Leonardo García Tsao
Cannes. Con una nueva adaptación de Macbeth,
del australiano Julian Kurzel, la competencia terminó de manera digna.
El abordar la conocida tragedia de Shakespeare implica invitar
comparaciones con las versiones realizadas por Orson Welles, Akira
Kurosawa y Roman Polanski, tres de los mejores cineastas de la
historia. Digamos que Kurzel no ha hecho el ridículo, sino ha
conseguido un Macbeth perfectamente honorable, aunque desigual.
Con un guión de Todd Louiso, Jacob Koskoff y Michael Lesslie, que se
ha arriesgado a simplificar diálogos, resumir la trama y cambiar
ciertos detalles al texto del tío Will, la película describe a la
Escocia del siglo XI como un mundo primitivo, donde las acciones del
rey titular no están fuera de lugar con un salvajismo generalizado. Ese
es el tono que establece una primera batalla, en la cual Macbeth
(Michael Fassbender) se gana los favores del rey Duncan (David
Thewlis). Que el primero conspire con su esposa (Marion Cotillard)
para, a su vez, asesinar al monarca para ocupar su puesto parece, en
ese contexto, una buena movida profesional.
Kurzel se apoya en su notable fotógrafo Adam Arkapaw para conseguir
una atmósfera sombría que parece condenar de entrada a la pareja
titular. La aparición de las tres brujas (y media, en este caso),
paradas en medio de la bruma y pronunciando en tono coloquial sus
predicciones, es una de las felices ocurrencias de este Macbeth. Por una vez filmada en verdaderas locaciones escocesas, los paisajes también son parte de ese universo intimidante.
El contar con las actuaciones de Fassbender y Cotillard fue un
factor fundamental en la convicción generada por los personajes. Él
encarna a un Macbeth no titubeante ni influido por su mujer, sino
reforzado por ella en sus decisiones; cuando los hechos de sangre se
acumulan, Fassbender adopta un matiz delirante que contrasta con la
reinterpretación muy válida de Cotillard de un personaje por costumbre
caracterizado como la ambición pura. La actriz francesa, con buen
acento británico, opta en cambio por una postura moral que la conduce a
su pérdida.
Los que
no funcionan son los intentos de Kurzel por modernizar sus imágenes. El
uso de la cámara lenta es gratuito, como lo es el filtro rojo con el
que satura toda la secuencia climática.
Quizás en esta época de la serie Juego de tronos, donde las intrigas son mucho más diabólicas, la violencia más brutal y el sexo más presente, una nueva versión de Macbeth
pueda parecer hasta ingenua a un público joven y cínico. Tal vez eso
explique el injustificado abucheo con que fue recibida la película al
final de su primera proyección. Eso, o la gente ya está muy harta y
quiso desquitarse con Shakespeare.
El nivel de la competencia, salvo contadas excepciones, ha sido tan
mediano que los pronósticos se disparan por todos lados. Ya quisiéramos
contar con las tres brujas y media para una orientación de cuáles van a
ser las decisiones finales del jurado. Por ejemplo, este año ha sido
rico en cuanto a actuaciones masculinas. Entonces hay quienes apuestan
por el francés Vincent Lindon por La loi du marché; otros se inclinan más por el húngaro Geza Röhrig por Saul fia; y desde ayer muchos se inclinan por el británico Tim Roth, protagonista de la mexicana Chronic. ¿La Palma de Oro? La crítica se ha inclinado por Carol, de Todd Haynes, Mia madre, de Nanni Moretti o incluso Nie Yinniang, de Hou Hsiao-Hsien. Pero, dado el nivel general, cualquiera puede ganar. (Menos The Sea of Trees, de Gus Van Sant).
Por lo pronto, el cine latinoamericano se adjudicó otro premio con L’Oeil d’Or (El ojo de oro), para el documental chileno-mexicano Allende, mi abuelo Allende, de
Marcia Tambutti Allende. Esta es la primera vez que se concede dicho
premio entre los documentales exhibidos en todas las secciones. Sin
embargo, en Una Cierta Mirada, no hubo premio para Las elegidas, del mexicano David Pablos. La ganadora fue la película islandesa Hrútar (Carneros), de Grímur Hákonarson.
Twitter: @walyder
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