privada y sus monopolios, púlpito de la oligarquía y la burocracia. Dicen que “todos somos mexicanos”, “todos somos hermanos”, “todos somos patriotas”…, pero en el discurso de los jefes, México solo son ellos y lo arengan entre consignas demagógicas con trajes y zapatos importados. Para la Historia oficial, México solo es eso que los poderosos dicen, que es para vomitarle al pueblo trabajador odio y violencia, ayudados por fuerzas armadas entrenadas contra los pueblos… Los campesinos no son México y por eso los masacran, como en Atenco; los obreros no son México y por eso los humillan, como en la industria minera toda… Para los oligarcas, México es una cifra secreta y obesa que se guarda en los bancos con la complicidad de los banqueros.
Esa idea de México, que se mira tan linda en la tele, en las películas y en los discursos encendidos con fuegos de demagogia, plaga con fervores policromáticos una leyenda tan funcional y tan maleable que sirve para diluir la lucha de clases en un río revuelto de exaltaciones nacionalistas, controlado por empresas trasnacionales. La lucha del pueblo —que incluyó la lucha armada en la guerra de independencia y en la Revolución mexicana— no es hoy tan simpática a la vista de los nacionalistas burgueses mientras el hambre crece: por lo menos 40 millones de mexicanos padecen hambre, más del 50% de los niños del medio rural se encuentran desnutridos y alrededor del 70% de la población infantil indígena sufre también de desnutrición, principalmente en el sureste de la república.
Hay un nacionalismo burgués en el poder, mass media reloaded, que copia solo los rituales más ambiguos del ceremonial populachero —oligarcas dixit—, la palabrería tradicionalista y el santoral del naufragio capitalista para convertirlos en núcleos ideológicos de rencor contra el proletariado. Es una ratificación de clase hegemónica disfrazada de palabrería popular. Es un neonacionalismo con inspiración fascista y perfume de chequeras para borrar de la memoria de los funcionarios la pérdida de los territorios —más de la mitad del país— y el saqueo vía TLC. Ciegos, sordos y mudos mientras cobran fortunas.
Nacionalismo mexicano para salir en la tele, entreguista y prostibulario, capaz de convertir la deuda privada de los empresarios en deuda pública impagable; nacionalismo esquizofrénico de grandes patriotas yanquis nacidos en México y envueltos en la bandera mexicana. Llevan ganancias a su patria sanguínea mientras cantan el himno nacional. Ese nacionalismo burgués, neofascista, ha producido focos de obsesión chovinista que agita febrilmente la bandera nacional para no dejar ver cómo se negocian los recursos naturales y la mano de obra a precios ridículos. Salinas, Fox y sus secuaces han sido maestros en eso y han hecho lo indecible por rematar la riqueza petrolera, energética, acuífera… ¿qué queda por vender o regalar? Soberanía nacional solo para las cuentas bancarias, abultadas. Mientras tanto, el reino narco se adueña del país, trafica con drogas, personas, armas y órganos humanos y la tele hace lo imposible por hacernos adictos a lo macabro.
En el discurso hegemónico de Peña Nieto, por ejemplo, el pueblo trabajador es solo una parte estorbosa de la población, la parte “resentida” —dicen—, y por eso la atacan los funcionarios y los candidatos oficialistas como lebreles intoxicados de presupuesto que babean cuando el amo requiere reprimir a los violentos que son, desde luego apátridas… Para los gerentes, México no son los que luchan; los ve como “terroristas”, “resentidos”, “divisionistas”, “pobres”, “nacos”, “indios”…, todo eso que, según los prelados del capitalismo, no hacen a México —en orden y en calma—, aunque hagan las ganancias del patrón.
Reina en México la palabrería y la mentira, que ha defraudado a la Historia y pretende borrar las luchas populares verdaderas para calzarse triunfos de otros como si fuesen propios, es decir, malversación histórica y saqueo de conquistas sociales. La lucha por emancipar a México ha sido atacada con saña por los regímenes represores más estancados y podridos y también por los agoreros del cambio, como el zorro Fox, Calderón y Peña Nieto, cada uno peor que el otro.
El nacionalismo burgués —¿habrá otro?— neofascista mexicano es un conglomerado de fuerzas económicas, políticas y culturales unificadas por ambiciones territoriales que viven de cobrar, complacidamente, diezmos al saqueo trasnacional. Sueñan con una semidictadura de partido —igual que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y todas sus variantes— corrupta e hipócrita, mantenida principalmente por acuerdos mercantiles con las Fuerzas Armadas y los monopolios mediáticos. “No nos metemos con vuestro narcotráfico ni con vuestra publicidad y ustedes nos ayudan a meter a las urnas los votos que nos convengan” parece ser el diálogo trágico que nos ahoga.
Nacionalismo burgués —¿habrá otro?— neofascista basado en la desigualdad económica, educativa y cultural extrema, agudizada por la permisividad del neoliberalismo, disfrazado de Tratado de Libre Comercio. Nacionalismo de embutido ideológico para esconder la diferencia irreconciliable entre las clases sociales con el garlito de que “todos somos hermanos de la misma patria”, solo es que los “jodidos” lo son por culpa del destino o de la genética “inexplicable” en esta vida… cosa de la “mala suerte”, nada más, y sigue trabajando.
