Todo
lo que pueda ayudar a los oprimidos a autoorganizarse e independizarse
del Estado y de los órganos de mediación de éste y todo lo que pueda
reafirmar su conciencia crítica y ayudarles en su lucha contra el
sistema de opresión es válido. Una táctica política activa, positiva,
sirve además para impedir que un movimiento se desmoralice o
desorganice ante la falta de perspectivas y posibilidades de acción o,
peor aún, caiga en acciones desesperadas y aventureras y estallidos
armados prematuros que podrían serle funestas.
La participación o
no en las elecciones convocadas para renovar las instituciones
estatales (gobernadores, alcaldes, legisladores) no es una cuestión de
principios sino meramente táctica, a pesar de que costó mucho
conquistar el derecho al voto y, en las ocasiones en que tiene algún
sentido utilizarlo, lo mejor es votar aunque sea para expresarse con el
voto de repudio.
Las elecciones de junio son, para el
gobierno, un intento de demostrar una supuesta “normalidad democrática”
para encubrir la dictadura de una oligarquía sangrienta y corrupta y
mantener mal que bien la marcha -desastrosa para los pobres de México-
de quienes regalan el país al gran capital financiero y hacen negocios
lucrativos por todos los medios lícitos e ilícitos.
En
algunos estados no existe aún una fuerza popular suficiente como para
rechazar esa maniobra legal y oponerle una alternativa pero Guerrero,
como siempre en su historia, presenta una situación diferente que
legitima y hace posible el boicot a unas elecciones en las que
pretenden renovarse o refrendarse los siervos de Los Pinos y los
cómplices del terrorismo de Estado y del narcotráfico.
En
Guerrero, con las policías comunitarias, con las asambleas municipales,
con la unidad creciente de los movimientos sociales para enfrentar a la
delincuencia organizada y al caciquismo político-militar, se están
organizando las bases de un poder popular incipiente.
Las
raíces del mismo se afirman en la historia campesina, a partir de la
Independencia, pasando por el socialismo de Acapulco a principios del
siglo pasado y por las luchas de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas en los
setenta o por las luchas contra el despojo de los madereros. También
impulsan las protestas, el descontento, el odio a los asesinos y
hambreadores las políticas neoliberales que desde mediados de los años
ochenta vienen despoblando y empobreciendo al Guerrero rural y que
ahora, en la actual crisis económica con las resoluciones
gubernamentales le darían el tiro de gracia a la agricultura campesina.
Después de Tlatlaya y sobre todo de las desapariciones de los
normalistas de Ayotzinapa no sólo los estudiantes y los campesinos sino
también varios otros sectores y sacerdotes rurales se organizan detrás
de los padres de los desaparecidos, los cobijan y resguardan, apoyan
sus decisiones políticas, que pesan también en las organizaciones y
movimientos que se están uniendo y les respaldan.
El llamado
a boicotear las elecciones en Guerrero tiene así una base de masas y
una dirección en rápida formación. Además, el boicot es una política
activa y que organiza, a diferencia de la abstención, que es pasiva y
que diluye el voto de protesta en el mar de los indecisos,
despolitizados, enfermos y ausentes.
El boicot presupone una
campaña para evitar la asistencia a las urnas, el cierre del acceso a
las mismas, la negativa a prestar cualquier asistencia electoral y,
también y sobre todo, la presentación de una alternativa. O sea, de
asambleas municipales, comunales, regionales para elegir auténticos
representantes populares no designados por los partidos sino surgidos
directamente de la comunidad en lucha.
Esto diferencia
profundamente el boicot propuesto por los padres de Ayotzinapa de la
mera abstención propuesta en las dos últimas elecciones generales por
el EZLN, que no convenció ni en Chiapas y sólo sirvió para que Calderón
ganase por un puñado de votos a su oponente que, pese a sus
limitaciones políticas, habría ahorrado a México miles de muertos y
desapariciones y la destrucción completa de la legalidad.
Porque el fondo de la cuestión reside en que el boicot a las elecciones
en Guerrero sólo es posible y tiene sentido si sirve a la organización
del poder popular, desconociendo el poder estatal, sus instituciones,
sus instrumentos políticos (como los partidos del régimen). Boicotear
sólo es posible construyendo redes de resistencia, politizando y
organizando en masa, separando amigos y enemigos a nivel nacional.
En este sentido, MORENA, que nombró candidatos para Guerrero en buena
parte seleccionados entre ex militares del PRD, un partido palero del
PRI, se encuentra en una encrucijada: o apoya a los padres de los
normalistas y al movimiento en sus decisiones, optando por la lucha
social o, por el contrario, prefiere transformarse en PRD-bis, o sea,
en un partido electoral funcional a la política del peor gobierno que
jamás ha tenido México. Para MORENA no hay vía intermedia ni
tergiversación posible pues decir que presenta candidatos para evitar
que los puestos sean ocupados por gente del gobierno y para denunciar a
éste desde ellos es simplemente ridículo y no convence a nadie de modo
que tampoco acarrea muchos votos a una elección que, a la vista de
todos, aparece como una imposición de Los Pinos para dar por acabado el
caso Ayotzinapa.
Hay momentos para nadar “de muertito” y
otros en los que es indispensable una posición clara que definirá de
una vez por todas el objetivo de una organización política.
Este es uno de ellos. O con la protesta, junto a los valientes padres y
madres de los normalistas y el poder popular naciente en Guerrero, o
con los alquimistas políticos del PRI-PAN-PRD, los narcos, Washington,
el gran capital. Todos deberán elegir su posición.
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