Las puestas en escena del amo.
lasillarota.com
Es un mediodía soleado en la Ciudad de México. Una mujer camina.
Se dirige a un café, a su trabajo, a la casa de una amiga. ¿En qué irá
pensando? No camina tensa y en alerta. No va a la defensiva mirando
hacia todos lados como si viviera en estado de sitio. Camina confiada
como suponemos es el derecho de todo ser humano en las calles de la
Ciudad de México. Ya no, es cierto. Podrían, por ejemplo, asaltarla.
Les sucede a los hombres y a las mujeres ese riesgo continuo de ser asaltados. Les sucede que la agresión irrumpa de golpe, en cualquier esquina. Y ese día que se deslizaba sosegado se quiebra con la irrupción de la violencia. Sin embargo, ella camina. Todas/os caminamos. Todas/os tenemos el derecho de caminar tranquilamente por las calles a las 14:30 de la tarde. Y a cualquier hora. Hombres y mujeres vamos a trabajar, nos reunimos a tomar un café, entramos y salimos de una librería. Esperamos el autobús. Tomamos el metro. Estamos vivos, ¿no es cierto? Nos desplazamos.
En un video miramos a la mujer caminar. De pronto, un hombre llega por detrás, se inclina, levanta la falda de esa mujer que sólo camina por las calles -¿cómo si fuera su derecho?- le baja la ropa interior y la empuja. Miramos a esa mujer caer al suelo. Allí, a mitad de una banqueta soledada en ese mediodía en la Ciudad de México. El hombre -aún no identificado- sigue su camino, corriendo. Hacia otras mujeres, hacia otras faldas, hacia otros abusos. ¿Por qué no lo haría? ¿Quién lo detiene a él que se autonombra el dueño de las calles?
LA “SOSPECHOSA”
Se llama Andrea Noel y es periodista. Pero también se llama Guadalupe, Mariana, Rosa, Valentina. Es maestra, estudiante, ama de casa, abogada. Podría ser una niña, una adolescente, una adulta. La mujer se pone de pie tan rápido como puede. Camina. Se detiene. En una entrevista con Ciro Gómez Leyva declaró que en ese momento se dijo: “¡No!” Supongo: “No puedo permitirlo. No puede quedarse así”. Comenzó a fotografiar las cámaras de seguridad que daban hacia esa calle. Acudió a los vecinos y les solicitó que le permitieran revisar las pantallas de sus cámaras de seguridad. Le abrieron la puerta y la apoyaron en su búsqueda.
También esa solidaridad sucede en la misma ciudad. En este mismo país de ciudadanas/o indignadas/os. Hartos de la impunidad que entrega las calles a la delincuencia. Que entrega a la delincuencia nuestras más elementales libertades. En el caso de las mujeres –además- amenazadas por los delitos específicos que se cometen contra nosotras, por el sólo hecho de ser mujeres. El acoso sexual es en México una forma constante y recurrida de violencia.
Andrea no sabía cómo trasladar ese video -que significaba la evidencia- hacia un teléfono celular. Grabó la secuencia de la pantalla de una cámara de seguridad en su teléfono. Antes de acudir a la Fiscalía Especializada en Delitos Sexuales, subió el video denunciando la agresión a su cuenta de twiter. Rachel Miserachi, una compañera suya, periodista, escribió una nota retomando su denuncia. En twiter, el video y la nota se convirtieron en virales. Gran parte de las respuestas que recibió fueron de apoyo.
Todo lo anterior, como podemos observar es muy “sospechoso”. ¿Una mujer agredida a mitad de una banqueta? ¡Nunca antes escuchamos hablar del tema! ¿En México? ¿En la Ciudad de México? Al parecer, jamás visto. Los espacios separados en el metrobús y en el metro fueron –como ya sabemos- creados en un mero afán segregacionista que nadie se explica. Y resulta que las cámaras de seguridad que están allí justo para tomar registro de situaciones de violencia cumplieron su objetivo y grabaron la agresión. Inaudito.
La veracidad de la agresión contra Andrea ha sido puesta en duda en algunos casos, en otros –muchos- en las redes sociales se preguntan, ¿por qué no le hicieron más, dado que se lo “merecía”? Se le ocurrió pedir que la ayudaran dándole acceso a las cámaras. Más sospechoso. Tuvo el valor de hacer una denuncia de inmediato en twiter mostrando la violencia de la que fue víctima. Qué bárbara, además de falseadora, impúdica. Una compañera periodista la apoyó, no porque se trataba de una denuncia indispensable (por ella, y por todas), sino porque ambas fraguaron un plan para arruinar el 8 de marzo en el país de los derechos y las libertades.
En realidad, los cómplices tuvieron que ser varios: Andrea, el acosador, la amiga, la persona que vive en el edificio de la cámara de seguridad que grabó la agresión. Las personas a las que contrataron para que no caminaran por la misma calle. El policía que no apareció. El conserje que les mostró las pantallas quizá no es cómplice, a él lo engañaron. La misoginia no existe en este país. Sólo que así se activan los complots de las redes “feminazis”, cuya misión en el mundo es inventar todo tipo de violencias: acosos, violaciones, secuestros, asesinatos.
Feministas (lo retomo porque su activismo es parte de lo que converte a Andrea en la sospechosa número uno de la agresión de la cual fue víctima) y millones de mujeres que no se consideran como tales, viven en México una crisis paranoica de dimensiones cósmicas. Me imagino. No hallan nada mejor que hacer, las pobres, sino inventar que los depredadores sexuales existen. Y que su existencia acota sus más inalienables libertades.