Nacionalismo burgués —¿habrá otro?— que es asesinato a los ecosistemas: tala de bosques, privatización y desperdicio del agua, contaminación atmosférica, industrialización minera sin control… Nacionalismo neoliberal guadalupanista, cristiano, que expulsa a millones de personas obligadas a emigrar para trabajar —para ser destazados— por los cómplices yanquis, también muy patriotas. Nacionalismo cómplice de los traficantes de ilegales, que acarrean al picadero de los abusos más infernales a sus hermanos de patria —ya no solo mexicanos, sino de cualquier procedencia, de Tijuana a Matamoros — en el reino de la mano de obra barata o desocupada. Nacionalismo burgués —¿habrá otro?— que se arrodilla ante la Virgen de Guadalupe, le canta Las mañanitas televisivas cada año, cada Día de las Madre, cada venida de papa, para mostrarse bueno y necesario al orar, poner orden —reprimir a los trabajadores— y hacer respetar las leyes —de mercado—. Nacionalismo burgués —¿habrá otro?— gestor de matanzas impunes bajo el manto sagrado de su saliva democrática y sus balas made in USA. O Israel.
Nacionalismo burgués —¿habrá otro?— populachero y jubiloso que emana su fermentación racista sin pudor alguno cuando organiza, con rigor de clase, fiestas populares: las mujeres del patrón en un lado privilegiado y el pueblo, los otros, allá como decoración para los cantantes, que tienen por misión entretener —al patrón, está claro—. Son siglos de amaestrar al populacho —indígena o mestizo— para que ame, a punta de cabronazos, a su tierra madre y ceda los frutos de su trabajo al padre extranjero. Nacionalismo patriotero que intenta esconder el saqueo con entelequias de identidad folclórica y abstracta para rendir culto al individualismo generalizado.
Nacionalismo neofascista, intolerante y violento que contra los homosexuales de ambos sexos dicta leyes modernas para traficar la lógica conservadora de neoliberalismo salvaje. Solo se tolera lo que deja ganancias; se es liberal solo con la mercancía, su tráfico y los modos de abatir costos. Neofascismo oportunista extensión del modelo ideológico de la Casa Blanca, capaz de emplear cuanta herramienta de alienación se le ponga a modo. Se especializa en novelas de amor, discursos, creencias, telenovelas y películas de charros. Es el neofascismo que habita en los nervios del capitalismo agonizante, que pierde combates día a día ante una sociedad movilizada con una fevolución permanente en el corazón y con un movimiento de regeneración nacional entre ceja y ceja. Ya es hora.
México encontrará el futuro inmediato movilizado como nunca —Ayotzinapa, Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, sindicato de electricistas, Ejército Zapatista, Morena, estudiantes universitarios, trabajadores emigrados a EE. UU. amenazados por Trump…—, con las plazas llenas, con las calles tomadas, con una movilización magnífica que se anima con mucho más que con la idea de México, porque incuba ideas de clase en clave emancipatoria. Contra el fraude, contra el saqueo y contra la explotación; lucha que es mundial, que es de clase y que no tiene límites nacionalistas. Esta sí es una identidad, una fiesta desde abajo contra el terrorismo burgués y sus armas de destrucción mediática.
Bien puede ver el nacimiento un nuevo México, esta vez de los trabajadores, con intervención democrática, con un llamado al ejército para que obedezca su raíz popular, con los trabajadores al control de las fábricas, los bancos, los monopolios que controlan los medios de comunicación; prepararse para derrotar cualquier intento de represión. Punto de inflexión cualitativo, desafío a nuestra capacidad de lucha y unidad sobre la plancha del Zócalo y sobre nuestros corazones, en todo México y en todo mexicano, dentro y fuera del país… Punto de inflexión para que incluso el Ejército se reconozca en su pueblo y se ponga a su lado, no al lado de quienes lo usan y explotan con salarios miserables y tareas denigrantes, un desafío al Ejército para que no colabore a someter a su pueblo a más postración denigrante. Septiembre para discutir la toma del poder por parte de los trabajadores del campo y la ciudad, cambiar el sistema y cambiar la vida.
El futuro cercano de México será del proletariado en el calendario de la lucha contra sus enemigos de clase. Será un himno a la lucha, a la organización de piquetes, a la denuncia y exhibición del patrón esclavista. Himno proletario para la construcción de un programa socialista desde abajo y de todos. Será la confianza de los trabajadores en su fortalecimiento contra el fraude, la barbarie y la miseria infligidos al pueblo por los patriotas burgueses, cómplices del muro en la frontera y de la explotación de los mexicanos, que huyen como ilegales del hambre hacia las garras de la explotación yanqui.
Esta vez México dirá “Basta” a la degeneración burguesa, que se beneficia con las remesas, que ya se prepara para entregar el petróleo, el agua, los campos de cultivo y la mano de obra más baratos, más fácil, más rápido… Ya se lamen los bigotes los cachorros del imperio y hacen hasta lo imposible para ocultarle al mundo que ya en el Zócalo de la Ciudad de México, que en Oaxaca, en Chihuahua, en Cerro de San Pedro, San Luis Potosí, en Chiapas y en todo el país, hay una movilización campesina y obrera preparándose para su independencia verdadera, un México de raíces profundas, el que hace vivir su memoria de lucha a flor de piel, el que tanto odian los patrones y sus aliados, ese México que la Historia oficial no registra simplemente porque lo ve como enemigo de clase. El México revolucionario, vivito y coleando, en rumbo hacia al socialismo. Para verlo, hay que apagar la tele de los ricos. ¡Zapata vive!
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