By Zósimo Camacho @zosimo_contra
A
Lorenzo Meyer le preocupa el juicio de la Historia. Se siente
avergonzado por el desastre que hoy es México y quiere dejar constancia
de que no todos los mexicanos de hoy somos responsables de la tragedia
que ya vivimos y que, todo parece indicar, se profundizará.
Quiere
que, en 100 años, cuando los historiadores se asomen al derrumbe del
México de principios del Siglo XXI, haya constancia de que los mexicanos
“no estábamos hechos unos idiotas”. Si se quiere, “estábamos sin
capacidad para transformar nuestra realidad, pero que no nos tomen por
imbéciles”.
Por ello, escribió un libro. Y lo tituló Distopía mexicana. Perspectivas para una nueva transición.
Serio, pero sin dejar de ser afable, insiste: “Que cuando se nos
juzgue, se vea que hay testimonios como este libro en los que queda
claro que no nos creíamos lo que los poderes formales y fácticos nos
quieren hacer creer. No. Había una visión crítica”.
El resultado,
una apretada radiografía del país en 12 capítulos y 367 páginas: un
retrato del convulso México en los umbrales de la era Trump, la
reconfiguración de los bloques geopolíticos, la crisis de credibilidad y
viabilidad de la “clase política” y los medios de comunicación, la
violencia, el petróleo y la economía.
Agudo, preciso, el discurso
de Meyer no pretende, sin embargo, arengar a nadie. Tampoco está
dedicado estrictamente al público académico. Y sabe que aunque está
hecho principalmente con el cerebro, lleva también entrañas. Y es que
cómo no tomar una posición ante lo que sucede. Cómo no indignarse. Y
transformar esa indignación en nuevos derroteros de investigación.
Desde
una cálida cabaña por los rumbos del Surponiente de la Ciudad de
México, cauto, sonriente, ataja: “No puedo reclamar objetividad; ni yo
ni nadie. La objetividad es un enfoque. El lector podrá sacar de él lo
que quiera. Lo que ponga en duda, lo que no le convenza, pues que lo
haga a un lado. Hice lo mejor que pude”.
Así, habrá enfoques en
los que los lectores podrían discrepar; pero el libro tiene la virtud de
presentar un diagnóstico de un sistema político disfuncional; desnuda a
la casta política en su principal característica: la corrupción.
Todos
los capítulos cuentan con información precisa, desde la que se
construyen los análisis y las conclusiones de cada apartado. Pero el que
dedica a los vínculos de México con Estados Unidos es acaso el de mayor
urgente lectura. Como el resto del libro, “La relación con la gran
potencia” fue escrito antes de que Trump ganara las elecciones. Incluso,
nos confía Meyer, cuando “ni siquiera se vislumbraba como posible
candidato viable”. Sin embargo, ya está ahí la explicación de la actual
postración mexicana ante los estadunidenses, cómo las elites gobernantes
entregaron al país a cambio de cierta estabilidad para ellas. Incluso,
ofrece datos y reflexiones que trascienden los últimos sexenios. Queda
claro cómo desde los tratados de Guadalupe, con los que México cedió la
mitad de su territorio, siguen rigiendo el corazón de una relación
abismalmente asimétrica e intensa.
Hoy, nos informa Meyer en su
libro, Estados Unidos cuenta con una población de 50.5 millones que se
define “hispana”, una sexta parte del total de habitantes de ese país. Y
del total de hispanos, casi 32 millones son de origen mexicano. Cabe
señalar que 12.7 millones de estos mexicanos nacieron en México y más de
7 millones se encuentra de aquel lado de la Frontera de manera
irregular (sin papeles).
Pero no es todo. En la parte de
la relación política, en el libro sobresale que gracias a la tecnología
“y a una enorme inversión en estructuras de espionaje, el aparato de
inteligencia norteamericano está en posibilidad de saber mucho más de lo
que los ciudadanos mexicanos saben en relación, por ejemplo, con los
intríngulis de la reforma petrolera”. No en balde, recuerda, la Agencia
Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés) opera en México
desde 1951 y el Buró Federal de Inteligencia (FBI, también por su sigla
en inglés), desde 1939. El Pacto por México, paso a paso, fue seguido
por los estadunidenses hasta en sus más nimios detalles. Ellos saben
quién de los actores políticos mexicanos propuso exactamente qué de todo
el conglomerado de reformas en materia de petróleo y energía, por
ejemplo. Cómo fueron las negociaciones. A cambio de qué se tomaron la
foto y qué objetivos políticos acordaron.
Como decíamos, el libro
también repasa a los políticos y partidos de todo el espectro electoral.
Se detiene, por afinidad política e ideológica del autor, con la
izquierda de Andrés Manuel López Obrador y su Movimiento Regeneración
Nacional (Morena), en todo en un capítulo.
Al final, Meyer está
por esa izquierda “responsable” que aspira a gobernar. Contrario a los
que él considera utopistas y que son prácticamente la totalidad de la
izquierda social, los movimientos que en las calles y con propuestas han
cimbrado al país pero cuyos ecos no llegan a los medios de comunicación
ni a los cubículos académicos. Probablemente Meyer pudo haberse asomado
más a esa izquierda mayoritaria que no cree en ningún partido
(incluido, por supuesto, Morena). No para que cambie de posición
político-ideológica, sino para entablar un diálogo con un vasto sector
que genera también discusiones serias a propósito de qué proyecto debe
construirse para qué país.
Como advirtió Meyer, lo que se ponga en
duda o se critique, puede “hacerse a un lado”; pero es un ensayo hecho
desde la honestidad intelectual, con rigurosidad y, al mismo tiempo,
desde la indignación ante la rapiña de las castas dominantes y la
corrupción que las cobija.
Zósimo Camacho
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