CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El régimen autoritario prepara un enorme fraude para imponer en Los Pinos a quien resulte ser el candidato de la continuidad en 2018. Los capitanes del poder económico y político del país ya se dieron cuenta de que ninguno de sus candidatos logrará reunir suficientes votos para ganar limpiamente en las próximas elecciones presidenciales. La indignación ciudadana ha crecido tanto y la ineptitud gubernamental ha llegado a un extremo tan intolerable que la mayoría de los votos libres inevitablemente apoyará al único candidato antisistema viable: Andrés Manuel López Obrador.
Este desenlace es
inaceptable para quienes manejan las redes de impunidad y de saqueo.
Quien no sabe “aceptar la derrota” no es el tabasqueño, sino el sistema
de corrupción y violencia institucionalizada que ha malgobernado desde
hace 71 años, a partir de la creación del Partido Revolucionario
Institucional (PRI) en 1946. La llegada a Los Pinos de alguien honesto,
digno y cercano al pueblo implicaría la pérdida de enormes negocios, e
incluso posible responsabilidad penal, para una gran cantidad de
individuos que hoy viven como simples parásitos del sistema.
Las
estrategias para la defraudación de la voluntad popular se modernizan y
actualizan con cada elección presidencial. En 1988, simplemente “se cayó
el sistema” y se reacomodaron las cifras desde la Secretaría de
Gobernación para garantizar el “triunfo” de Carlos Salinas, con 51% de
la votación. Posteriormente, la flamante alianza entre el PRI y el PAN,
articulada por medio de la voz de Diego Fernández de Cevallos, ordenaría
la destrucción de las boletas electorales para evitar cualquier
cuestionamiento futuro de la legitimidad de Salinas.
En 2006, el
instituto electoral supuestamente “autónomo” utilizó técnicas un poco
más sutiles de manipulación informativa para hacer lo mismo que
Gobernación en 1988. Todos recordamos cómo el entonces presidente del
Instituto Federal Electoral (IFE), Luis Carlos Ugalde, quien había
llegado a su puesto gracias a su cercanía con Elba Esther Gordillo,
ordenó a los consejos distritales del instituto limitar al máximo el
recuento de los votos. Posteriormente, tanto el IFE como el Tribunal
Electoral se negaron a permitir el escrutinio ciudadano de las boletas
electorales y finalmente las mandaron destruir utilizando los mismos
argumentos que en 1988.
En 2012, se modernizó el sistema de fraude
electoral complementando las viejas estrategias con algunas novedades.
Nunca antes en la historia de México había fluido tanto dinero irregular
en una campaña electoral. La Comisión Especial Monex, de la Cámara de
Diputados, estimó que Peña Nieto había rebasado por lo menos 14 veces el
tope de gastos establecido por la ley. En 2012 el enorme flujo de
dinero ilegal desbordó todos los ríos, financiando cobertura mediática
sesgada, encuestas cuchareadas, hackeo y manipulación digital, acarreos
enormes a los actos de campaña del PRI y el operativo de compra y
coacción de voto más grande en la historia de México.
Estamos
obligados a preguntarnos respecto de las fuentes de este insultante
gasto electoral. El IFE jamás investigó, pero periodistas
independientes, como Carmen Aristegui, han revelado que por lo menos una
parte del financiamiento para las tarjetas Monex provino de otra
empresa, Grupo Comercializador Cónclave, que es manejado por uno de los
operadores financieros más importantes del Cártel de Juárez (véase: http://ow.ly/xaPa309wdYa).
El
régimen autoritario ya viene ensayando nuevas estrategias de fraude
para complementar las ya utilizadas en 1988, 2006 y 2012, y así evitar
tener que reconocer su inminente derrota en 2018. Uno de los mecanismos
nuevos más importantes es la utilización de las redes sociales para
sembrar pánico y miedo entre la población.
Por ejemplo, en las
pasadas elecciones para gobernador de Veracruz, en 2016, circularon
miles de mensajes apócrifos vía WhatsApp, SMS, Facebook y Twitter con
“información” de posibles actos de violencia que pudieran ocurrir el día
de las elecciones, con el fin de que los ciudadanos libres no salieran
de sus casas para participar en los comicios. Simultáneamente, se
protagonizaron algunos actos de violencia estériles –evidentemente
provocados y que no “pondrían en riesgo la validez de las elecciones”
desde un punto de vista legal– con el fin de generar notas periodísticas
que validaran la histeria circulante vía redes sociales.
Esta
estrategia del miedo se perfeccionó en el contexto de las protestas
contra el gasolinazo a principios del año en curso. Tal y como ya hemos
documentado en estas páginas, el gobierno de Estados Unidos y sus
aliados en América Latina han aplicado sistemáticamente estrategias de
“guerra psicológica” por lo menos desde el golpe de Estado orquestado
por Washington en Guatemala en 1954 (véase:
proceso.com.mx/469711/saqueadores).
¿Cómo derrotar la cuarta generación de fraude electoral que ya se viene preparando en los corrillos del poder?
Con
una enorme alegría popular y una masiva participación ciudadana que no
solamente retaca las urnas con votos dignos sino que también llena los
espacios públicos y las redes sociales con una gran celebración nacional
a favor del inicio de un nuevo régimen.
No podemos esperar que
surja espontáneamente otro movimiento de dignidad juvenil, como el de
#YoSoy132, en 2012, sino que tenemos que organizarlo e impulsarlo desde
ahora. Y el día de las elecciones presidenciales no podemos limitarnos a
solamente depositar nuestros votos, sino que también tenemos que
reunirnos en todas las plazas públicas del país, pacíficamente y con
gran alegría, para demostrar tanto al Instituto Nacional Electoral (INE)
como al régimen de oprobio que ha llegado la hora para que mande el
pueblo.
No podemos confiar en el INE, pero sí ha llegado la hora
para confiar en nosotros mismos. Quienes se resisten al cambio son en
realidad muy pocas personas, aunque cuentan con grandes recursos y
buscarán infundir miedo y zozobra entre la población. Nosotros somos más
y, si nos organizamos, podemos ahogar fácilmente el miedo y las
mentiras con una enorme ola de alegría y participación ciudadana. Hasta
la victoria, siempre. l
Este análisis se publicó en la edición 2105 de la revista Proceso del 5 de marzo de 2017.
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