Premios Nacionales
El historiador recibirá este año el galardón en el área de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía
Ocurre, explica, cuando una clase gobernante quiere modernizar el país sin considerar, e incluso despreciando, al pueblo
En nuestro país ha habido tres de estos movimientos
En momentos de crisis la historia ofrece lecciones, y quienes no saben tomarlas cometen muchos errores
En entrevista con La Jornada,
Semo explicó que las dos primeras revoluciones pasivas en México
acabaron en movimientos activos: la Independencia y la Revolución, y
aseguró que aún no está escrito cómo terminará la actual
Enrique Semo ha ido de un lugar a otro del mundo, como estudiante,
profesor o impartiendo conferencias, pero su hogar es México, cuya
nacionalidad adoptó a los 21 años
Foto Jesús Villaseca
Ericka Montaño Garfias
Periódico La Jornada
Domingo 23 de noviembre de 2014, p. 2
Lo que estamos viviendo en México es lo que Antonio Gramsci denominó
revolución pasiva, cuyo resultado no está escrito todavía. Habla el historiador Enrique Semo, que este año recibirá, junto con el investigador y antropólogo Néstor García Canclini, el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía. Ese es el motivo de esta entrevista.
Lo que la historia tiene para enseñarnos en este momento de crisis que vive el país son muchas cosas.
Nos ofrece un sinfín de enseñanzas, siempre y cuando se comprenda que no hay dos circunstancias iguales, que siempre hay diferencias, pero en esencia hay muchas lecciones, y los que no saben tomarlas cometen muchos errores, señala Semo Calev.
El ejemplo específico de ello es que en la historia del país ha
habido en tres ocasiones –al final de los siglos XVIII, XIX y XX– un
fenómeno muy parecido:
Gramsci lo llamó revolución pasiva, que es cuando una clase gobernante quiere transformar el país para modernizarlo. En ese plan de modernización puede haber muchos aspectos positivos, pero lo quieren hacer sin tomar en cuenta las necesidades, los sueños, la mentalidad del pueblo, incluso despreciando al pueblo. Eso son revoluciones pasivas y en la historia de México hay tres: una se dio con las reformas borbónicas, a finales del siglo XVIII; otra fue 100 años después, en el periodo de Porfirio Díaz.
La tercera es ahora con los neoliberales “que quisieron modernizar
al país. Escogieron un camino que era adelgazar al Estado, darle a la
empresa privada mucho más juego en todos los aspectos de la economía,
abrirse al capital extranjero, que es el único que tiene los avances
técnicos de la nueva revolución que es la informática; escogieron este
otro camino.
Las dos primeras revoluciones pasivas acabaron en revoluciones activas: la de Independencia y la gran Revolución mexicana. ¿Cómo va a acabar la de este siglo? Eso no está escrito todavía.
–¿Hay salida a esta crisis?
–Toda crisis tiene su salida. No hay crisis sin salidas, sólo que a
veces las salidas son peores que las crisis y otras son una superación
de la crisis. Al final del porfiriato, México había avanzado mucho pero
su pueblo no. ¿Estaba mejor un comunero, un miembro de la comunidad?
No, definitivamente no. Estaba peor, habían perdido todas sus tierras;
el obrero había perdido derechos que antes tenía como campesino o como
artesano.
Rosa Luxemburgo, en plena Primera Guerra Mundial, de la que ahora se conmemoran 100 años, dijo que la humanidad tenía dos salidas: el socialismo o la barbarie. No nos olvidemos nunca de eso, que es profundamente cierto y vigente. En la salida de las crisis puede haber las dos cosas.
Enrique Semo nació en Bulgaria en 1930 y fue durante su infancia que
comenzó su pasión por la historia. Más adelante estudió economía y
después historia económica. Hoy es profesor de la Facultad de Economía
y maestro emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México.
De regreso a su infancia y al momento en que decide dedicarse a la
historia: “Cuando era muy niño, mis primeras lecturas fueron de
realidades exóticas. Por ejemplo leía a Salgari, Sandokan, en
unas islas que ni sabía dónde era pero me imaginaba, o a un escritor
alemán que escribía sobre los indios norteamericanos. Mi madre, que
conocía buena parte de la literatura romántica francesa, me contó
partes de Los miserables, pero con tal pasión estaba ella comprometida con Jean Valjean y sus aventuras. Oír de los franceses, de Sandokan,
de Emilio Salgari, obviamente esas historias tremendamente diferentes
mostraban la gran riqueza de los pueblos. También me contaba mucho
historias de Panait Istrati, un autor rumano que escribía sobre los
campesinos rumanos, y ella me contaba de las rebeliones y de todo eso”.
