Estamos viviendo en México algo semejante en el plano de la política: el espectáculo grotesco que nos ofrecieron hace unos días líderes de partidos, de bancadas, gobernadores y otros funcionarios apunta precisamente a que entre nosotros prospera avasalladoramente esa negación y muerte de la política. Pero, además, las cosas se dieron de tal manera que muchos mexicanos están convencidos de que tales prácticas son irreversibles, imposibles de cambiar. Una ausencia de ética y un proceder político que ha echado fuertes raíces en nuestra tradición.
No hay más remedio que estar de acuerdo en las expresiones de reproche del mismo Felipe Calderón, salvo que le faltó señalar que él mismo, por su estilo de gobernar y sus variadas caras, perfiles y disimulos, resulta en estos tres últimos años el Gran Maestro de ese lamentable espectáculo, si no la causa única, sí contribuyendo de manera sobresaliente a la descomposición en marcha.
El hecho es que mientras se habla a borbotones de la transición democrática perdemos en la práctica esa opción. Porque de ninguna manera una democracia digna de ese nombre se expresa en los gestos burdos y las palabras groseras que vimos en el recinto legislativo hace unos cuantos días. Y lo más grave: en el Legislativo, en general, hay un abismal vacío de ideas, de reflexión y análisis de los graves asuntos que aquejan a los mexicanos, a la ciudadanía, a sus representados.
Es escandaloso que los legisladores, prácticamente sin excepción, no discutan ideas y propuestas para el avance de la democracia y la mayor participación ciudadana en la toma de decisiones, sino que todo parece reducirse a una rebatinga
entre partidos para obtener ventajas en nombre propio o en nombre de su bueno
, en cualquier nivel o función, para el futuro próximo.
Una de las causas profundas de esta descomposición de la política y de la democracia es que en nuestro tiempo, en todas partes, el dinero y las prebendas privan sobre las convicciones y el bienestar general. El dinero compra voluntades a conveniencia borrándose, desapareciendo, cualquier intención de batallar por una mejor democracia y por una más equitativa sociedad. El dinero empresarial se utiliza en las democracias
primordialmente para lograr leyes ad hoc en favor de sus intereses, sin que valga un comino la referencia al bienestar público. A ese extremo se ha llegado: las instituciones públicas, por medio del dinero y las prebendas, parecen exclusivamente favorecer a los intereses privados.
Muchos insisten en la conveniencia de aprovechar la experiencia
de legisladores y funcionarios para empujar la relección, con el fin de salvar de la tontería
a la democracia y a la función pública. Gran falacia porque en la práctica la relección ha servido en todas partes para consolidar privilegios, alinear
representantes (senadores y diputados, funcionarios públicos) en favor de tales o cuales intereses empresariales, abriendo la posibilidad de que las empresas movilicen ejércitos de contactos
y lobystas con el fin de influir en los representantes
, siendo que este ejército de mercenarios, que se hace pasar como voz pública
, encarna otra verdad muy distinta: su fin real es la acumulación particular de riqueza en demérito de la sociedad entera.
Pero tampoco estas cuestiones se discuten en el Legislativo, sino apenas las necedades de que fuimos testigos hace unos días. Por cierto, hay ya un conjunto de propuestas de los partidos políticos para emprender una reforma política de importancia, pero claro, sobre eso ni media palabra. Tal vez las más importantes sean aquellas que procuran mayor presencia social y ciudadana en las decisiones políticas de relevancia para México. Pero, como decía: las cuestiones que importan no se discuten, en cambio sí aquellas que tienen que ver con alianzas secretas o semisecretas que terminan desmoronándose en la mentira y la banalidad. ¿Hasta cuando?, porque el país está llegando al límite de la tolerancia de la corrupción, la incapacidad y la frivolidad.
Incapacidad, frivolidad y corrupción es lo que presenciamos abundantemente en los últimos días. Todos ya velando armas no para las próximas justas electorales, sino para la Gran Elección de 2012. El mejor librado en el turbio asunto del pacto PRI-PAN fue posiblemente Peña Nieto porque no firmó el papel personalmente y porque, al denunciar su existencia, echó de cabeza a Beatriz Paredes, quien antes lo había negado enfáticamente. ¡Golpe fuerte a su segundo rival en el PRI! ¡Así se gastan y gastarán las cosas dentro de los próximos dos años!
En un balance objetivo, y puesto que han sido ajenos a éstas y otras componendas, quienes exhiben mejor calidad ética y política resultan ser, sin duda, Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, las dos máximas reservas de la izquierda para las próximas elecciones presidenciales. Así lo reconoce la mayoría ciudadana, quien espera que su proceder siga marcando una ruta de dignidad y de indudable calidad ética y política.
