Entre 2001 y septiembre de 2015, el aumento al salario mínimo fue de sólo 30 centavos diarios cada año, en términos reales. La inflación media anual de 4.1 por ciento en el periodo, consecuencia de la miseria salarial a la que se ha condenado a la mayoría de la población
Entre 2001 y septiembre de 2015, la
inflación media anual programada en México fue de 3.8 por ciento. La
alcanzada fue de 4.1 por ciento.
El aumento medio anual del salario
mínimo fue de 4.6 por ciento, equivalente a 2.28 pesos diarios más cada
año. Su diferencia con la inflación esperada era de 0.8 puntos
porcentuales anuales. Descontándose el efecto de los precios, el salario
mínimo real hubiera obtenido una ganancia media anual de 1.2 por
ciento, equivalente a 70 centavos reales cada año, 11 pesos diarios
acumulados en 15 años.
Con la inflación alcanzada, la
diferencia a favor del salario mínimo se redujo a 0.5 puntos
porcentuales; 0.6 por ciento más anualmente en términos reales; una
mejoría de sólo 30 centavos diarios cada año, 5 pesos reales acumulados
en el periodo.
La inflación media anual de la canasta
básica fue de 4.5 y su diferencia con el aumento nominal de dicho
salario mínimo cayó a 0.1 puntos porcentuales anuales. Deflactado con la
canasta, su aumento real anual se redujo al mínimo: 0.1 por ciento; 6
centavos reales diarios cada año; 90 centavos acumulados adicionales en
lo que va del siglo.
La generosidad de los gobiernos y los empresarios es una ilusión estadística insultantemente conmovedora.
El anterior ejercicio estadístico
desvela la grosera munificencia “juiciosa” y “responsable” de la
disciplina monetaria y fiscal neoliberal. De la única “salida” económica
y política viable para Agustín Carstens –gobernador del Banco de México
(Banxico)–, Luis Videgaray –secretario de Hacienda y Crédito Público–,
Enrique Peña Nieto –presidente de la República–, los panistas y
priístas, que difícilmente puede generar presiones inflacionarias,
perturbaciones macroeconómicas, pérdidas en la tasa de ganancia y
beneficios a los pauperizados asalariados.
En todo caso, podría decirse que las
secuelas estabilizadoras sobre los salarios no han sido aparentemente
dramáticas. De los 55.3 millones de mexicanos cuyos ingresos no les
permiten satisfacer sus necesidades básicas de subsistencia, en 2014
–según la contabilidad oficial, casi 2 millones más que 2012–, sólo unas
7 mil personas han sido encarceladas y ejemplarmente castigadas con
penas de hasta 10 años, por dedicarse al “robo famélico”, es decir, por
hambre. Representan una bagatela estadística. El resto son pobres,
miserables, medios muertos de hambre, pero honrados, por convicción o
falta de creatividad empresarial.
Venturosamente, lo anterior no es el caso de la elite político-empresarial.
Ni del gobernador ni de los cuatro subgobernadores del Banxico (remember a los cinco lobitos
de 1936). Sus modestas remuneraciones, 7.6 mil-8 mil pesos diarios en
2015, o 227 mil-239 mil pesos mensuales, o 110-115 veces más que el
salario mínimo, les permiten sobrellevar el martirio de la contención
salarial desinflacionaria.
En su trabajo Objetivo y funcionamiento del Banco de México, el subgobernador del Banxico Manuel Sánchez dice que “en última instancia la inflación es un fenómeno monetario” –viejos polvos
del aforismo friedmaniano: la inflación es, siempre y en todo momento,
un fenómeno monetario–, la disciplina empieza a rendir sus frutos.
Política monetaria
A partir de 2001, cuando el Banxico
aplicó la estrategia basada en objetivos de inflación (“lo que significa
que la política monetaria se ‘ancla’ en el compromiso de que aplicará
sus herramientas para alcanzar los objetivos anunciados”), la inflación
cayó a un dígito.
