Un sexo femenino desnudo, en primer plano. Inquietante y provocador. Un cuerpo femenino sin rostro, tendido, con una sábana que cubre sólo un seno.
La
pintura “El origen del mundo”, en la sala dedicada a Gustave Courbet en
el Museo d’Orsay en París. Un sexo que se muestra y que se oculta, en
ese doble juego de la anatomía femenina. Salomé sabía, a la hora de su
danza, que la sensualidad es –sobre todo- un juego de imaginarios, el
tiempo de los siete velos que caen. ¿Qué sucede entonces ante un objeto
de arte que muestra un sexo femenino sin velo alguno? ¿Por qué no es
crudo, sino bello? ¿Qué es lo que logró Courbet en su pintura para
hacernos sentir que el misterio comienza –justo- donde se devela? La
abismal diferencia entre el arte, y la imagen de pasquín. Entre el arte
y la vulgaridad.
El cuadro creado en 1866 llegó al Museo d’Orsay
en 1995, como parte del pago por derechos de sucesión de los herederos
del psicoanalista Jacques Lacan y de su esposa Sylvie Bataille.
Sylvie, la inolvidable actriz en el columpio en la película. “Una
partida en el campo”, de Jean Renoir, su anterior esposo fue Georges
Bataille. Esa historia (Bataille-Sylvie-Lacan) me encanta, pero me
desbalago; vuelvo al cuadro. A la zaga de una pintura a la que cada
propietario soñó y amó, y a la que cada propietario mantuvo oculta.
Ocultar el sexo femenino develado, que pudo ser –por fin- admirado en
un espacio público, más de cien años después de su creación. Hacia la
zaga voy, pero me detengo antes en el más reciente “escándalo”,
alrededor del cuadro.
La artista Deborah de Robertis, entró a la
sala Courbet en Orsay, caminó hasta colocarse de espaldas al cuadro,
levantó su vestido de lentejuelitas, se sentó en el piso, separó las
piernas y mostró –durante un buen rato- su sexo desnudo. De fondo se
escucha el Ave María de Schubert. La guardia del Museo le pidió que se
retirara, una persona del público gritó: “Noooooo”. La sala se llenó,
se escuchan aplausos. Los guardias se agitan en un video que los
asistentes y sus “cómplices”, suben a you tube y alguien lo
borra, y alguien lo vuelve a subir. Y antes de entrar a algunas
reproducciones aparece la advertencia como en los videos que muestra
cuerpos torturados y desmembrados: “Hay imágenes que pueden chocar”.
Al
lado de la música una voz femenina repite como en una letanía: “Soy el
origen, soy todas las mujeres, no me has visto, quiero que me
reconozcas…” Una guardia se coloca frente a ella en el loco intento de
ocultarla con su cuerpo uniformado. Insisten en invitarla a salir. Se
queda allí más o menos hasta que se le da la gana. Luego sale, la
artista cuenta que afuera los alcanzó el director del Museo preguntando
qué pasaba, los guardias le explicaron y el señor respondió: “Tendrían
que haberle dado las gracias”. También dice Deborah que lo que hizo no
es un “performance”, porque la palabra no le gusta, sino “un gesto”.
La
desnudez femenina se exhibe en todos los medios de comunicación, vende
desde perfumes y bolsas hasta tractores. Y sin embargo, no se equivocó
Deborah al imaginar lo disruptivo y perturbador de su “gesto”.
Interesante.
Antes
de Deborah, el año pasado, “El origen del Mundo” fue todo un tema
cuando Jean-Jacques Fernier, especialista en Courbet, sacó a la luz su
hipótesis: la pintura de Courbet que se expone en Orsay, es solo una
parte de una obra más grande que muestra a una mujer que sí tuvo
rostro. Sólo que alguien cortó la obra en el camino. Paris-Match
publicó la “exclusiva” de la descubierta de “la cabeza” del Courbet.