Más adelante estudió economía antes que historia, pero
me parecía que algo faltaba en la teoría económica que yo leía. Leí a varios economistas que decían que sin la historia la economía estaba coja, no podía por sí misma explicar todas las cosas que había que tener en cuenta del pasado: la cultura del pueblo, la política y otra vez la historia. Por fin acabé agarrando la historia económica, algo intermedio, y mi título de doctorado, que es el PhD, lo obtuve en una universidad que ya no existe, en la Universidad Humboldt de la Alemania Democrática, que tampoco existe. Doctor en filosofía es el título general, con especialidad en historia económica.
Su
infancia hasta los nueve años transcurrió en Bulgaria; fue bastante
tranquila. Hijo de padres sefarditas, en su casa se hablaban dos
idiomas: el búlgaro y el español.
Bueno, un español muy arcaico y con palabras turcas, francesas, pero español. Entonces ésta era el medio y era una familia de clase media, y yo pasé una infancia hasta los nueve bastante normal. Su padre era experto en divisas y su madre ama de casa, pero con muchas aficiones, entre ellas la lectura, además de que era políglota.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, sus padres se encontraban
en París y fueron unos tíos quienes lo llevaron hasta la capital
francesa. Su hermana, ocho años mayor, se enamoró de un militar, se
casó y se quedó. Comenzó entonces la huida: primero a París, y con la
llegada de los alemanes salieron hacia Marsella.
En el camino había ametrallamientos, bombas, siempre para crear el caos. En Marsella estuvimos dos años y medio, casi tres. Marsella era un lugar muy especial y llena de refugiados de toda Europa. Dígame cualquier nacionalidad y seguro que había alguien. Era una Casablanca grandota, eso era Marsella.
Ahí aprendió francés, uno de los seis idiomas que habla. Fue
entonces cuando su padre se dio cuenta de que los alemanes llegarían a
esa zona de Francia, así que consiguió la visa que pudo. México. Eso
decía el documento.
Mi padre se hubiera ido a cualquier lado. Cuando nos dijeron México, lo buscó en el mapa porque no sabía qué era México. Para un europeo del este, era decir ahora Tombuctú.
El viaje a México fue en barco.
Viajamos en el famoso San Tomé, que era originalmente un barco de carga que había sido transformado en barco de pasajeros poniendo literas de dos pisos en las bodegas. Hombres y mujeres estaban separados. Unos señores tenían dificultades para entrar en el segundo piso y nosotros ayudábamos empujándolos en la noche y en la mañana jalándolos. Nos daban de sus manzanas como pago.
Esa fue toda una aventura, recuerda, “pero una aventura mareada
porque las pastillas que había para el mareo no eran buenas. Era un
grupo muy interesante de gente: primeramente españoles, refugiados de
la Guerra Civil de España, y después de eso de todo, muchos judíos.
Entre ellos venían con nosotros varias personalidades que después
fueron conocidas en México; por ejemplo, había una niña como de 16
años, española –o creíamos que era española–, que cantaba y bailaba muy
impresionantemente y siempre, a cualquier provocación, se ponía a
cantar y bailar, después fue soprano, primera soprano de la ópera
mexicana: Rosita Rimoch. Había varios científicos españoles también que
después fueron maestros de la Universidad Nacional Autónoma de México”.
Desembarcaron en Veracruz y después llegaron a la ciudad de México.
La primera noche en un hotel me caí de la cama, porque creía que estaba en el mar todavía. Me tuvo que calmar mi madre, y después fui a una escuela que era de acuerdo con el pensamiento de mis padres, la adecuada, porque todos los maestros hablaban francés, y eran los padres salecianos. O sea: fui a una escuela católica, yo que provenía de una familia judía.
Más adelante viajó a Israel, para estudiar economía, y trabajó en un kibutz. Ha
ido de un lugar a otro del mundo, ya como estudiante, como profesor o
impartiendo conferencias, pero su hogar era México, país cuya
nacionalidad adoptó –la cual ya habían tomado sus padres– a los 21 años.
Dos veces participó en la administración pública: primero en la
Secretaría de Agricultura, a los 23 o 24 años, y en 2000 en la
Secretaría de Cultura del Distrito Federal, en el gobierno de Andrés
Manuel López Obrador.
Fueron los últimos años en la administración pública y todavía estoy digiriendo las lecciones.
Es autor, entre otros, de Entre crisis te veas, Viaje alrededor
de la izquierda, Historia mexicana y lucha de clases, La crisis actual
del capitalismo, Historia económica y social de la Nueva España y La búsqueda, dividida en dos volúmenes: La izquierda mexicana en los albores del siglo XXI y La izquierda y el fin del régimen de partido de Estado 1994-2000. Actualmente tiene varios proyectos, uno de ellos es el libro La conquista sin fin.
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