Dos años después, los precios tendieron a arañar
la meta anual de 3 por ciento, +/-1 punto porcentual, fijada en 1999
para 2003. En 2008, con los cambios en la tasa objetivo, se pretende
influir sobre las expectativas del público y, con éste y otros
instrumentos, sobre la evolución futura de la inflación.
Para asombro del impertérrito banco central –se sabe que los “técnicos” rechazan el aplauso fácil: son flemáticos no arrebatados–,
mes a mes, entre marzo y septiembre de 2015, la tasa anualizada de la
inflación ha bajado sistemáticamente de 3.14 por ciento a 2.52 por
ciento, ubicándose en el margen inferior de la meta, en su nivel más
bajo desde 1970, cuando iniciaba el registro del índice nacional de
precios al consumidor. Al término del año la inflación convergerá con el
objetivo de 3 por ciento.
De los 55.3 millones de mexicanos en condición de pobreza, sólo unos 7 mil fueron encarcelados por robo por hambre
Carlos Salinas, Pedro Aspe y Miguel
Mancera quisieron revivirlo, por medio de su fracasado programa
monetarista-heterodoxo de estabilización: la paridad cambiaria
(macrodevaluaciones anunciadas), cuya sobrevaluación real acumulada (25
por ciento en noviembre de 1994), sostenida temporalmente por los
paranoicos flujos de capital especulativos, sirve como ancla desinflacionaria.
El resultado del desastre larvado en las entrañas
del salinismo y heredado al zedillismo, que fue incapaz de resolver el
enigma con la fuga de la manada de capitales especulativos en la segunda
mitad de ese año, fue la macrodevaluación de 52 por ciento entre
diciembre de 1994 y marzo de 1995.
Así se inició la era desastrada del
“autónomo” banco central, inicialmente administrado por Mancera, el
itamita patriarca emblemático de los Chicago Boys y primer
gobernador de ese instituto, a quien José López Portillo despidió en
1982, acusándolo de deslealtad, y sustituyéndolo por Carlos Tello
Macías, probablemente el único director digno que ha tenido esa
institución en su historia.
Esa tragedia repitió la historia de los
desarrollistas desestabilizadores. Éstos fijaron la paridad en 12.50
pesos por dólar de aquellos años, en 1954; cerraron su ciclo histórico
con una sobrevaluación de 35 por ciento en 1970, y transfirieron la
bomba de tiempo al populismo echeverrista que no supo desactivarla y que
le explotó en 1976 con una devaluación de 60 por ciento.
Con esa crisis se inauguró la era de las
políticas estabilizadoras fondomonetaristas que rigen hasta el momento,
con sus variantes de libre flotación, metas de inflación y demás.
Ahora Peña Nieto, Luis Videgaray y Agustín Carstens creen que rasguñan
la utopía neoliberal con el experimento monetarista de metas de
inflación sostenido por la tasa de interés alta, comparada con la
estadunidense y el tipo de cambio sobrevaluado, aunque éste flote como globo desde 1995, meciéndose entre la apreciación y la depreciación, a veces suavemente, a ratos violentamente, por las brisas o los vendavales de los capitales especulativos.
Podría decirse que en 2015 casi se llega
a la inflación cuasi controlada, que, a decir del subgobernador Manuel
Sánchez, genera un entorno favorable para el crecimiento, la reducción
de las tasas de interés y para que “las familias puedan tomar mejores
decisiones sobre la compra de un automóvil o una casa, y las empresas
sobre cuándo y cuánto invertir, abrir negocios y crear empleos”.
…Si es que sus salarios se lo permiten.
Porque sus futuros aumentos, como hasta ahora, no dependerán de la
recuperación de su poder de compra perdido, merced a una sencilla razón:
ése no es el objetivo de la política monetaria. Tampoco el crecimiento
económico. La prioridad es la baja inflación. La propuesta de política
económica para 2016-2018 enviada al Congreso de la Unión es la tasa de 3
por ciento anual. Alrededor de ella giran las demás metas.