El Museo d’Orsay se apresuró a desmentir: “’El origen del mundo no
perdió la cabeza…una certeza es confirmada por todos los testimonios
del siglo XIX: El cuadro visible en la casa del diplomático Khalil Bey,
su primer propietario , era ‘una mujer desnuda, sin pies y sin
cabeza’”.
Parte de lo que acá cuento, es narrado en la
investigación y documental de Jean-Paul Fargier y en el texto de
Philippe Sollers: “El origen del delirio”. Con el diplomático turco
comienza la historia fascinante de la errancia de la mujer “sin pies ni
cabeza’”. Por décadas se pensó que la obra había sido destruida.
Existían dos testimonios que la describían: Maxime du Camp en 1876,
escribió haberla visto oculta detrás de una cortina, en la casa de
Khalil Bey. En el baño. Edmond de Goncourt aseguró haberla visto con
un marchante de arte que la ocultaba detrás de otra pintura de Courbet
que algunos afirman era una iglesia, y Sollers afirma que era un
pequeño castillo. En 1967 una foto de la pintura (dicen que muy mala)
apareció en el libro: “El sexo femenino”, nadie pudo/quiso decir de
dónde salía la foto, pero la prueba circuló: “El origen del mundo”
estaba a salvo. ¿Dónde? ¿En qué ciudad? ¿En qué país? Alguien era su
dueño e insistía en guardar el secreto. Se especulaba que si Budapest,
que si París.
Khalil Bey era propietario de una colección de
arte espectacular. Parece ser que escuchó hablar de una pintura erótica
de Courbet y fue a buscarlo: el pintor ya había vendido “Venus y
psique”. Habrá tenido su patatús el coleccionista. Se cuenta –a ciencia
incierta- que el diplomático sugirió a Courbet que pintara para él: “El
sexo de una mujer después del orgasmo”. Quizá fue Courbet quien lo
pensó solito, el erotismo era muy suyo. A Bey le gustaban los juegos
der azar y de mesa en mesa y pérdida en pérdida tuvo que separarse de
la pintura. Se sabe que en 1913, “El origen del mundo”, estaba en
venta en una galería de París, allí la compró el barón Hatvany y la
trasladó a Budapest en donde la “mujer sin pies ni cabeza”, cohabitó
durante 30 años con pinturas de Picasso, Cézanne, Manet.
En
1944, los nazis ocuparon el palacio, Hatvany era judío, huyó dejando
la pintura protegida en un banco. Los nazis huyeron, llegaron los
rusos, encontraron el cuadro. Hatvany ya exiliado en París (1948),
recibió una propuesta: volver a comprar una parte de su colección
saqueada. Recuperó “El origen del mundo”, que fue transportado hasta
sus brazos nostálgicos por valija diplomática. No sé desde dónde, el
vendedor fue un oficial de la Armada Roja. Y de la mujer lánguida se
perdieron los Museos de Moscú o de San Petesburgo.
En 1955
Sylvie Bataille ve la obra, y arrastra a su esposo a verla. La compran
(un millón y medio de francos) y la llevan a su casa de campo en
Guitrancourt. Dicen que Sylvie consideró que había que cubrirla de
alguna manera: “Los vecinos y la señora de la limpieza no
comprenderían”. ¿De veras una mujer como ella habría dicho una frase
semejante? Extraño para creer, en una tan cercana lectora de Georges
Bataille. ¿Y si lo dijo Lacan mismo? Ni manera de saber, pero cierto
que atribuirle esas palabras a uno de los más grandes Maestros del
psicoanálisis, podría parecer en su descrédito. A mí me encanta pensar
que fue él quien decidió esconderla. Algo así como: “Querida, me
encanta la belleza de mi recién adquirido sexo femenino, pero, ¿qué te
parece si lo oculto?”. Esta versión calumniadora me parece un homenaje
a esa maravillosa especie de histeria del personaje Lacan.
