Jenaro Villamil
Desde febrero de este año, la empresa
Consulta-Mitofsky advirtió que por tercera vez desde la medición del
inicio del gobierno de Enrique Peña Nieto se registraba una disminución
en la evaluación demoscópica del Ejecutivo federal: 48 por ciento se
expresaba de acuerdo y 51 por ciento en desacuerdo, en términos
generales.
Al llegar al sexto trimestre de su
gobierno –el 31 de mayo- una nueva encuesta de la misma empresa señaló
que 4 de cada 10 mexicanos consideran que el presidente de la República
tiene las riendas del país, “porcentaje ligeramente mejor al de hace
tres meses, pero muy inferior a 55 por ciento que considera que no
tiene las riendas”, apuntó en su análisis Roy Campos, director de
Consulta Mitofsky.
La misma
empresa destacó el comparativo que mantiene los focos rojos en Los
Pinos: Peña Nieto se ha convertido en el segundo mandatario peor
evaluado en apenas 18 meses de gobierno, en comparación con los cinco
últimos ex presidentes.
Por ejemplo, Carlos Salinas logró una
evaluación más alta entre los últimos cinco presidentes con 75% (y
venía de la peor crisis, hasta ese momento, de legitimidad del régimen
priista con la “caída del sistema” de 1988); Zedillo fue el más bajo
con 34% (enfrentando en 1995 la peor crisis económica-financiera y
política en años); Fox tuvo 63 por ciento; Calderón registró 61 por
ciento (con todo y la crisis electoral de 2006); y Peña Nieto, sin
crisis económica grave ni crisis poselectoral como las de 1988 y 2006,
tuvo sólo 49 por ciento.
El problema para los analistas de Los
Pinos no son sólo los índices bajos en las encuestas. De hecho, en la
presidencia de la República tienen encuestas que marcan una evaluación
mucho más negativa y, por supuesto, no hay acceso a los medios.
La crisis deriva de la enorme cantidad
de recursos económicos que se han invertido para la “buena imagen” del
peñismo, para promover internacional y nacionalmente el efímero
“Mexican Moment” y los pobres o muy negativos resultados de esta
operación demoscópica.
La dependencia extrema del “modelo Peña
Nieto” al fenómeno de popularidad y al maquillaje de la percepción
pública le está jugando al ex mandatario mexiquense la peor paradoja:
las mismas encuestas “amigables” están registrando una caída sostenida
de la popularidad y de la aceptación presidenciales porque no existen
hechos concretos para la mayoría de los encuestados que acrediten una
percepción distinta.
La crisis de las encuestas
presidenciales coincide también con esta discusión soterrada y pública
entre el Banco de México, el INEGI y la Secretaría de Hacienda para
asumir si estamos o no en “periodo de recesión”, en “estancamiento” o
en “leve mejoría” económica. Es una discusión que tiene que ver más con
las disputas de poder en la alta tecnocracia que con la realidad.
Para la enorme mayoría de los mexicanos
de clase media no hay ningún registro de mejoría económica. No les
importa si la llaman recesión o estancamiento. La realidad es que no
hay mejoría.
Peor aún, las clases medias y la élite
empresarial están muy descontentos con la reforma fiscal y sus
consecuencias desastrosas para las medianas empresas. Los sectores con
menores recursos están invisibilizados, pero ninguna de las medidas
para maquillar el impacto de la pobreza han servido. Ni la Cruzada
Nacional contra el Hambre, ni los programas de Sedesol.
Tampoco los “golpes espectaculares” de
estos últimos 18 meses han servido para mejorar la percepción pública
de Peña Nieto: ni la detención de Elba Esther Gordillo, ni la captura
de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, han aminorado la percepción de que existe mucha corrupción o de que la guerra contra el crimen organizado ha cambiado.
Algunos analistas señalan que esta
disminución de la baja popularidad es el “costo de las reformas”, pero
nadie sabe explicar cómo es que estas reformas generan un efecto
demoscópico negativo si es lo que está marcando el avance del país,
según el aparato propagandístico del gobierno.
En la encuesta El Universal-Buendía, sólo
el 11 por ciento de los consultados consideró que lo mejor de estos 18
meses hayan sido las reformas legales. Esta misma encuesta destacó que
la aprobación de Peña Nieto “subió de 44 a 48 por ciento”, cuando la
lectura crítica es otra: el primer mandatario mantiene un índice de
reprobación mayor al 50 por ciento.
La dependencia extrema a las encuestas
puede ser una guía, una trampa o una adicción para los políticos. En el
caso del peñismo está resultando una incógnita porque insisten en creer
que todo el problema es de “estrategia de comunicación” y no de modelo
de gobierno y de economía.
No se les ocurre pensar que muchos de
quienes votaron por el retorno del PRI a la presidencia de la República
en 2012 creyeron en esa frase “vas a ganar más”. Y ha resultado que
ganan cada vez menos y perciben un retroceso en la relación
gobierno-sociedad.
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