El control de la inflación requiere una severa austeridad en lo que resta del peñismo.
En 2016, el gasto programable real proyectado se desplomará 5.9 por ciento. De por sí, en 2015, ya sufrió la tijera videgaryana.
Será la peor reducción en los últimos 13 años. Sólo en 2004 y 2010
había retrocedido 0.1 por ciento y 0.2 por ciento, respectivamente. Pero
no será un año excepcional, debido a los menores ingresos petroleros
esperados y la decisión de alcanzar el equilibrio fiscal cero en 2017.
En 2015 se estimaba que el gasto programable pagado sería de 20.1 por
ciento del producto interno bruto (PIB), pero será de 19.6 por ciento.
En 2018 sería de 16.9 por ciento del PIB, según la Secretaría de
Hacienda
Esa secretaría estima que el principal
aporte al crecimiento en 2016 no será del mercado interno (el consumo y
la inversión productiva), afectado por el efecto contractivo del gasto
público, sino de las exportaciones. La contribución del consumo al
crecimiento esperada será 2.3 por ciento, 2.8 por ciento y la de las
ventas externas de 3.2 por ciento en 2015.
Por desgracia, el ciclo
primario-exportador petrolero concluyó su ciclo y hasta Carstens,
normalmente fuera de la realidad, en un momento luminoso, dijo
que la recuperación de la economía estadunidense no le dará a México el
impulso suficiente para alcanzar las tasas de crecimiento que el país
necesita.
Los salarios seguirán subordinados a
mismas variables que han obstaculizado la recuperación de su poder de
compra desde 1983: la meta anual de precios, la productividad y la
competitividad; la atracción de la inversión extranjera que exige los
bajos salarios como los actuales; la contrarreforma laboral de
2012, que garantiza legalmente la permanencia de los trabajadores como
pobres, precarios y “flexibles”; los altos réditos para atraer y
mantener el capital especulativo. Prevalecerá la rentabilidad financiera
sobre la productiva (ver gráficas 1 y 2).
A mediados de octubre pasado, en la
conmemoración del 90 aniversario del Banxico, Videgaray se ufanó porque
el salario real creció 1.3 por ciento de enero a septiembre, lo que
representa “el mayor crecimiento del poder adquisitivo de los
trabajadores desde 2001”; exaltó la baja de la inflación, la reducción
del desempleo abierto en agosto (4.68 por ciento), ubicándose en los
niveles previos a la crisis de 2008; el aumento del consumo; y por la
creación de poco más de 1.6 millones de empleos formales durante
peñismo.
Salario, igual al de 1953
Si algo debe reconocerse a Carstens es su sinceridad: su disposición por sacrificar los salarios ante la inflación.
En cambio, Videgaray es un agnotólogo, en su obsesión de convertirse en el futuro presidente de México.
Robert Proctor, profesor estadunidense
de historia de la ciencia en la Universidad de Stanford, acuñó el
neologismo “agnotología” para describir cómo a través del empleo de
datos inexactos o engañosos se induce la ignorancia y el engaño.
¿Qué representa una mejoría de 1.6 por ciento en los salarios?
Un accidente, debido a una menor
inflación inesperada con relación a la prevista, la cual, por cierto,
refleja los síntomas recesivos de la economía. No es una consecuencia
lógica de una política pública deliberada. Medido por los precios al
consumidor sólo se recuperó 0.1 en promedio en 2013 y 2014. Deflactado
por la canasta básica, perdió 0.8 por ciento. En 2013-2015 la media fue
favorable al salario en 0.6 por ciento.
¿Qué significan unos cuantos centavos más si al inicio del peñismo 1 peso real de 1976 equivalía a 23 centavos?