Sylvie
era cuñada del pintor André Masson, y fue a él a quien solicitó (hay
quien dice que fue Lacan) que creara una pintura que pudiera ser una
reminiscencia de “El origen del mundo”, pero menos perturbadora. Una
vez más, a taparla. Primero la cortina de baño, luego la
pintura-iglesia o castillo, y para la época de Lacan: “Tierra erótica”,
pintada por Masson. Se corría un panelito –sólo a la vista de
privilegiados- y aparecía el sexo femenino desnudo. Sollers nos dice
los nombres de algunos de los invitados a admirar la obra: el
antropólogo Lévi Strauss, la escritora Marguerite Duras, la fotógrafa
surrealista Dora Maar, el pintor Picasso, el filósofo Pontalis, el
etnógrafo y escritor Michel Leiris. El minúsculo mundo del “Todo
París”. Y Lacan, ¿se fumaba su puro frente a la imagen? Tal vez. ¿Uno
o cuántos? Allí en su biblioteca, entre la sensualidad femenina y su
colección de incunables.
A la muerte de Lacan en 1981, Sylvie
conservó el cuadro y –por primera vez en la historia de esta pintura-
lo prestó para dos exposiciones: Brooklyn y Ornans. Después Orsay.
Sollers recrea la ironía involuntaria de la circunstancia: la
“recepción” del cuadro estuvo a cargo del Ministro conservador
Douste-Blazy, nacido en Lourdes, y Sollers jura que el Ministro evitó
meticulosamente cualquier cercanía con la pintura, para no aterrar a su
electorado.
La apertura. El público. Las imágenes. El mundo
entero puede mirar a la mujer que yace sobre una sábana blanca, la
tarjeta postal más vendida del Museo d’Orsay. Nadie conoce el nombre de
la modelo. ¿Quién es? ¿Qué significó en la vida de Courbet? “Quizá la
inquietud no es sólo por el cuerpo, que podría ser el de cualquier
mujer, sino su posición gozosa, que rompe el mito que asocia la
intensidad del orgasmo de la mujer al tamaño del amor que guarda por su
amante. El origen del mundo nos muestra a una mujer
solitaria, arrojada a un placer que trasciende al coprotagonista del
acalorado encuentro, no es una escena romántica, es una representación
del más puro erotismo”, escribe el psicoanalista Juan Pablo Brandt.
Es
muy interesante la reflexión de Brandt, pero para mí – y en lo demás
coincido- que “la mujer sin pies ni cabeza”, estaba perdida de amor por
su amante, un poeta gitano de cabellos largos y con ricitos. Invento. O
un trapecista ruso, también con ricitos. Invento. O un escritor
mexicano. Y yace allí Ella, después de la tormenta romántica, (jugando
acá con el nombre del movimiento alemán precursor del romanticismo
“Tormenta e ímpetu”, Sturm und Drang ) Y a cada quien sus
palabras, sus emociones, sus interpretaciones y sus historias por
inventar. “Una mujer después del orgasmo”, un homenaje a los modos del
placer femenino. Eso. Lo explícito y lo oculto, como en el enigmático
discurso lacaniano.
2014. Museo d’Orsay. Deborah expone su
sexo desnudo y una voz femenina repite: “Soy el origen, soy todas las
mujeres, no me has visto, quiero que me reconozcas…” Ímpetu y tormenta.
En otro tema… no tan distinto
El
Museo Nacional de Arte (INBA) y qué pena que se hayan visto obligados a
hacerlo, subió la siguiente disculpa en su página de Facebook:
“Pedimos
una disculpa a todas las personas que se han incomodado por los
desnudos artísticos que hemos compartido con motivo de la exposición
'El hombre al desnudo' en esta red social, sin embargo les suplicamos
que no denuncien las imágenes que subimos porque Facebook puede cerrar
definitivamente esta página, que ha servido como vía de comunicación
directa con todos ustedes. En el Museo Nacional de Arte esperamos
contar con su amable comprensión”.
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