Miguel Concha
La
razón de ser de las instituciones autónomas de nuestro país, como la
Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) y el Instituto Federal
de Acceso a la Información y Protección de Datos (Ifai), es velar por
los derechos de las personas y pueblos que se ven amenazados por
acciones que les son contrarias e impiden la realización plena de una
vida digna y democrática por parte de las autoridades. Ello no
obstante, en fechas recientes estas dos instituciones le dieron la
espalda a las y los mexicanos.
En el contexto de las acciones de exigencia de la sociedad para que
se modificara la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión con
apego a estándares internacionales de derechos humanos, una de las
posibilidades era acudir a estas instituciones autónomas para solicitar
que interpusieran acciones de inconstitucionalidad sobre diversos
artículos de dicha ley, pues con mucha razón fueron identificados como
regresivos y potencialmente causantes de violaciones graves a los
derechos humanos de las personas que habitan o transitan por el país.
Respecto de la CNDH, como sabemos hoy en día es una institución que
se ha mostrado indiferente ante las peticiones recurrentes que se le
han hecho para que proteja los derechos humanos de la población.
Lamentablemente, una vez más lo hizo. En semanas pasadas se le entregó
una petición para que ejerciera su propia facultad de acción de
inconstitucionalidad sobre normas contenidas en diversos artículos de
la Ley Telecom, ya que a juicio de las organizaciones
solicitantes se consideró que ponen en riesgo derechos relativos a la
libertad de expresión, en temas relacionados con las
telecomunicaciones, sobre todo en el contexto de manifestaciones y
protestas sociales.
Además, con esta ley se abre un amplio y pernicioso
espacio de discrecionalidad, mediante la utilización de términos
ambiguos y una falta de controles judiciales que eventualmente pueden
utilizar indistintas autoridades para realizar restricciones ilegítimas
a los derechos humanos. De acuerdo con la opinión de las organizaciones
sociales, los parámetros establecidos en el artículo primero
constitucional, así como las garantías de seguridad jurídica y legal.
Se genera además un efecto inhibidor contra el ejercicio de derechos
fundamentales a la libertad de expresión, reunión, asociación, acceso a
la información y uso del beneficio de las nuevas tecnologías de
comunicación.
Todo esto es incompatible con un Estado democrático de derechos, y
muestra por el contrario el rostro de un aparato estatal autoritario y
centralizado en el Poder Ejecutivo de la nación. Se le olvida a la CNDH
que todos los tratados internacionales de los que México es parte son
obligatorios, y omite tomar en cuenta los parámetros internacionales
establecidos respecto al contenido de los derechos a la libertad de
expresión y a la privacidad, así como lo referente a la intervención,
suspensión de comunicaciones y retención de datos en un marco de
legalidad, tal y como lo señalé con anterioridad en esta misma columna,
en el marco del debate que se dio en el Poder Legislativo ( La Jornada, 5/4/14).
Por si fuera poco, las organizaciones acompañaron su petición con un
minucioso análisis técnico, en el que se explicó a detalle el porqué
debía ejercer esa facultad constitucional que tiene. Entonces, ¿qué le
faltaba a la CNDH para llevar a cabo lo que le solicitaron, si tenía
incluso los argumentos especializados que se le entregaron, basados y
robustecidos en derechos humanos? Muy a nuestro pesar, estamos ante un
órgano público de protección de derechos débil y acomodado a las
directrices del actual régimen.
Pero en este mismo tema el Ifai no fue
la excepción. Más de 200 organizaciones sociales le solicitaron
igualmente que ejercitara la facultad que le otorga, como órgano
garante del derecho a la información y protección de datos personales,
el artículo 105 de la Constitución. Sin embargo, en una intensa jornada
de discusión, a última hora las y los comisionados de este instituto se
dividieron acerca de la procedencia de presentar o no dicha acción de
inconstitucionalidad. Lamentablemente, el Ifai también se doblegó, e
hizo mutis, dejando así abierta la posibilidad de invadir los derechos
a la intimidad y a la privacidad en el manejo de datos personales y de
información vinculada con las actividades que los ciudadanos realicen a
través de las telecomunicaciones.
Como
corolario, en el Congreso de la Unión tampoco se pusieron de acuerdo.
Estuvieron a un ápice de lograr las firmas necesarias; es decir, 33 por
ciento de los integrantes de cualquiera de las dos cámaras. Hubo
diputados y senadores que obviaron firmar esa misma petición de
inconstitucionalidad. No es extraño que así fuera, pero dejemos también
aquí constancia de la sumisión del Congreso al aparato de gobierno
actual.
Se impide una vida democrática cuando las instituciones garantes de
los derechos de los ciudadanos se paralizan. Se crea entonces una
involución del Estado democrático de derecho, y se logra configurarlo
como uno autoritario. La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN)
debiera resolver estos asuntos, atendiendo al control de
constitucionalidad y convencionalidad. Pero, como vemos, las decisiones
finales se toman unilateralmente en y desde el Poder Ejecutivo.
Por lo menos un órgano local, el Instituto de Acceso a la
Información Pública y Protección de Datos Personales del Distrito
Federal (InfoDF), intentó llevar las preocupaciones sociales sobre Telecom a
la SCJN, aunque no le fue admitida su acción de inconstitucionalidad,
pues se dijo que no está facultado para esta acción jurídica. Queda no
obstante la pregunta. Si un órgano local de protección de derechos
resolvió que era procedente dicha acción, e incluso la Comisión de
Derechos Humanos del Distrito Federal se pronunció también públicamente
contra la Ley Telecom, ¿por qué entonces titubearon los órganos federales? La respuesta ya está dicha. Declinan ser para lo que fueron creados.
La vida democrática del país está entonces lejos de realizarse en el
marco de un Estado democrático de derecho, y a través de mecanismos
efectivos de interlocución con la sociedad civil. Las y los mexicanos
merecemos instituciones realmente comprometidas con el cumplimiento de
nuestros derechos.
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