José Antonio Crespo
Maquiavelo para párvulos
Todo indica que a algunos de nuestros aficionados políticos metidos a profesionales no les caería mal repasar —o quizás apenas leer por primera vez— el evangelio de Nicolás Maquiavelo sobre lo que conviene y no conviene hacer en las lides públicas. En la tradición panista, hay temor y recelo al poder, por considerarlo esencialmente pecaminoso o corruptor. Había, eso sí, que participar en política para renovar moralmente al Estado y la sociedad. Por tanto, era necesario presentarse armado de ética, integridad y honestidad. Justo lo contrario a lo sugerido por Maquiavelo: “El hombre que quiere portarse en todo como bueno, por necesidad fracasa entre tantos que no lo son”. De ahí el antimaquiavelismo que impregna el pensamiento de los padres fundadores del PAN. Don Manuel Gómez Morín exigía de sus partidarios “una intransigencia diamantina en los principios… (y que) el espíritu de transacción y de componenda no viole (esa) levantada intransigencia… Que el simple apetito (de poder) no se mezcle con nuestros propósitos”. Y Carlos Castillo Peraza escribía: “Maquiavelo no ve más que el bien útil, y es incapaz de alzarse hasta el bien honesto”.
Pero los panistas en el poder parecen haber llegado a la conclusión de que no conviene seguir estricta y puntualmente un código ético, si lo que se busca es lograr eficacia y éxito en esta actividad. Y esa es justo la esencia del pensamiento maquiavélico. El florentino veía en el monje Girolamo Savonarola el antipríncipe, llamándolo el “profeta desarmado”. ¿Desarmado de qué? De virtú política, no en sentido moral, sino político; intuición, experiencia, pericia, prudencia, cálculo racional. La falta de virtú del dominico lo llevó a denunciar los excesos de “su santidad” Alejandro VI y terminó sus días en la pira inquisitorial. “Maquiavelo —dice Castillo Peraza— es un teórico del triunfo, no del martirio”. Nuestros párvulos de la política, que juegan en las grandes ligas, han claudicado de las directrices morales de sus antecesores en aras de la eficacia, cambiándolos por el viejo recetario de Maquiavelo, para quien la simulación y el engaño son instrumentos esenciales del quehacer político: “Quien engañe, encontrará siempre quien se deje engañar”, campo abierto para demagogos, tramposos y populistas. También recomendaba el florentino: “No es necesario que el príncipe tenga todas las cualidades… pero sí que pretenda tenerlas… Parecer misericordioso, fiel, humano, íntegro, religioso y serio, pero recordando que es preciso tener la capacidad de ser lo contrario”. Maquiavelo sugería: “No debe un príncipe ser fiel a su promesa cuando esta fidelidad le perjudica y han desaparecido las causas que le hicieron prometerla”. Como los hombres “son malos y no serán leales contigo, tú tampoco debes serlo con ellos”. Al fin que “jamás faltarán a un príncipe argumentos para disculpar el incumplimiento de sus promesas” (sobre todo, porque todavía no se inventaba el polígrafo).
En consecuencia, bien podría César Nava señalar que la mentira, la componenda, el sigilo y el ocultamiento de los pactos secretos, firmados a espaldas de su partido, respondieron al instructivo maquiavélico y, por ende, los nuevos panistas, que han aceptado relegar el antiguo antimaquiavelismo de sus fundadores, tendrían que comprenderlo y ensalzarlo (como lo ha hecho disciplinadamente su Consejo Nacional). Pero es aquí donde entra otro elemento indispensable para el éxito político que debe venir necesariamente acompañado con la falta de escrúpulos; la virtú política. “Para que este sistema (realismo político) no se la revierta a quien lo emplea —aclara Maquiavelo—, es preciso practicarlo de manera inteligente y con sutileza”. Y proclama: “Para elevarse de una condición mediocre a la grandeza, la astucia es más útil que la fuerza”. Y eso implica que, dependiendo las circunstancias políticas, decir la verdad y ser sincero puede ayudar a la propia causa, de modo que conviene, “mientras se pueda ser bueno, no dejar de serlo”. No basta, pues, llevar el nombre de Julio César o de César Borgia (quien inspiró el modelo del príncipe maquiaveliano) para alcanzar maestría y eficacia políticas. La incompetencia política puede y suele ser condenada por la ciudadanía a la par que la deshonestidad, pues, como insistía el sagaz florentino: “De las intenciones de los príncipes, como no pueden someterse a apreciación de tribunales, hay que juzgar por los resultados”..
