Cristina Pacheco
Teresa y yo dormíamos
con mis hermanos en el mismo cuarto, separados por una cortina. Oír en
secreto sus conversaciones siempre era divertido. Dejó de serlo la noche
del domingo en que Carlos, el mayor, le propuso a Rafael que se fueran a
Estados Unidos, a trabajar en la pisca del tomate y el algodón.
Rafael dijo que le gustaba la idea, pero antes de irse debían
pensarlo bien. Carlos no estuvo de acuerdo: “Lo que mucho se piensa
nunca se hace. Tenemos que decidirnos ahora que se nos presenta la
oportunidad. No te lo había dicho, pero ya hablé con El Manitas. Dentro de un mes se lleva a dos changos de Ocampo. Pasarán al otro lado por Matamoros. Sería bueno irnos con ellos.”
Tere saltó de la cama:
¿Quién se lo va a decir a mi mamá?Por lo visto Carlos ya había pensado en eso:
Ustedes son mujeres. Se entienden mejor con ella.No pude contener el llanto: el viaje de mis hermanos iba a cambiar nuestra vida por completo. Mi madre sólo nos permitía salir con ellos, ya fuera a una compra, a una visita, al cine. Nos encantaba, aunque por lo general dieran películas de vaqueros. Raras veces se exhibían historias de amor, pero siempre previamente censuradas por Mariquita Rosillo, hermana del padre Arnulfo. Él ordenó que las funciones se programaran a las tres de la tarde. De ese modo tendríamos tiempo de asistir al rosario, ver por la salvación de nuestras almas y depositar la limosna en el cepillo.
Cuando Rafael y Carlos se fueran terminarían nuestras salidas, a
menos que mi madre renunciara al encierro impuesto por su viudez y,
sobre todo, por su terrible enfermedad.
II
Pasamos la noche de aquel domingo hablando en voz baja.
Rafael insistía en que su estancia en Estados Unidos iba a ser corta y
benéfica para nosotras. Nos enviarían una parte de sus salarios para
comprarnos lo que quisiéramos. Luego, ya más encarrilados, podrían
mandarnos dinero para que nos fuéramos a vivir con ellos.
Todo eso se oía muy bien, pero yo necesitaba resolver una duda:
¿Quién de nosotras le dará la noticia a mi madre?Carlos sugirió que Teresa, dos años mayor que yo.
¿Cuándo?, preguntó la elegida.
Mañana, después del rosario, a la hora de cenar.
El lunes Tere y yo, que habíamos pasado la noche en vela, nos
levantamos tristes y preocupadas por la reacción de mi madre ante la
noticia del viaje. Todo el día estuvimos nerviosas, distraídas,
inseguras, como si camináramos entre espinas.
Por la noche, según nuestros planes, a la hora de sentarnos a la mesa
le dije a mi madre que Tere necesitaba decirle algo. Pienso que ella
sabía de antemano de qué asunto iba a tratarse porque dijo:
¿Cómo ves, Carlos? Anoche no pude cerrar la puerta. La tranca no agarra.Mi hermano se apresuró a tranquilizarla:
No se preocupe, de seguro el garrote se hinchó por la humedad.Mi mamá negó con la cabeza:
No es por la humedad. La puerta no cierra porque alguien la necesita abierta.
Tere aprovechó el momento para cumplir su misión:
Los muchachos quieren irse a Estados Unidos.Rafael le arrebató la palabra:
Sólo por una temporadita, mientras juntamos algo de dinero.Carlos desplegó su labia para inventar la gran historia:
Mire, mamá. Suponga que nos vamos mañana. En seis meses regresamos con buen dinero. Entonces, si usted quiere, nos la llevamos a México para que allá la curen de la tos tan fea que tiene. ¿Qué dice?
Mi madre no dijo nada. Cuando terminó de cenar se dirigió a Carlos:
¿Cuándo se van?
Dentro de un mes, con su permiso.Mi madre apenas tuvo fuerzas para decirle:
Mi permiso lo tienen, pero no mi bendición. Escriban cuando puedan.
III
Queridas madre y hermanas: mientras esperamos la pasada hemos podido pasear un poco, lástima que haya tan poco que ver.
Estamos bien, con todo y que el trabajo es muy duro. A las seis de la tarde, al regreso de la pisca, no podemos ni enderezarnos por los dolores de espalda...
Hay un cine, pero las películas que pasan están en inglés y es como si no hubiéramos visto nada.
Dormimos en un galerón de madera, hagan de cuenta celdas de la Peni. Todo apesta. En tiempo de calor parecían un horno, y ahora nos estamos helando. Si vieran los montonales de nieve...“Esto no es como nos lo pintó El Manitas. Lo único que nos detiene de irnos más lejecitos es que estaríamos más separados de la jefa. ¿Cómo va su tos?”
Para cuando Tere y yo leímos esas líneas mi madre había muerto.
Además de la tos, minaron su salud la lejanía de los muchachos, su temor
de no volver a
verlos y la culpa por no haberles dado su bendición.
IV
Rafael se quedó a vivir en Chicago. De Carlos jamás
volvimos a saber. Conservo de él una hoja de su última carta fechada en
agosto de l947:
Aquí las cosas no están como para quedarse. La vigilancia es durísima. Nos sentimos a disgusto, perseguidos. Cualquier día lo agarran a uno y lo hacen desaparecer. De por acá es todo lo que tengo que contarles ¿Cómo sigue mi mamá?
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