La vitalidad
de un movimiento, como la de cualquier ser vivo, se puede palpar en su
capacidad para cambiar, modificar el rumbo, ejercer la crítica y la
autocrítica, algo tan olvidado por las viejas izquierdas. Una
característica de lo avejentado es la repetición, la inercia y la
incapacidad de moverse del lugar elegido.
Este 8 de marzo nos ha deparado enormes movilizaciones, que son la
doble consecuencia de la violencia sistémica contra las mujeres y de la
persistencia de los movimientos feministas que no se arrugan a la hora
de ir contra la corriente, aún siendo pocas en cada movilización. Más de
200 mil manifestantes en Montevideo, ciudad que cuenta con poco más de
un millón de habitantes, habla de la extensión notable del movimiento
que, para llegar a esa cifra, realizó decenas de actividades y
concentraciones pequeñas en los últimos años.
Uno de los hechos más notables fue la difusión de un documento titulado Algunas reflexiones sobre metodologías feministas, emitido por un conjunto de referentes y organizaciones que se reivindican del
feminismo descolonial. No tengo la menor intención de inmiscuirme en los asuntos internos del movimiento, sólo pretendo destacar lo que los varones antipatriarcales y los movimientos antisistémicos podemos aprender de un texto que, en su subtítulo, anuncia:
a propósito del llamado a un paro internacional de mujeres para el 8 de marzo(goo.gl/rpqvH8).
El documento destaca que los espacios de mujer están haciendo un ejercicio de autocrítica al reconocer
su raíz eurocéntrica, las limitaciones de sus agendas y lo problemático de sus estrategias cuando entran en contacto con esos otros mundos que existen en nuestro continente. En suma, los mundos negros, indios y mestizos.
El eje del texto gira en torno a los métodos de lucha, destacando que
ellos dicen mucho sobre las bases en que se asienta un movimiento socialy tienen además la capacidad de regular los mundos. La crítica/autocrítica gira en torno al llamado a realizar un paro del pasado 8 de marzo. Vale la pena citar largo.
“El paro de actividades ha sido una estrategia que surge dentro del
contexto particular de la revolución industrial y la lucha de la clase
obrera europea. Un método que logró legitimidad dentro del pacto entre
clase obrera y burguesía en los años del Estado de bienestar europeo. El
parocomo estrategia hace parte de una genealogía de resistencia dentro del mundo de lo humano, aquel constituido por el pleno desarrollo del sistema capitalista”.
El texto nos remite a Frantz Fanon, al destacar la diferencia entre
el mundo donde se respeta la humanidad de las personas y el mundo de los
sótanos, donde la vida humana no vale nada. Entonces, dice, el problema
del paro surge cuando se intenta convertirlo en
método universal aplicable a cualquier experiencia histórica. Es evidente que las mujeres (y los varones) de ese mundo no pueden hacer paro, por eso cortan rutas, toman edificios, ocupan tierras.
El documento llama a
pensar en las compañeras que no pueden parar, las que por necesidad venderán en la marcha, las que el día de huelga convocada estarán sembrando, cultivando o cocinando el alimento que comeremos las que ese día paramos. La lista sigue e incluye las formas de vida autogestionadas (tianguis por ejemplo), las trabajadoras del sexo,
aquellas que junto a sus compañeros subalternos serán responsables de que el mundo siga girando y la vida siga siendo posible mientras nosotras paramos. El paro es una estrategia útil, se preguntan, para las
personas racializadas y subalternas, para
las condenadas del mundo, para las lesbianas y trans antirracistas.
El texto es fuerte. Sobre todo cuando pone el dedo en temas delicados.
Es interesante cómo determinados países dentro del sur global, y dentro de América Latina en particular, se convierten en referentes y vanguardias de la lucha feminista.
¿Qué significa que nuestras luchas políticas sean definidas por un pequeño grupo de feministas blancas y blanco-mestizas privilegiadas asentadas en las capitales de los países hegemónicos de la región?.
Sin duda se refiere a
nuestrospaíses, Buenos Aires en primer lugar, donde nació el Ni Una Menos, pero también Montevideo y otros donde predomina un feminismo radical, pero blanco y de clases medias. Es incómodo. Pero es una incomodidad necesaria, imprescindible para no convertirnos, un siglo después, en algo similar a los dirigentes de la socialdemocracia alemana que terminó traicionando al movimiento obrero.
Debo confesar que el documento me remitió directamente a la comunidad
que me recibió cuando la escuelita zapatista, a los espacios de las
mujeres negras desplazadas por la guerra en Colombia, a las vivencias de
nasas y misak del Cauca, a las comunidades mapuche, a favelas como la
Maré, en Río de Janeiro, y tantos otros espacio-tiempos donde no rige la
lógica en la que me eduqué y formé políticamente. Es muy incómodo
cuando una negra favelada o una indígena te reciben como si fueras un
conquistador, un opresor blanco.
Sin embargo, creo que esa vivencia es parte de la formación
antisistémica, y no por algún empeño masoquista, sino porque es
necesario sentir
en el cuerpo y en el alma(León Felipe), aunque sea una mínima parte de los dolores humanos que se sufren en el sótano. Algo que no se puede siquiera palpar en la comodidad de la
zona de lo humano, por volver a Fanon. En este punto, el documento de las feministas descoloniales provoca esa incomodidad imprescindible.
Desde los movimientos y el pensamiento crítico podemos hacer un
esfuerzo por mirarnos en el espejo que nos colocan, sobre todo esa
consigna final
¡Que ni una sea menos!El texto citado puede rebatirse en cuando a su oportunidad e, incluso, en su contenido. Es parte del debate que procesan las mujeres en sus colectivos, y no nos corresponde a los varones entrar en esa polémica.
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