Un salario mínimo real de 2015 es
similar al que existía en 1953 (39.85 pesos diarios a precios actuales).
En sentido estricto, es el peor al pagado desde 1934, cuando se creó
este tipo de pagos.
La mejoría del poder adquisitivo de los
salarios no es más que una fábula engañabobos de Videgaray, como también
lo es la del empleo.
Cada año se necesitan al menos 1 millón
de nuevos empleos. Por cada empleo creado en lo que va del peñismo, otra
persona no encontró nada. Que seis de cada 10 de los ocupados son
clasificados como informales, nivel similar al existente al inicio del
sexenio. La tasa de desempleo en diciembre de 2014 fue de 3.8 por ciento
y en el mismo mes de 2012 de 4.4 por ciento. Ambas menores a las de
agosto de 2015, presumida por Videgaray, así que no regresó a su nivel
de 2008. Sólo fue un dato circunstancial más.
La incapacidad estructural de la
economía para crear los empleos formales requeridos anualmente ha
obligado a los trabajadores que sí lograron ocuparse a aceptar bajos
salarios, el recorte de las prestaciones sociales o la eliminación de
ellas, y las malas condiciones laborales ante el temor de ser arrojados a
la calle. Ser despedidos implicaría la posibilidad de quedar marginados
por lo que les resta de vida.
El control sindical oficial de los sindicatos refuerza ese escenario sombrío.
Con su pobreza y miseria impuesta como razón de Estado y de mercado, los trabajadores contribuyen a la desinflación.
Manuel Sánchez filosofa: “Con
inflaciones altas las economías tienden a crecer menos [y] suele
incrementarse su volatilidad, lo que oscurece las señales de
los precios relativos y aumenta la incertidumbre del público”. “Cuando
hay estabilidad de precios, la economía puede expandirse de forma
sostenida”.
Entre 2003 y 2015 la inflación media ha
sido de 4.1 por ciento en promedio anual, alrededor de la meta de 3 por
ciento, +/-1 punto porcentual. Sin embargo el crecimiento medio apenas
ha sido 2.5 por ciento.
Joseph Stiglitz ha criticado por inútil la moda de las metas de precios y los riesgos recesivos de las bajas inflaciones.
Populismo
Tienen razones estadísticas los
tecnócratas del Banco de México para sentirse sorprendidos por la
evolución de la inflación durante el año en curso.
A los que se les ha oscurecido la realidad es a los peñistas. A cada rato, “halcones de la inflación” (Stiglitz dixit) advierten sobre la catástrofe que representaría que el genio de los precios se escape de la botella, como diría irónicamente el Premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, en su trabajo Central banking in a democratic society, de 1998.
Siempre han conjurado los costos de un
nivel elevado de los precios y las dificultades para restablecer su
estabilidad: sus efectos nocivos sobre la productividad y la
competitividad de las empresas y la economía, el crecimiento y el
empleo, el poder de compra de la población y su nivel de vida.
Cuando
pueden, y para justificar la ortodoxia neoliberal de la política
monetaria restrictiva y la austeridad fiscal que ha privado entre 1983 y
2015, y que se mantendrá hasta 2018, agitan el espantajo de la
“inestabilidad de precios dramática”. Como lo hizo Manuel Sánchez, del
Banxico –impuesto como subgobernador por Felipe Calderón y, antes,
educado por la madraza monetarista de Chicago–, en 2010, al rememorar
esa fase registrada entre 1973 y finales de la década de 1990. Ese
dramático periodo caracterizado por los “estragos de la inflación
elevada y volátil” que “promedió más de 38 por ciento” anualmente y
“alcanzó un máximo de 180 por ciento [en febrero de 1988]”; el desorden
económico; el rezago permanente de los salarios respecto de la
inflación; las devaluaciones recurrentes del peso frente al dólar; la
prolongada contracción de la inversión y el crecimiento económico; el
doloroso aumento de la pobreza, entre otras plagas.
