@@porrasferreyra
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Se
respira futbol por todas partes. Los campeonatos de casi todos los
países del mundo concluyeron hace apenas unos días y el Mundial de
Brasil comienza hoy. Es un buen momento para reflexionar sobre los
vínculos del deporte más practicado del orbe con la esfera política.
Resulta
ya ingenuo describir al balompié como una simple disciplina deportiva;
es también un espectáculo planetario, un negocio que genera enormes
ganancias, una actividad con dimensiones sociales, simbólicas y
culturales, al igual que un espacio de difusión de mensajes políticos
de toda índole.
Durante décadas, fueron contados los momentos en
los que los sociólogos y los politólogos se interesaron por el rostro
político del futbol, seguramente influidos por la costumbre entre
muchos intelectuales de mirar con menosprecio a este deporte, salvo
contadas excepciones, como lo han sido los textos de Norbert Elías,
Pierre Bourdieu y Eduardo Galeano en cuanto al tema. Sin embargo, desde
hace algunos años han surgido por fortuna diversos análisis y estudios
sobre la forma en que el balompié interactúa con la esfera política.
América
Latina, al igual que las demás regiones del mundo, ha sido escenario de
la instrumentalización del futbol con fines políticos por parte de
gobiernos de todos los colores y en donde, además de los políticos,
también han participado en dicho proceso jugadores, entrenadores,
presidentes de equipos, autoridades federativas, aficionados y
periodistas.
Organizar una Copa del mundo –o bien ganarla- puede
representar en algunos casos una oportunidad para tratar de legitimar
un régimen. Con el triunfo en el Estadio Azteca de Brasil en 1970, los
militares en el poder sabían que podían respirar tranquilos unos años
más: la victoria en las canchas de Pelé, Carlos Alberto y Rivelino
aseguraba ensalzar el orgullo patrio y disminuir los ímpetus de cambio
de muchos brasileños. En 1978, la junta militar argentina estaba
consciente que la organización del mundial y el triunfo de su selección
podían ser factores de importancia para mostrar al mundo un rostro del
país distinto al de los campos de tortura, contando para ello con el
apoyo total de la maquinaria periodística nacional.
También ser
sede del Mundial ha sido en varias ocasiones la forma en que un país
desea hacer público que sus avances económicos le han merecido
supuestamente codearse con los poderosos, aunque la ciudadanía exprese
en las gradas o en las calles una opinión muy distinta.
Basta
sólo recordar los abucheos a Miguel de la Madrid durante la ceremonia
inaugural del Mundial de 1986, debido a que los resentimientos hacia el
gobierno por su incapacidad para actuar con eficacia en el terremoto de
1985 estaban aún muy frescos. Ahora, sólo basta seguir la actualidad
brasileña para constatar que muchos ciudadanos de aquel país no han
perdonado a la presidenta Dilma Rousseffel el despilfarro de recursos
materiales y humanos.
El futbol es de igual manera un terreno
donde los políticos buscan pescar votos o provocar una cortina de humo
que sirva para disfrazar grandes problemas nacionales. Hace algunos
meses Radamel Falcao, letal delantero colombiano, sufrió una lesión que
ha entristecido a millones de sus compatriotas. El presidente Juan
Manuel Santos no tuvo mejor idea que ir a visitarlo y desearle la mejor
de las suertes, como si Colombia no tuviese problemas más urgentes que
encarar. Eso sí, se aplaude la respuesta de Falcao: se deslindó
públicamente de cualquier mensaje político.
En estas estrategias
político-futboleras, en agosto de 2009 la presidenta argentina Cristina
Fernández anunció públicamente la transmisión por cadena nacional de
los partidos de primera división. ¿Se trató de un acto de justicia para
asegurar el bienestar de los argentinos o la mandataria recurrió al
futbol como válvula de escape ciudadana?
En una crónica
magistral, el periodista polaco Ryszard Kapuscinski cuenta cómo el
choque futbolístico entre Honduras y El Salvador fue utilizado como
pretexto para que en 1969 se enfrentaran dichos países en un conflicto
bélico debido a problemas agrarios y de inmigración ilegal. Y en estos
esperpentos que manchan al balón, México no se salva: calendarios
legislativos que coinciden con las actuaciones del equipo nacional y
apapachos presidenciales a los guerreros aztecas.
Otro aspecto
que permite constatar los nexos entre el balompié y la política es que
varias personas ligadas estrechamente al mundo del futbol han querido y
a veces logrado convertirse en políticos de tiempo completo, gracias al
reconocimiento obtenido en la esfera deportiva.
A pesar de sus millones
en el banco, Mauricio Macri difícilmente hubiese conseguido el cargo de
jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires sin sus años como
presidente de Boca Juniors (son conocidas también sus relaciones con
las barras más violentas del equipo y el uso político que ha hecho de
las mismas); Romario es actualmente diputado federal por Río de Janeiro
y no hace mucho el veracruzano Carlos Hermosillo tuvo su paso por la
Comisión Nacional del Deporte.
Aunque también han existido
futbolistas latinoamericanos sin ganas de vivir dentro del presupuesto,
pero con la férrea voluntad de comprometerse políticamente: Sócrates,
el genial jugador brasileño, nunca escondió sus simpatías hacia el
retorno de la democracia en su país y encabezó un movimiento en su
amado club Corinthians para democratizar la práctica deportiva. También
es conocido el caso de Carlos Caszely, el futbolista chileno que nunca
quiso bajar la cabeza ante Pinochet (las torturas sufridas por la madre
de Caszely eran razón para no olvidar ni perdonar).
Y a todo
esto la FIFA, el máximo organismo mundial del futbol, no hace más que
sumar polémicas por culpa de decisiones que tienen que ver directamente
con la esfera política: designación de sedes bajo sospechas de
corrupción, violaciones a las leyes laborales (jugadores sin control
sobre su futuro, casos de tráfico de niños futbolistas), dueños de
equipos con fortunas de dudosa procedencia (¿nada se aprendió de la
experiencia de la liga colombiana con los barones del narcotráfico?),
declaraciones de Joseph Blatter, presidente del organismo, en las que
afirmaba que a veces no es una buena idea organizar eventos en países
democráticos, entre otros casos más.
A partir del 12 de junio,
nueve equipos latinoamericanos participarán en la máxima justa
futbolística a nivel mundial. Conviene seguir de cerca los nexos que se
puedan distinguir entre el futbol y la política en este evento.
El
político francés Georges Clemenceau comentó alguna vez que la guerra es
un asunto demasiado serio como para dejárselo a los militares. Del
futbol probablemente los políticos puedan opinar algo parecido.
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