Enrique
Peña Nieto fue a El Vaticano a ver si le hacían un milagrito. Sería un
milagro para canonizar al Presidente: el milagrito del crecimiento
económico. Por lo pronto, lo que si le prometió el papa Francisco a
Enrique es venir a darle indulgencias políticas a este gobierno priista
inepto para resolver los grandes problemas nacionales. Eso sí, el
gobierno federal será “Siempre fiel” al Consenso de Washington
[ordenanzas de los corporaciones financieras internacionales como el
FMI o el Banco Mundial]. El Estado capitalista fiel a la doctrina de la
teología neoliberal a ultranza; la práctica de una capitalismo salvaje
que ha llevado al país al despeñadero.
Hasta el momento la
política económica de la administración peñista no ha tenido ninguna
efectividad para impulsar el crecimiento productivo. Vamos hacia la
cuarta década perdida, o sea, una década más de casi nulo crecimiento
económico. Las llamadas reformas estructurales están muy alejadas de
sus promesas demagógicas: opulencia gracias al “libre mercado”, pleno
empleo gracias al crecimiento y a la mundialización de la libre
circulación de capitales y sus inversiones directas a la producción.
Las medidas económicas emergentes anunciadas hace días por Peña Nieto
para reactivar la economía mexicana son aisladas e insuficientes y no
tienen relación orgánica con las reformas estructurales. Eso sí, hasta
el momento, las consecuencias de las décadas perdidas han sido
terriblemente catastróficas para el pueblo trabajador, pero si han
beneficiado a un reducido grupo de grandes empresarios quienes se
constituyen en los dueños del país, decidiendo, para mal, el rumbo
económico y político de lo que queda de nación.
La burguesía
“mexicana” quiere presentar como panacea económica las reformas
estructurales, y decía el año pasado que los beneficios de tales
reformas se verían este año, pero lo cierto es que si ha habido algún
beneficiario solamente ha sido ella; el resto que recoja las migajas.
Hasta el momento, como era previsible, en el marco de una profunda
crisis económica mundial, que está haciendo temblar a muchos países, la
reforma laboral ha sido un estrepitoso fracaso respecto a la generación
de empleos e incremento de la productividad. La reforma laboral
continúa sin representar beneficio alguno a los millones de
trabajadores; tal reforma aprobada en 2012 no ha conducido a ningún
crecimiento de la productividad del trabajo –en el cuarto trimestre de
2013, el Índice Global de Productividad Laboral de la Economía,
elaborado por el INEGI, descendió 1.8 por ciento respecto a igual
periodo de un año antes–, por el contrario, ha conducido a un
empeoramiento de las condiciones de vida del laborante; la precariedad
de las condiciones laborales, económicas y sociales van en aumento,
pues la pobreza social está haciendo estragos en la mayor parte de la
población trabajadora.
En los meses recientes México ha entrado a una
competencia económica con China por las inversiones extranjeras
directas (IED), pero mientras que en el país asiático prevalece un
capitalismo [salvaje] de Estado, con un partido seudocomunista, aquí
tenemos un capitalismo neoliberal a ultranza subordinado al
imperialismo estadounidense y los grandes capitales europeos. La
competencia reside en el abaratamiento de la mano de obra para su
explotación intensa por el capital, y en el caso mexicano la tal
reforma laboral legaliza la impunidad de la subcontratación
(outsourcing) de la fuerza de trabajo, incluyendo los contratos de
protección patronal en manos de los sindicatos charros de la CTM, CROC
Y CROM, y de los sindicatos “blancos”.
Uno de los mitos
neoliberales más difundidos con la mentada reforma es que estimularía
el crecimiento, la inversión y, especialmente, el empleo. La política
económica ficción; como Felipe Calderón, la mentira cínica a diestra y
siniestra, pues tal reforma peñista no ha impulsado ningún crecimiento
económico ni con la flexibilidad del trabajo, y sólo ha servido para
profundizar la desigualdad social con la disparidad creciente del
ingreso. Como bien señaló hace tiempo el economista Alejandro López
Bolaños, de la UNAM, “El resultado más notorio del estancamiento
económico y la disminución de la inversión, es la consolidación
estructural del desempleo, un mercado laboral heterogéneo, con calidad
deteriorada en los puestos de trabajo y que al adoptar formas flexibles
de contratación de mano de obra fomenta la proliferación de empleos
temporales, contratos de tiempo parcial y la progresiva reducción del
salario.” El empleo informal o subempleo masivo sobrepasa los 20
millones de mexicanos.
La informalidad laboral rebasa el 60 por ciento
de la PEA. El desempeño desfavorable de la actividad económica en los
primeros meses del presente año se ha visto reflejado en una lenta
creación de empleos formales en el país. Según el número de
trabajadores registrados en el IMSS, entre enero y febrero se crearon
148 mil plazas, la menor cifra para igual periodo desde 2004, sin
considerar 2009, el año de la crisis global. De los empleos generados
en el primer bimestre del año, 64 de cada cien son de tipo eventual y
sólo 36 son permanentes. Estas cifras no ofrecen una buena señal de la
situación actual del mercado laboral, pues significa que mayormente
están creándose empleos muy precarios. La mayor parte de la población
ocupada no está recibiendo, ni recibirá, todos los beneficios de la
seguridad social y la alta ocupación en el sector informal y la baja
calidad del empleo formal han deteriorado la productividad laboral.
Urge un cambiar el modelo económico, pero no vendrá cual maná
milagroso, sino del propio trabajador organizado.
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