Por esas y otras razones veneran lo que
Manuel Sánchez califica como “políticas monetarias y fiscales
responsables y juiciosas”. Es decir, las que ellos mismos aplican, lo
que equivale un elogio a sí mismos: la austeridad estabilizadora
neoliberal, que castigan al consumo y la inversión productiva a través
de la contención de los salarios reales, del gato público y las altas
tasas de interés. En oposición al “populismo” que, extrañamente, Peña
Nieto recientemente se ha dedicado a embestir, confusa y
desentonadamente (sin definir el concepto); cruzada a la que, en un acto
reflejo solidario, presidenciable, igualmente difuso, se sumó
Videgaray, calificándolo de vendedor de “espejismos”, aunque reconoció
que por supuestamente realista, por no transitar por el terreno más
aplaudido, la ortodoxia estabilizadora no es las más popular.
Agustín Carstens y los tecnócratas del
banco central saben que, en realidad, la política fiscal, la monetaria y
la económica son antipopulares.
Recuérdese que en agosto de 2014
Carstens se ganó la repulsa del populacho al oponerse, tajantemente, al
igual que Peña Nieto, Videgaray y el empresariado, a la propuesta del
“populista” gobierno capitalino para que, en acto de justicia social, se
elevara el salario mínimo nominal en 23 por ciento en 2015, y 154 por
ciento acumulado hasta 2018; 27 por ciento en promedio anual (de 67
pesos diarios a 171 pesos, de 2 mil pesos a 5 mil 100 pesos mensuales),
con el objeto de que se recuperara poco más de la mitad de poco más del
70 por ciento de su poder de compra perdido entre 1976 y 2015, gracias a
las sucesivas crisis de esos años, la permanente contención salarial
asociada a la política desinflacionaria y la política económica
neoliberal, que han forzado la transferencia de la riqueza existente, la
mezquinamente creada y el ingreso de las mayorías hacia el Estado y los
capitalistas, fenómeno típico del neoliberalismo.
Inevitablemente, un aumento de esa
magnitud a los salarios miserables sería a costa de la tasa de ganancia.
Pero a la postre beneficiaría a la acumulación ampliada del capital y
su rentabilidad, ya que contribuiría a reanimar la debilitada demanda
efectiva y sacar al mercado interno de su crónico estancamiento. Esto último se reforzaría con el gasto público expansivo.
Pero una medida de esa naturaleza no
puede ser producto de un decreto bienintencionado. Sería consecuencia de
la lucha de clases y su pugna por la distribución del ingreso. Y los
trabajadores han sido sometidos políticamente por el corporativismo, la
violencia estatal-empresarial y la tiranía del mercado, la escasez de
empleos formales y el miedo al desempleo, el subempleo, la informalidad,
que les obliga a aceptar los bajos salarios, o los recortes de ellos,
so pena de ser arrojados a la calle.
La ortodoxia monetarista y la
“globalización” de la acumulación de capital exigen la inmolación de los
salarios para homologarlos en la pobreza y la miseria universal, en
nombre de la estabilidad de precios, la productividad, la competitividad
y la seducción de la inversión extranjera.
La ortodoxia monetarista y la globalización del capital exigen que los salarios se homologuen en la pobreza y la miseria
Para el Banxico y los neoliberales, lo juicioso es administrar y mantener el poder de compra de los salarios reales en el fondo del pozo.
Lo responsable es subordinar el aumento
del salario mínimo y las demás categorías a la inflación esperada y no a
la alcanzada. Ni siquiera vale la pena pensar en alzas de varios puntos
porcentuales por encima del nivel de los precios, con el objeto de que
recuperen en un lapso prudente su poder de compra de 1976.
Eso es vil populismo, según los monetaristas ortodoxos, los friedmanianos y los nuevos clásicos.
Marcos Chávez M*, @marcos_contra
*Economista
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