Primero hay que decir que un convenio es un acuerdo de voluntades para crear, transferir, modificar o extinguir obligaciones; lo que pretendieron hacer quienes firmaron el convenio fue obligarse mutuamente. Por regla general, el convenio obliga a quienes lo celebren, independientemente de que se formalice o no mediante escrito público o privado; en el caso hubo una carta firmada que hace las veces de contrato, aunque en realidad lo que da origen a las obligaciones de las partes es el acuerdo de dos o más voluntades, que coinciden en el objeto que se persigue con el convenio.
En éste, al que me refiero –celebrado en octubre pasado por el PRI, representado por su presidenta, Beatriz Paredes, y el PAN, por el suyo, César Nava–, hubo sin duda el acuerdo de las voluntades y un objeto. Se trata de lo que los maestros de derecho civil llaman obligación en favor de tercero; las partes en un contrato se obligan mutuamente para beneficiar a otro; en este caso, el beneficiado (que a final de cuentas no lo fue) es el candidato a la Presidencia forjado por la televisión, Enrique Peña Nieto.
Éste no participó en el convenio ni se obligó por su lado a cosa alguna; sí tuvo una presencia simbólica en la persona de su secretario de gobierno, que junto con Fernando Gómez Mont fueron, a falta de notario, testigos (de honor, según ellos mismos), es decir, fedatarios de la celebración del pretendido acto jurídico.
¿A qué se obligaron las partes y a qué obligaron a sus partidos? El PAN a no celebrar alianzas en varias elecciones locales de este año y del próximo, en especial y a este punto es al único al que se refiere el documento en el estado de México; eso es al menos lo que pudimos ver en lo que se publicó en los medios, pero el contrato no es unilateral, es sinalagmático, esto es, que genera obligaciones para las dos partes, y en efecto, a cambio de que el PAN no celebrara alianzas, lo que beneficiaría al tercero Peña Nieto, el PRI se debió obligar por su parte a algo, a una acción o a una omisión; en este tipo de acuerdos nada es gratuito. En efecto, su obligación consistió en lograr que el paquete económico del Presidente, al que ahora en su pleito ellos mismos denominaron espurio, saliera adelante con todo y su incremento en impuestos para los más pobres que son también los causantes cautivos.
La obligación priísta era inminente, se subdividía en dos; en primer lugar había que cuidar que hubiera quórum en ambas cámaras cuando se votara el paquete, y luego, en segundo lugar, aportar los votos necesarios para que los aumentos fiscales fueran aprobados; cumplieron, con reticencia y repugnancia, no por lo que estaban haciendo, sino porque la opinión pública los estaba observando y reprochando. Salió lo más grueso de la propuesta que ya está en vigor, pesando sobre los contribuyentes.
Después, Acción Nacional, en varios estados, entre ellos Oaxaca, celebró alianzas; los priístas le reclamaron, el testigo de honor
renunció al blanquiazul al ver que sus compañeros de partido no habían respetado su palabra empeñada y se preparaban a pasar también por encima del compromiso escrito. Durante unos días sus mismos autores negaron el acuerdo; finalmente, ambas partes lo reconocieron y se atribuyeron mutuamente el incumplimiento.
El licenciado Nava aduce que el PRI no cumplió a cabalidad; ciertamente querían más impuestos de los aprobados, pero, además, que los priístas cargaran con el desprestigio del aumento. Éstos, por su parte, viejos lobos de mar, habían logrado que aparecieran sólo los panistas y no ellos como los autores del paquete impopular.
Total, estos políticos marrulleros, unos y otros, se quisieron pasar de listos olvidando el viejo refrán de que dos aleznas no se pinchan y lo único que lograron fue exhibir su juego y demostrar nuevamente, por sí alguien lo había olvidado, que ambos partidos de derecha, que se pelean y reconcilian en forma intermitente, lo único que buscan es más espacios de poder y, como se dice en conocido postulado cínico: que no nos den, que nos pongan donde hay
.
Respecto del PAN es necesario recordar que volvió a tropezar con la misma piedra: como hace 22 o 23 años, con la llamada carta intención
Salinas los embaucó en la reforma política que a él le interesaba, hoy, caen nuevamente en el garlito con este convenio, con testigos y todo, les toman el pelo nuevamente y entonces, encaprichados, buscan venganza y se sienten autorizados por el incumplimiento de su contraparte a buscar las alianzas que habían ofrecido no celebrar, dejando como secuela la desconfianza de quienes ahora son sus nuevos socios, que deben ver preocupados, cómo tan fácilmente se rompen los compromisos.
Finalmente, hay que agregar otro dato técnico: para que un contrato sea válido, debe tener un objeto lícito, y negociar ventajas electorales a cambio de alza de impuestos no puede ser lícito ni desde el punto de vista jurídico ni desde el punto de vista ético.
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