Andrea es una mujer valiente, firme, con un discurso articulado. Habla por ella y habla por cada una de nosotras. Posee ventajas sociales que le permiten acceder a una voz pública, y desde allí se suma a las denuncias que decenas de miles de mujeres en México expresan todos los días, se atrevan a llegar o no a la Fiscalía Especializada en Delitos Sexuales, tengan o no acceso a una voz pública.
Andrea en la entrevista con Ciro: “El mío no es un caso excepcional, pasa diario, y ayer le sucedió a cientos de mujeres este tipo de hecho, pero tienen trabajos a los cuales llegar, tienen familias que cuidar y su último pendiente es estar cuatro días haciendo un escándalo público, tratando de traer este tema al público”. Julio Hernández en Astillero: Andrea está dando visibilidad a lo que ocurre a las mujeres todos los días en la Ciudad de México, casi sin eco mediático”.
LA MISOGINIA SE DESATA
Si bien la mayor parte de la respuesta en redes sociales fue de apoyo, las opiniones de muchos twiteros y twiteras nos revelan la parte más siniestra de una cultura que no logra resolver –y no lo hará mientras tendamos a naturalizar y/o legitimar cualquier forma de violencia contra las niñas, las adolescentes y las mujeres- el inmenso conflicto interior y colectivo que nutre y sostiene los delitos y los crímenes misóginos: el odio contra la feminidad.
No es un odio de los hombres contra las mujeres, es un odio de personas misóginas, que en su gran mayoría pertenecen al sexo masculino, odio que comparten cantidad de mujeres. Intentemos entonces extraer los discursos -que atacan a quienes denuncian y defienden sus derechos- de la idea-trampa de una lucha de sexos descarnada en el todas contra todos. Ese deslizamiento de lo particular a lo general, se convierte en un arma peligrosa que niega la realidad y deslegitima las palabras y los actos que la nombran e intentan transformarla. ¿En qué? En un mundo habitable para todas/os.
LAS PUESTAS EN ESCENA DEL AMO
Hay quien diga que la agresión sufrida por Andrea es una puesta en escena planeada por ella. No lo creo ni remotamente, pero si así fuera, cantidad de respuestas a sus denuncias en redes y en entrevistas televisadas, fueron de una brutalidad y una misoginia tan alarmantes, que queda allí, por escrito, justo lo que se intenta negar. La puesta en escena sí existe, y es la de el amo. La puesta en escena de una imaginaria superioridad misógina, contra una feimnidad a la que pretende inferior y a la que de mujer en mujer se otorga el derecho de invadir y denigrar.
Botones de muestra:
“Maldita perra. Las mujeres deberían estar en su casa, cuidando a sus hijos. Si ese hombre hizo algo fue porque tú lo provocaste usando ese vestido tan corto. Es tu culpa y espero que la próxima vez no sólo te hagan eso, sino que te violen para ver si así aprendes tu lugar como mujer. Puta”.
“Hago una disculpa por este medio por mi acto tan bajo, la próxima vez te voy a violar”.
“Puta güera de mierda. Por tu culpa me suspendieron. Cuando te vea no sólo te voy a levantar la falda, te voy a matar. Puta”.
“No mames!! Ojalá encuentre a este cabrón para darle un premio y una copa de héroe anónimo. Tú merecías una violación”.
“Oh, tú déjate querer y no la hagas de pedo. Antes di que alguien disfruta de ver tu cuerpo”.
“Lo que te hicieron lo mereces por ser mujer, eres una perra, una puta que cualquier hombre puede tomar cuando le plazca, para la otra espero que te sodomicen por puta”.
“No es cierto, eres basura. Las mujeres que andan en vestidos cortos como los que usas, mercen que las violen o las maten a pedradas, así como lo estipulan las sagradas escrituras”.
¿Qué quiere un ser humano que se encarna en amo? Controlar, dominar, acotar lo más posible la libertad de reflexión y movimiento de aquellas/os a quienes en su imaginario elige como sus esclavos. Poseerlos. Arrancárles su dignidad, su alma, su cuerpo. El amo misógino intimida, amenaza, acosa. Mata. O amenaza con matar. Su odio es una revancha ciega contra la feminidad. La puesta en escena (en el sentido psicoanalítico) de una revancha. ¿No se controla? Pues que aprenda a controlarse, porque el acoso sexual es un delito tipificado como tal.
El amo misógino escribe mensajes y/o los actúa. Las mujeres están a su disposición. Son cosificables, intercambiables, desechables. Y es un gozo denigrarlas. ¿Qué hay de tan terrible para ellos/as en la denuncia de Andrea? ¿En sus palabras? ¿Qué hay de tan imperdonable capaz de desatar esa brutalidad? ¿Que no se quedó callada? ¿Que no corrió a hacerse bolita y a llorar en su cama? ¡La muy marimacha! Quiere que se identifique y se detenga a su agresor. Exige justicia. Su valentía ataca las bases mismas del discurso que sostiene –aún- la existencia de los amos misóginos. Se lo agradezco. A ella como a cada mujer, a cada hombre dispuesta/o a levantar la voz para construir una cultura de respeto.
Miren lo que sucedió. El estallido. ¿Ya les dije? Todo comenzó con una mujer que caminaba en un día soleado por una calle de la Ciudad de México. Como si caminar por las calles fuera su derecho.
@Marteresapriego
@OpinionLSR
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