Carlos Bonfil
Mayoría de ead. Mix México: Festival de Diversidad Sexual en Cine y Video cumple 18 años. Como lo recordó oportunamente el productor y cineasta Roberto Fiesco (Quebranto, 2013)
en la pasada entrega de los Arieles, hubo un tiempo no muy lejano en
que altos funcionarios encargados de promover las producciones
mexicanas, menospreciaban a un cine al que desdeñosamente calificaban
de obra
de maricones. En ese mismo tiempo, primera década del nuevo siglo, el festival Mix afianzaba ya su programación, la diversidad de sus ofertas, conquistando públicos cada vez más amplios. Su organizador, Arturo Castelán, era entonces y sigue siendo hoy el promotor más entusiasta en México de las propuestas más novedosas del cine gay a nivel mundial.
Mix ha conquistado nuevas plazas y un público fiel que hoy colma la
Cineteca Nacional, logrando niveles de asistencia apenas igualados por
otros festivales en ese mismo sitio. No sólo ha alcanzado Mix una
virtual mayoría de edad, sino que también ha logrado convocar a muchos
jóvenes espectadores liberados al fin de los prejuicios y fobias
irracionales a los que alude Fiesco. En el terreno cultural al menos,
la vieja homofobia institucional ha perdido legitimidad y se ha vuelto
una actitud totalmente impresentable.
Christine Boutin, una triste representante política de esa derecha
que hoy cosecha triunfos en Francia, se quejaba el año pasado de la
presencia apabullante del cine con temática gay en los festivales y en
las pantallas comerciales. La vida de Adèle, de Abdellatif Kechiche, y El extraño del lago,
de Alain Guiraudie, conquistando los máximos galardones en Cannes, era
a su juicio un fenómeno insoportable. Una amenaza a la familia y a las
buenas costumbres: una perversa aceptación social de las conductas
enfermas.
En México aún persisten discursos homofóbicos de índole parecida,
pero su impacto cultural es cada día menor. El festival Mix ha
contribuido a disipar en nuestro país ese miedo absurdo a lo diferente.
Y tal vez sea esa su aportación más valiosa, dado que su programación,
estrictamente hablando, puede y suele ser desigual en términos de
calidad artística, debido en parte a una urgencia de novedad que coloca
al festival un tanto a la zaga de esa madurez que a sus 18 años debería
haber ya alcanzado.
En la presente edición Mix consigue reunir un centenar de títulos
entre cortos y largometrajes, muchos de ellos premiados en festivales
internacionales afines. Destacan los estrenos de Peyote, una road movie del mexicano Omar Flores Sarabia, y de la cinta más reciente de Alan Coton, Polos. También los documentales Atempa, sueños a la orilla de un río, de Edson Caballero Trujillo, intensa descripción de una disidencia identitaria en la infancia de un indígena oaxaqueño, y El cuarto desnudo,
de Nuria Ibañez, difícil acercamiento al mundo de la alienación mental
a través de diversos personajes. Algo similar, en tono menos
descarnado, ofrece el documental Música ocular, de José Antonio Cordero. La realizadora Alejandra Sánchez (documental Bajo Juárez: la ciudad devorando a sus hijas, 2006), propone un retorno al mismo clima de violencia urbana, ahora en un relato de ficción, Seguir viviendo.
Dos secciones particularmente interesantes son España excéntrica, dedicada a una cultura underground que
refleja, con mayor agudeza que las viejas películas de la movida
madrileña, las contradicciones del desempleo crónico y la exasperación
social; y Platino, la selección de películas con temática gay que han
tenido una aceptación mayor en el circuito de los festivales
tradicionales. Entre los títulos seleccionados destaca Gerontofilia, la
cinta más reciente del siempre provocador canadiense Bruce LaBruce,
donde se disecciona la obsesión erótica de un joven por un anciano a
quien atiende en un hospital. Otra cinta impactante es la austríaca El incompleto,
retrato ácido de un personaje de la tercera edad obsesionado por
explorar su sexualidad crepuscular asumida en el placer del
sometimiento voluntario. Dos películas imperdibles: la brasileña Hoy quiero regresar solito, de Daniel Ribeiro, emotivo relato de una educación sentimental juvenil, y Rompiendo el código,
de Clare Beavan, sobre el caso de Alan Turing, pionero de la
computación en los años cuarenta, orillado al suicidio por su
preferencia sexual, a pesar de haber logrado prevenir la muerte de
millones de personas durante la segunda guerra mundial, al romper los
códigos secretos de guerra nazis.
Por último, cabe señalar como uno de los mejores aciertos de esta
edición el homenaje a un cineasta pionero del cine gay, el
estadunidense James Broughton, figura patriarcal para la generación beat y creador de cortometrajes como el muy breve La cama, emblema de toda una generación y de su contracultura. Se exhibe el documental Big joy: las aventuras de James Broughton, de Stephen Silha y Eric Slade.
Twitter:@CarlosBonfil1
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