Miguel Concha
México
está inmerso en cientos de conflictos por la tierra, el territorio, el
agua y los bienes comunes naturales. Son precisamente estos bienes los
que nos benefician a todas y todos, a quienes ahora estamos y a las
generaciones que han de venir por delante. Si tomamos en cuenta los
saberes de los pueblos, conservaremos y respetaremos muy ampliamente a
la naturaleza, a la vez que aseguraremos una buena administración y
plena garantía de que otros también disfruten de ellos. Sin embargo,
sabemos, muy a nuestro pesar, que ahora en el país se impulsan desde
arriba agendas contrarias a su mantenimiento y cuidado. La
conflictividad parece además carecer de mecanismos adecuados para dar
respuesta efectiva del Estado a las problemáticas que los pueblos y
comunidades padecen, las cuales son originadas por la imposición de
megaproyectos, el despojo de los bienes comunes y la violación de sus
derechos como pueblos indígenas o campesinos.
Hemos visto ahora igualmente que no sólo en las zonas rurales, sino
también en conurbadas y urbanas se originan luchas frente a la nula
consulta y participación de las personas en los planes de
desarrollo, de infraestructura de carreteras, o en reformas legales que invalidan e ignoran formas comunitarias de organización y gestión de recursos. Se trata de una crisis sin precedente en la historia de la humanidad, y de una guerra contra los pueblos que pasa por encima de la vida, la dignidad y la democracia verdaderas. Como bien escribió Don Pablo González Casanova en su ponencia presentada en el seminario El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista, organizado por el EZLN:
A los muchos recursos económicos que la guerra les reporta [a los de arriba] ponen toda su atención, y ninguna a los sufrimientos que provocan. Son presidentes, gerentes, gobiernos y comandos eficaces y eficientes que maximizan su poder y utilidades, ya sea en esas formas indirectas y confusas, ya con guerras y medidas abiertas que ponen al orden del día lo que Harvey ha llamado economía por desposesión, y que en realidad es economía por despojo, abierto y encubierto, formal e informal, directo y subrogado, con ejércitos de línea y con bandas criminales y sádicas debidamente entrenadas, todas al servicio consciente o inconsciente de complejos y corporaciones que sacan billones y billones de los pobres de la tierra y de los recursos de la Tierra(La Jornada, 9/5/15).
Precisamente frente a estos gerentes y comandos de arriba, los
pueblos responden y se organizan. Se movilizan para impedirles el paso,
y resisten ante el intento de convertir en botín de guerra los bienes
comunes. En estas semanas presenciamos dos experiencias reveladoras de
esos movimientos desde abajo: la Caravana del Fuego de la Digna
Resistencia, y la Caravana Nacional por la Defensa del Agua, el
Territorio, el Trabajo y la Vida. La primera se llevó a cabo del 29 de
abril al 15 mayo. En ella pueblos indígenas, campesinos, organizaciones
sociales, sistemas autónomos de agua potable, y colectivos
estudiantiles, están fortaleciendo sus luchas. Denuncian la imposición
de un proyecto político y económico que atenta contra la dignidad e
identidad de sus formas organizativas, comunidades y pueblos.
Representantes de los pueblos de Atenco, Coyotepec, San Francisco Magú,
Tecámac, San Francisco Xochicuautla y San Lorenzo Huitzizilapan, entre
otros, gestan un movimiento social revitalizado en el estado de México
y en sus regiones cercanas, cuyo objetivo es la defensa de sus derechos
humanos, la construcción de alternativas, y el rescate y conservación
de su historia, cultura y organización colectiva. Es precisamente en
esta entidad de la República, tan azotada por el flagelo de la
mano durade régimenes bastante violatorios de derechos humanos, donde el fuego, la energía y la pasión por la justicia se materializa en las alternativas y resistencias que se construyen paso a paso.
La
segunda Caravana está encabezada por la Tribu Yaqui. Comenzó el pasado
11 de mayo y arribará a la ciudad de México el próximo 22. Unos vienen
desde Vícam, Sonora; otros desde Pijijiapan, Chiapas, y otros más desde
Piedras Negras, Coahuila. Son en total 11 días de jornadas; harán
presencia en 23 estados de la República y visitarán alrededor de 75
localidades y ciudades. Durante estos días se da la oportunidad de que
los pueblos y comunidades en resistencia intercambien reflexiones,
compartan sus experiencias y fortalezcan sus alianzas para hacer frente
a la guerra que les han declarado. Curiosamente, tanto la caravana que
recorrió municipios del estado de México, como la que llegará desde el
sur y norte a la ciudad de México, denuncian el generalizado despojo
que se padece cada vez más en nuestros territorios. Subrayan la
imposición de trasvases por medio de acueductos, de minería tóxica; los
riesgos del fracking, de presas, parques eólicos, gasoductos
y termoeléctricas, así como la devastación de bosques, la urbanización
salvaje, la construcción de autopistas, la privatización de la energía
y de los sistemas de agua.
Quienes participan pueden también dar testimonio de la contaminación
agroquímica e industrial, de la destrucción y control que pretenden
hacer de nuestras semillas nativas y de la sobrexplotación de los
trabajadores. Ambos ejemplos de luchas hayan entre ellos entendimiento
en sus dolores compartidos. Saben que la guerra por el agua y la tierra
ya está entre nosotros, y, sin embargo, hay que reconocer ampliamente
que los pueblos se movilicen a pesar del escenario desolador que los
circunda. Es casi prodigiosa la manera en que desde abajo se fortalecen
los bríos para hacer posible un mundo más digno y justo. Ahí vienen los
nuevos tiempos. Después de la guerra tormentosa vendrán, no cabe duda,
los tiempos de la justicia y la dignidad. De ello se están encargando
mayormente los pueblos y comunidades. ¿Será que todas y todos nos
sumaremos a estas luchas? ¿Sera posible? La respuesta la daremos en la
resistencia ante los que pretenden adueñarse de nuestros bienes comunes.
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